Me tiene muy entusiasmado lo que está pasando en la precampaña presidencial de los Estados Unidos. Aprecio a ese país más que el mío, porque es uno de los pocos países del mundo donde las cosas se han hecho como Dios manda y no como a la caterva de humanistas fracasados y perdedores, que sueñan con un mundo regido por la justicia, la libertad, la fraternidad y la igualdad se les ocurre. Allí, como lo han recreado los grandes éxitos del Western y los comics de pistoleros –que tanto me encantan- la construcción de la sociedad se ha realizado a plomo venteado y de acuerdo con los parámetros de la ley del más fuerte. Nada de protección y respeto de los derechos humanos. Nada de amparo a los más débiles. Las reglas allí han sido puestas siempre por los que tienen una chequera potente, porque como decía mi abuela paterna: "el que tiene es el que puede”. En lo que compete a la aplicación de la ley, ésta durante largo tiempo ha estado a cargo de aquellos que tienen la mano más ágil para manejar el revólver Colt 38 largo, como Lee Van Cleef o Charles Bronson, en sus legendarias películas. Aquellos que no me crean, solo tienen que repasar los miles de paquitos que cuentan las hazañas de los indomables vaqueros, que escribieron con sangre de indio la epopeya civilizadora el oeste americano. No de otra manera podría explicarse porque tener un arma en Estados Unidos es un derecho consagrado en la constitución, luego de la Segunda Enmienda realizada el 15 de diciembre de 1791
No puedo ocultarlo. Sigo con expectativa día a día los ires y venires de las primarias en el seno del Partido Republicano. He hecho campaña por ese partido y siempre he votado, sin haber yo nunca votado en los comicios americanos, por sus candidatos. Considero que pertenezco a él, aún sin tener yo la ciudadanía del país de la Estatua de la libertad. Las noticias dicen que las cosas van viento en popa para el rubio y millonario Donald Trump. La piel se me pone de gallina al oír su voz. La sangre me hierve de alegría cuando en la televisión informan que el audaz y sagaz magnate del sector inmobiliario sube como espuma “en las encuestas y se consolida como líder republicano”. La sola idea de imaginar a Trump en la Casa Blanca me produce orgasmos múltiples y erecciones súbitas, que no vivía desde los días de mi luna de miel. Mis hormonas me dicen que con él en la presidencia yanqui, la pelotera con los malhechores de éste mundo será –de principio a fin- como en esas películas de Chuck Norris: patadas, palo, plomo y trompadas a tutiplen. No sé si estoy soñando despierto, pero tengo la intuición de que con Trump en la presidencia, como dice la plebe lenguaraz, “va a volar mucha mierda para el zarzo” todo el tiempo.
Para mi Trump encarna el liderazgo que le está haciendo falta al mundo de hoy. Él es un hombre con un don de mando natural; un macho de los que se dan pocos; un varón de esos que no les tiembla la voz para insultar a los pelafustanes que quieren igualarse a los nobles heliotropos de sangre azul; un camaján –en el mejor sentido de la palabra- que no se va por las ramas a la hora de poner en su sitio a las mujeres que se pasan de pimienta; un guerrero curado de espantos, que no se arredra para mandar a callar a cuanto orate se las quiere dar de “guapito” en la cuadra. Trump, estoy convencido, es el tipo de capataz que necesitamos para estabilizar el planeta. Como lo ha mostrado desde antes de entrar en política, con sobrados ejemplos, Trump es un hombre de temple, de esos que no se andan con rodeos en las situaciones difíciles para decirle al adversario sin titubeo: “o se aquieta o lo aquieto pendejo”. En síntesis, Trump es un caporal pantalonudo, capaz de decirle en el hocico a todo calandraco que se quiera pasar la raya: alto ahí o “le doy en la cara marica”.
Su talante de chacho de la película, que no respeta pinta ni le teme al putas, y esa vocación de pistolero sin agüero, que no le tiembla la mano para derramar la sangre ajena, ya ha sido reconocida como un buen signo para la estabilidad del mundo hasta por Vladimir Putin, hombre que sería su mayor contendor en el cuadrilátero mundial. En declaraciones reciente a la prensa el líder ruso ha dicho de Trump que es “brillante y talentoso”. Al elogiar su estilo ha sostenido: "Creo que yo probablemente me llevaría muy bien con él", porque con hombres como él en la dirección del mundo “no creo que tendríamos los problemas que estamos teniendo hoy en día".
No hay signos de confusión. Con el ascenso de Trump, Putin siente pasos de animal grande en la floresta. Por eso se está preparando emocionalmente para lo que se le viene encima pierna arriba, si no agacha la cabeza y besa la mano del nuevo mandamás del mundo. Con sus palabras quiere congraciarse con ese a quien él percibe como el gran jefe pluma blanca; el patrón de patrones; el macho alfa de la grey; el toro que más mea en el rodeo; el pato que más caga en el pantano; el burro que defeca los cagajón más grueso en el camino; el gallo de las espuelas más larga en la gallera; el gavilán de la pluma marrón entre los gavilanes; el mico del bosque con los cojones más oscuros y la espiga más robusta entre las patas.
