Más de cincuenta millones de hispanohablantes viven, residen o han nacido en el país, pero nada más pisar La Casa Blanca, él se apresuró a cerrar la web en español. Más de cincuenta millones de personas a las que ha puesto en alerta tras despertarles de golpe de su sueño americano.
Algunos dirán que es una buena medida. El presidente se siente amenazado ante un idioma que no habla, que no entiende y que considera foráneo. El presidente opina que en EEUU solo se debe hablar inglés porque el idioma español es como una mala hierba que hay que erradicar y eliminar de su jardín privado.
Empezará por limitar el uso del idioma a otros niveles y en un tiempo, dejarán de retransmitir en español algunas emisoras. Otras, puede que desaparezcan o la información oficial ya solo podrá recibirse y transmitirse en inglés.
El nuevo presidente de los EEUU teme a la fuerza latina, teme al avance imparable del idioma español en el mundo al que no le frena ningún muro, teme a algo que no es enemigo de nadie, que no crece por estrategia, que no es malo ni peligroso, teme a la gente trabajadora del sur, teme a los humildes y a los desheredados que harán todo lo que sea necesario para sobrevivir, teme a los niños latinos bilingües que son estadounidenses de nacimiento, de abuelos caribeños y pasaportes fronterizos, teme a la mezcla y a los genes fuertes que surgen de ella.
Algunos dirán: «sí, es una pena, pero yo nada tengo que ver con eso», y entonces se darán cuenta de que son negros y de que un blanco les está apuntando con un arma en la cabeza. Se darán cuenta de que no llegarán a tiempo sus protestas ni sus quejas, porque el nuevo presidente considera más valiosa la palabra del asesino por ser blanco, que la de un inocente negro.
Alguien pensará: «no es tolerable, pero nada se puede hacer, habrá que esperar. Yo hablo inglés, soy blanca, rubia y mis ojos azules, no me afecta». Entonces comprobará que ser mujer también es un inconveniente, porque el nuevo presidente no siente respeto por ella. Comprobará que las leyes para protegerla se paralizan, porque el nuevo presidente no considera acoso ni discriminación lo que para el resto sí lo es. Le da igual si no tiene trabajo, o en caso de tenerlo, si sufre el machismo de sus jefes y la falta de oportunidades para medrar en su puesto frente a un hombre. No tendrá consideración ni con ella ni con lo que represente para la sociedad. Verá como se vulneran sus derechos y comprenderá que no es posible esperar a que algo cambie.
Pero quedarán algunos que, aún así, se sientan a salvo, porque son hombres, caucásicos, angloparlantes, heterosexuales y judeocristianos, como él. No llevan en su sangre restos de sangre indígena Sioux, la de los primeros pobladores norteamericanos. No pertenecen a organizaciones para la defensa de los derechos de las personas, ni de los animales, ni de la tierra. Tampoco han participado en manifestaciones contra el cambio climático, ni van en silla de ruedas o han sufrido algún tipo de afasia que les dificulte el habla o el movimiento. Por último, también cumplen con el requisito de no trabajar ni haber trabajado para la prensa.
Estos pocos tendrán que sentarse a repasar con cuidado si son poseedores de todas las condiciones, lo que no garantiza nada. Tendrán que parecerse a su presidente megalómano, temeroso del mundo, que llegado el momento, si corriera peligro, saldrá corriendo en su limusina a encerrarse en su torre de cristal y dejará fuera a sus clones.
Un presidente que a partir de ahora también descubrirá con angustia que el mundo es más grande que él, más poderoso que él y que, a pesar de sus discursos y ataques, continúa caminando hacia adelante.
Para su desgracia, comprobará que el español es un idioma que no solo se habla en México, sino que es el segundo idioma más hablado del mundo, después del chino mandarín, y el primero en extensión geográfica. Alguien se lo tendrá que decir en algún momento de su legislatura.
Los que han aplaudido con vehemencia el cierre inmediato de la web en español de La Casa Blanca, esos que se han unido para hacer un USA grande de nuevo, supongo que ya habrán revisado si cumplen los requisitos del perfecto americano estadounidense, y si no lo han hecho, que sepan que es muy probable que también estén fuera.
Olga Mesa (filóloga y asesora editorial de español en CulturaliaS)