Donald Trump y la patología de la antidemocracia

Donald Trump y la patología de la antidemocracia

"Este personaje tiene al borde del colapso la institucionalidad estadounidense. Además, ha desbarajustado las relaciones internacionales y puesto al mundo en riesgo"

Por: Luis Guillermo Perez Casas
agosto 26, 2020
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Donald Trump y la patología de la antidemocracia
Foto: Instagram @realdonaldtrump

“Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo” (Abraham Lincoln).

El 15 de abril pasado se cumplieron 155 años de uno de los magnicidios que más ha impactado la democracia en Estados Unidos. Abraham Lincoln se acababa de sentar en el palco del teatro Ford junto a su mujer, Mary Todd, para asistir a la representación de 'Our American Cousin', una comedia musical de Tom Taylor, recibió un tiro en la cabeza por la espalda. John Wilkes Booth un actor pro esclavista y pro secesión, segó su vida. Lo que no lograron en los campos de batalla, lo lograron en un cobarde complot, pero no impidieron la victoria sobre los insurrectos racistas.

Abraham Lincoln no solamente conservó la unión de los Estados Unidos, al triunfar sobre los Estados esclavistas del Sur que querían la secesión, en la guerra civil, sino que abolió la esclavitud, con la Proclamación de Emancipación de 1863. Ese año pronunció el Discurso de Gettysburg, uno de los más recordados en la historia americana, en la Dedicatoria del Cementerio Nacional de los Soldados en la ciudad de Gettysburg (Pensilvania) el 19 de noviembre de 1863, luego de la batalla en ese lugar que había cobrado la vida meses atrás de más de 12.500 hombres.

“Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que de estos muertos a los que honramos tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron la última medida colmada de celo. Que resolvamos aquí firmemente que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad”.

Lincoln jamás pudo haber imaginado que en el Partido Republicano que él ayudó a fundar, enemigos de las libertades, xenófobos y racistas llegarían a presidir la gran nación que él contribuyó a consolidar con su propio sacrificio.

Una tarde de primavera de 2011, encontrándome en Washington, aprovechando un receso de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, decidí visitar El Monumento a Lincoln (Lincoln Memorial en inglés), situado en uno de los extremos horizontales del National Mall. Hacia sol pero la brisa corría fresca, leí los dos discursos de Linconl grabados sobre el gigantesco memorial y luego sobre los escalones miré al frente sobre la explanada y recordé que en aquel mismo lugar Martin Luther King, en los cien años de la Proclamación de la Emancipación de Lincoln pronunció uno de sus más celebres discursos, I have a dream.

Mi pecho se llenó de nostalgia y el viento frío me hizo estremecer. La lucha de Lincoln y el sacrificio del propio Luther King habían permitido que un afroamericano, Barack Obama, llegara a la presidencia de los Estados Unidos. Sin embargo, seguía y sigue vivo ese vibrante discurso de Luther King, quien el año siguiente recibió el Premio Nobel de la Paz: “No saciemos nuestra sed de libertad tomando de la copa de la amargura y el odio. Siempre debemos conducir nuestra lucha en el elevado plano de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física”.

Pese a que Obama gobernó 8 años los Estados Unidos, la discriminación racial no ha sido superada en la más antigua democracia del mundo, las palabras de Luther King en aquella manifestación formidable siguen interpelando los abusos del poder policivo “Hay quienes preguntan a los que luchan por los derechos civiles: '¿Cuándo quedarán satisfechos?' Nunca estaremos satisfechos mientras el negro sea víctima de los inimaginables horrores de la brutalidad policial”. Luther King fue asesinado el 4 de abril de 1968 mientras apoyaba una huelga de obreros afrodescendientes en Memphis, Tennessee.

Sin retirarme del memorial bajo la sombra simbólica del gigante Lincoln, me pregunté cómo en el seno del Partido Republicano pudieron llegar a sucederle, personajes sinietros para la humanidad como Ronald Regan, George Bush padre e hijio, sin imaginarme que el mismo partido que fundó Lincoln llevaría a la presidencia de los Estados Unidos a Donald Trump.

El agudo escritor colombiano Antonio Caballero propuso alguna vez que todos los ciudadanos del mundo deberíamos votar en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. La razón que arguye es muy fuerte: lo que sucede en ese país, y específicamente lo que defina su gobierno, tiene una influencia decisiva sobre todo el planeta. Esto se ha hecho más evidente desde la llegada al poder del empresario Donald Trump, extraño personaje que tiene al borde del colapso la propia institucionalidad del país norteamericano, ha desbarajustado las relaciones internacionales, incluso con sus aliados más cercanos y ha puesto al mundo en una situación mucho más riesgosa de la que se vivía al inicio de su mandato hace casi cuatro años.

Como defensor de derechos humanos, ciudadano del mundo y habitante de un país que sufre también las consecuencias de la política imperialista de los Estados Unidos, a escasos tres meses del certamen electoral el próximo 3 de noviembre, haré una aproximación al análisis de las desastrosas políticas de este gobernante, que podemos calificar como sociópata.

