El meteórico ascenso de Donald Trump en las intenciones de voto de los ciudadanos estadounidenses tiene asombrados a propios y extraños. Algunos analistas políticos opinan superficialmente y dicen que probablemente eso se deba a la novedad e histrionismo del candidato republicano, que finalmente no llegará a la Casa Blanca. El problema está en que cada día que pasa tiene más cara de ganarle las presidenciales a una timorata candidata como Hillary Clinton.
La gente se pregunta por qué los estadounidenses están respondiendo al llamado a a votar por Donald Trump. Es sencillo. Porque Trump podrá ser egolátra, grosero, pero no idiota. Por eso es multimillonario. Su estrategia consiste en hablarle al ciudadano más básico y esencial de su país, a ese que han olvidado en las grandes y modernas ciudades. Trump les está hablando a los granjeros de Ohio, a los ganaderos de Texas, a los algodoneros de Kansas, a los cultivadores de maíz de Tennesse, a los menonitas de Pennsylvania… en fin, le está hablando al Estados Unidos profundo y dormido que ve en este candidato republicano la oportunidad de retomar el espacio perdido por años y años de crecientes libertades, de inmigración ininterrumpida de miles y miles de extranjeros que ven en este país la promesa de una vida mejor.
Esos ciudadanos son la mejor representación del WASP promedio que carqacterizaba inicialmente a la población de los Estados Unidos. WASP es una sigla que en inglés quiere decir White, Anglo-Saxon, Protestant. Es decir, representa a los ciudadanos blancos, anglosajones y protestantes. Ese grupo ciudadano es el que está reaccionando al llamado de Trump. A pesar de que Estados Unidos es un país construido por inmigrantes, los WASP no lo ven así.
Vale la pena recordar una película del genio del cine Martin Scorsese, de 2002. Dicho filme reflejaba el enfrentamiento entre las pandillas de “nativos” norteamericanos y los grupos de inmigrantes irlandeses, escoceses, alemanes y polacos, amén de los negros que estaban a punto de ser declarados libres por el presidente Abraham Lincoln. Esos “nativos” estadounidenses son el embrión de lo que hoy se considera como WASP. Este grupo de población está en contra de que más inmigrantes lleguen a su país y les quiten las posibilidades de empleo, al alimento a sus hijos. Por su religión no aceptan que lleguen a su país nuevos ciudadanos con religiones diferentes traídas de rincones lejanos como Pakistán, India, Libia o Malasia. Ni siquiera aceptan a quienes tienen una fe similar. Ven a los católicos como representantes de una iglesia caduca y corrupta, administrada por un tipo con una ridícula sotana blanca que pretende ser el enviado de Dios en la tierra. La concepción protestante enfatiza que cada individuo, cada familia hace la interpretación que Dios le inspira sobre la Biblia.
Trump es el único político que se ha sintonizado con esta población que tradicionalmente no acude a votar en las distintas elecciones de Estados Unidos, uno de los países con mayor índice de abstención electoral. El millonario neoyorquino entiende sus preocupaciones y por eso enarbola su discurso xenófobo, crítico de la inmigración sea cual sea su origen. En reiteradas ocasiones ha señalado que es esta población la que les está quitando el pan de la boca a las familias estadounidenses, como si ellos no contribuyeran a hacer país, precisamente.
Además, este seudopolítico ha logrado también sintonizarse con esa parte de la población que cree que Estados Unidos es parte de un destino manifiesto en el que le corresponde dominar el mundo, ser la nueva Roma. La política revisionista del presidente demócrata Barack Obama que le ha permitido retirar tropas de Afganistán e Irak es vista por muchos como un peligroso síntoma derrotista en la nación que ganó la Segunda Guerra Mundial y puso al hombre en la Luna. Muchos añoran las épocas de Ronald Reagan, cuando el presidente de entonces luchaba contra el eje del mal, liderado por la antigua Unión Soviética, saliendo victorioso y fuerte de ese peligroso trance.
Ese es el peligro que corre, no Estados Unidos, sino todo el planeta, si Donald Trump se hace al poder presidencial en su país. Puede que un día amanezca de malas pulgas y le dé por decir de algún país, tal como lo hacía en su reality show llamado El Aprendiz: “You’re fired” (estás despedido). Coge el teléfono rojo de la Oficina Oval y ordena una invasión inmediata a Venezuela, a Corea del Norte, o al que más le caiga mal en ese momento. Sería bueno que la ciudadanía de Estados Unidos recapacite, reconsidere sus opciones de voto y no le haga dar al planeta un terrible trump-ezón que ponga en riesgo la seguridad mundial.