La sólida popularidad del senador Gustavo Petro Urrego en América Latina producto de victorias limpias en muchos debates democráticos en el Congreso Nacional Colombiano y eventos internacionales; gracias a su formación, visión humanitaria, vocación de paz y defensa permanente de los intereses de los sectores más necesitados, además de una impecable oratoria; contrasta con una repulsión en algunos sectores del país. En cualquier charla siempre aflora la sentencia: “Yo no gusto de ese guerrillero”; es la mínima expresión todavía de algunos. ¿Dónde comenzó la construcción social de esa emoción?
Es una forma de pensamiento construida socialmente mediante procesos de comunicación grupal, que les determina su comportamiento como miembros mediatizados de la comunidad. Allí las matrices mediáticas han hecho un excelente trabajo de manipulación ideológica a favor de los neoliberales y del paramilitarismo, enemigos viscerales del personaje en cuestión. La realidad de la vida cotidiana para los odiadores de Petro es una construcción intersubjetiva, un mundo compartido. A él nadie lo conocía antes de los debates en contra del paramilitarismo y las conexiones con el cartel de Medellín y la familia Uribe Vélez. Eso lo hizo igualmente famoso como odiado por muchos.
Fue precisamente el senador Petro quien por igual denunció los nexos entre las Farc y dirigentes políticos de Caquetá como al paramilitarismo que llegó a lo más alto del poder y las investigaciones que se abrieron metieron preso a la tercera parte del Congreso y a muchos más. A partir de entonces el bombardeo constante de información de la radio, prensa, televisión y redes sociales, en manos de esos mismos sectores en el poder, lo muestran como un demonio causante de todos los males del país. Esos mensajes, imágenes, nociones o pensamientos que se forman en el psiquismo, no dejan ni siquiera pensar al promedio de los colombianos, que no pasan de los simples titulares diseñados más para confundir que para informar.
Paralelo a la estigmatización se ha dado una victimización y persecución. Su destitución y difamación de la alcaldía de Bogotá es el mejor ejemplo, de donde fue destituido no por corrupción, sino por favorecer a los sectores vulnerables. Sin duda hay un equipo periodístico, además de inventando mentiras, cazando cualquier de sus comentarios para filtrarlos, procesarlos y algunas veces descontextualizarlos, quedando “no lo que dijo”, sino “lo que dicen que dijo” como comentario generalizado. Sin lugar a dudas, el senador Gustavo Petro Urrego es el político más coherente, siempre desmarcado de los círculos mafiosos en el poder y de su catastrófico modelo económico.
Su ascenso como líder de la hoy primera fuerza política del país amedrenta al régimen de corrupción de las roscas nacionales y regionales de la contratación estatal. Ellos temen ser desplazados por las nuevas fuerzas del cambio, tal vez más eficientes y, sobre todo, Petro en su vida política ha sido intolerable con la corrupción a tal punto que la denunció en su propio partido. Hay miles de burócratas oficiales, amangualados con el crimen que temen una barrida que los desplace del abuso del poder; y algunos militares en servicio como también contratistas y proveedores de las Fuerzas Militares que ya sin la guerra temen que se les reduzcan sus 2,5 puntos del PIB en gastos.
Este gladiador de las ideas, al parecer las suyas son las únicas ampliamente conocidas, tiene estudiando al país, es uno de los pocos que sus propuestas las enmarca en los Objetivos de Desarrollo Sostenible. El hambre, el fin de la pobreza, la salud como negocio, la educación de calidad, la igualdad de género, organizar la vida en torno al agua, reducción de las brechas sociales y económicas, paz y justicia, entre otras. Todo lo que propone para Colombia es lo que el mundo civilizado hoy dialoga por el bien del planeta. Las élites hoy en el poder, enemigas de la paz, a falta de una cultura democrática tienen todo patas arriba, un país empobrecido y atemorizado con un espiral de violencia nunca visto.