Es claro que la política de la superpotencia estadounidense no depende de una sola persona y que más allá de la democracia formal, en la que hasta ahora no hay cabida para partidos distintos del Demócrata y el Republicano, los Estados Unidos, se ha convertido en un estado al servicio de las grandes corporaciones y del sector más rico de la población. Recuérdese que al final de su mandato el general Eisenhower, en los años 50, advirtió sobre el riesgo que implicaba para la democracia el peso exagerado de lo que llamó “el complejo militar-industrial”(que otros llaman hoy el Estado profundo) ese entramado de intereses corporativos entre las grandes empresas de armamento y el mando político-militar del país.

A esto se suma que en la escogencia de candidatos presidenciales pesa de un modo determinante la financiación de las campañas por parte de las grandes empresas, lo mismo que el cabildeo o “lobby” de ellas en el Congreso. Muchas veces los aspirantes a altos cargos electivos se retiran por no haber podido recaudar los fondos suficientes (que nunca bajan de cien millones de dólares en las primarias para escoger candidatos a presidente) y no es exagerado decir que el lema de Abraham Lincoln, con el que concluyó su Discurso de Gettysburg, sobre el alcance real de la democracia como “que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra”, se ha transformado en gobierno del dinero, por el dinero y para el dinero con el que se destruirá la madre tierra.

Sin embargo, también es importante la personalidad de quien esté al mando, especialmente en este caso, en el que todo indica que el señor Trump no tiene la mínima estabilidad emocional ni las condiciones sicológicas que se esperarían para quien asume una responsabilidad tan enorme. Sus características individuales de narcisismo, inestabilidad, impredecibilidad, mitomanía y poca madurez son tan notorios que han sido materia de libros con revelaciones explosivas como el de su exasesor de seguridad nacional, John Bolton, titulado El cuarto en el que sucedió, la obra de su sobrina Mary Trump Demasiado y nunca suficiente: Cómo mi familia creó al hombre más peligroso del mundo.

Del primero se destaca la utilización del poder presidencial por Trump en su propio beneficio, incluso usándolo para obtener favores de los gobernantes de otros países con fines electorales. También la ignorancia enciclopédica en asuntos mundiales. Parecen chistes, pero el presidente de la nación más poderosa del mundo, por lo demás con vínculos históricos con Gran Bretaña, desconocía que este país tiene armamento nuclear, y creía que Finlandia era parte de Rusia. De allí que no sea nada sorprendente que el hombre haya dicho que le parecía “cool” invadir a Venezuela porque finalmente le pertenece a los Estados Unidos. Le vendría bien recordar al fundador de su partido, Lincoln, quien prevenía a los limitados en las bondades de la inteligencia con la máxima: “Es mejor estar callado y parecer estúpido que abrir la boca y disipar las dudas”.

Por su parte, la sobrina de Trump, que es psicóloga muy reconocida, lo define como “una amenaza mundial” y desde el propio título de su obra y relata el ambiente tóxico en que se fue desarrollando la personalidad patológica de su poderoso tío.

Hay dos textos más, ambos del reconocido periodista Bob Woodward, uno de los que destapó el escándalo de Watergate que llevó a la renuncia de Richard Nixon, titulados Miedo y Rabia, que muestran cómo el círculo más cercano del hombre de la Casa Blanca tiene que hacer malabares para que el gran jefe no actúe movido por sus impulsos más primarios y peligrosos.

Lo anterior solamente sería un asunto del diván del sicólogo, de no ser por las graves consecuencias de esas conductas trastornadas. Pero, evidentemente son situaciones de gran trascendencia con impactos muy negativos que exacerban políticas de por sí antiecológicas y antisociales de la fracción de poder que representa el mandatario norteamericano.

Mencionemos algunas: la negación del cambio climático a pesar de la casi unanimidad de la comunidad científica sobre ese problema, la insistencia en adelantar proyectos de extracción de hidrocarburos en zonas naturales protegidas, la política tributaria que privilegia el gran capital, la minimización de la pandemia y de sus efectos, el uso excesivo de la fuerza contra las protestas antirracistas, la defensa y promoción de políticas racistas que criminalizan a la población negra y a los inmigrantes.

El asesinato de George Floyd fue la gota que rebosó el vaso de la paciencia de la población negra frente a los frecuentes asesinatos de afroamericanos a manos de policías racistas. Ese aspecto es solamente uno de las muchas caras de la situación de injusticia y racismo sistémico que caracteriza a la sociedad estadounidense, a pesar de los avances logrados en ese campo en las últimas décadas. Sin embargo, conmueve a toda conciencia humana el dato estadístico de que un joven negro tiene más posibilidades de ir a la cárcel que a la universidad, así como los mayores índices de pobreza en este sector poblacional, que se ha visto reflejado en tasas muy superiores de mortalidad a las de otros sectores en la pandemia del COVID-19. Las políticas de exclusión y discriminación se han incrementado dramáticamente desde el ascenso al poder de Trump en 2016 y se reflejan en el desprecio que manifiesta frente al movimiento “Las vidas negras importan”.

Es el mismo tratamiento que le ha dado a los emigrantes latinoamericanos y del rosario de agravios contra esta comunidad baste resaltar la manera despectiva como se ha referido a México, diciendo que le manda a su vecino del norte narcotraficantes y delincuentes, a lo que se añade su propuesta del muro fronterizo, que, por lo demás pretende que sea pagado por los propios mexicanos.

Sin embargo, previendo que Manuel López Obrador no lo pagará, asesores de Trump desarrollaron la iniciativa “We Build the Wall” (“Nosotros construimos el muro”), que recaudó unos 25 millones de dólares para levantar la obra de forma privada. El 20 de agosto fue detenido Steve Bannon, el polémico exasesor de Donald Trump, acusado de defraudar millones de dólares de donaciones de esta campaña.

Bannon, fue esencial como ideólogo y estratega de la campaña “Estados Unidos primero” que llevó a Trump a la presidencia, ultraderechista, xenófobo, racista y antimigrante. Es la séptima persona del entorno político de Donald Trump que ha sido imputada o declarada culpable, junto a Roger Stone, el exabogado Michael Cohen, el exjefe de campaña Paul Manafort y su socio Rick Gates, el exasesor de campaña George Papadopoulos y el exasesor de Seguridad Nacional Michael Flynn [1].

No menos deleznable es toda la acción desplegada para poner fin a la norma ejecutiva que, aunque no da estatus de migrante legal, de alguna manera protege a los llamados “Soñadores”, personas que llegaron al país ilegalmente antes de cumplir 16 años, conocida como Daca: Acción Diferida para los Llegados en la Infancia. En general, la política migratoria está llena de discriminación y negación de la propia esencia de los Estados Unidos como nación de inmigrantes y crisol de pueblos (“melting pot”), simbolizado en la Estatua de la Libertad abriendo sus brazos a los desheredados de todo el mundo, que entre otras cosas recibió al abuelo del personaje de marras el siglo antepasado.

Donald Trump el xenófobo desciende de un menor migrante de 16 años, su abuelo Friedrich Trump, quien viajó en tercera clase, llegó con una maleta y los bolsillos vacíos, sin hablar una palabra de inglés a la Bahía de Nueva York el 19 de octubre de 1985, procedente de Bremen, Alemania, acogido en la casa de una hermana donde vivió varios años. El abuelo de Trump aceptó ser un migrante por razones económicas y también por evadir el servicio militar. Friedrich cumplió el sueño americano, que Trump hoy le niega a millones de jóvenes que ya residen en los Estados Unidos [2].

Hay dolor de humanidad y estremecimiento en las fibras más íntimas cuando se contempla el espectáculo grotesco de policías esposando niños y llevándolos, separados de sus padres, a centros de detención. Todo esto en un país que se precia de ser un faro de democracia y libertad.

Así mismo, la expedición de decretos que niegan el ingreso a los Estados Unidos a ciudadanos de siete países donde la mayoría de la población profesa la fe musulmana es otra muestra de una actitud discriminatoria y contraria a los principios más elementales de pluralismo, igualdad y libertad religiosa.

Más grave aún, o tal vez ligado indisolublemente a lo anterior, es la actitud de desprecio a la justicia y de irrespeto a la institucionalidad en uno de sus elementos esenciales. Cuando el actual presidente insinúa la posibilidad de postergar la elección de noviembre, cuando nunca, ni siquiera en la Guerra de Secesión, se ha suspendido en los Estados Unidos una elección presidencial y da declaraciones en el sentido de que podría desconocer los resultados, se habla, como se dice coloquialmente, de “palabras mayores” y se está ante un reto sin antecedentes a la democracia en esa nación.

Tan ominosa es esa perspectiva, que se han prendido las alarmas sobre el gravísimo riesgo para la institucionalidad que supone la continuidad de Trump en el poder. En eso coincide un amplio espectro que cubre todos los matices del Partido Demócrata, intelectuales tan destacados como Naomi Klein y Noam Chomsky e incluso algunas figuras del Partido Republicano.

Nunca como en esta coyuntura ha sido tan crucial la escogencia de un presidente de los Estados Unidos. Por el bien de su propio pueblo y de la humanidad en general es necesario cambiar la página y cerrar el capítulo de un sociópata en la Casa Blanca. Esperamos que los afros y latinos que votaron hace 4 años por él, ahora no cometan el mismo error, el voto latino fue decisivo para su victoria. El pueblo de los Estados Unidos debe vencer a Trump y lo que representa. Quizás no cambie mucho nuestra suerte, pero, como dijo Abraham Lincoln, “la probabilidad de perder en la lucha no debe disuadirnos de apoyar una causa que creemos que es justa”.

[1] Arrestaron a Steve Bannon, ex asesor de Donald Trump, por un fraude vinculado al muro en la frontera con México

[2] Un menor migrante sin acompañantes: así llegó el abuelo de Donald Trump a Estados Unidos, Friedrich Trump

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