En vez de marcar territorio y desafiarlo, Putin lo elogia, le rinde pleitesía, le ofrece colaboración, le cede el paso, se echa a tierra, ofreciéndole el cuello para que se lo muerda, como sucede con un lobo gregario luego de una disputa con el cacique de la banda. Eso es lo primero que hace un macho de menor rango cuando percibe la presencia del macho alfa en su territorio. Cuando lo huele y se da cuenta de su pedigrí, voltea la grupa, le abre paso y lo sigue. Con su gesto, el Zar de los Ruso ha mandado un mensaje sin equívoco y le dice al pueblo estadounidense: “el hombre de la situación es Donald y yo estoy a su completa disposición”.
El ascenso continuo y vertiginoso de Trump en las encuestas me tiene ahíto de placer. ¡Ya me lo imagino en los debates frente a la eventual candidata Demócrata! Con ella va a barrer y trapear el piso. Se va a comportar como un patrón de mano dura con una sirvienta rebelde. La va a tratar a los machacones. La va a poner a bailar el indio en paruma en una sola baldosa. Le va a cascar los piojos a cocotazos. Y no es para menos. Si yo me encontrase en su lugar, a esa mujer en vez de de dirigirle la palabra la levantaría a nalgadas, para que su cuerpo sepa por fin cuánto pesa verdaderamente la mano de un hombre de pelo en pecho y bigote debajo de la nariz carajo.
Pero lo que me está gustando del discurso de Trump es que él trata de devolver las aguas al pozo de donde no debieron salir. Tengo la esperanza de que con él en la Casa Blanca, las cosas volverán a ser como antes. La América Latina volva a ser el patio trasero de los Estados Unidos. Cuba volverá a ser “prácticamente un burdel manejado por Washington”. La América central volverá a ser una gran plantación bananera, donde se haga la voluntad de los gerentes de la United Fruit Company.
En cuanto a Colombia, abrigo la esperanza de que nuestro país se convierta por fin en una gran base militar, donde los marines podrán darse el placer de desvirgar vírgenes impúberes a su antojo de manera impune. En esas condiciones, Cartagena podría convertirse en un gran bataclán, donde los guardaespaldas de Trump podrán ofrecerse sin sobresaltos, tórridas noches de desenfreno con bataclaneras, que le demuestren porque nuestro país tiene la fama de ser el país que tiene una ciudad que ha sido catalogada “como el burdel más grande del mundo”.
En mi corazón guardo el anhelo de que la llegada de Trump al Despacho Oval enderece el destino de América. Trump tiene, sin duda, la enjundia para meter a Peña Nieto en cintura y obligarlo a detener la invasión, que vienen realizando los indios chuchumecas, con la complacencia demócrata, del territorio gringo. Para evitar el paso clandestino de tanto sudaca piapoco al suelo del imperio, Donald ha prometido: y yo sé que lo cumplirá porque él es un hombre de acción, levantar por fin entre el Golfo de México y el Golfo de california esa gran cortina de alambre de púas, que varios presidentes han prometido, pero ninguno ha sido capaz de construir. De ese modo se evitará que la barbarie mestiza, que habita al sur del Río Bravo, se tome ese abra de civilización Eurocaucasica, que Dios ha instalado en América del Norte para expandir el proyecto celestial en estas tierras de hombres impíos, adoradores de ídolos de barro. Con Donald en el poder se le pondrá un dique a esa amenaza, que el brillante Samuel P. Huntington identificó como la mayor amenaza contra la cultura yanqui: la invasión latina.
Pero Trump no solo le pondrá un tatequieto a la entrada de tanto latino al territorio americano. No hay que negarlo. La llegada permanente de tanto mequetrefe pobretón con la idea de hacer realidad el American way of life ha llenado “la casa de enemigos”; porque, no nos digamos mentiras: “los inmigrantes latinoamericanos y sobre todo mexicanos; como lo dijo claravidentemente Huntington, son inasimilables y por lo tanto representan una amenaza para la seguridad de Estados Unidos” y la hegemonía del hombre blanco en el mundo. Para ponerle una cortapiza a ese peligro, Trump organizará una deportación masiva de los intrusos; confiscará sus remesas; cerrará las fronteras a los indeseables; eliminará la nacionalidad a hijos de indocumentados nacidos en el país; reducirá los programas de refugiados; y pondrá en marcha una reforma migratoria que haga grande de nuevo a los Estados Unidos, pero sin inmigrantes de color prieto y sangre de cuarterón.
La promesas no para allí. Trump también ha hecho un llamado para “prohibir la entrada de musulmanes a EE.UU.” Además se ha propuesto crear un registro único de los creyentes en Alá que ya viven allí, amén de cerrar sus mezquitas, para obligarlos a marcharse a sus países de orígenes o convertirse al cristianismo. Así como don Rodrigo Díaz de Vivar: el inmortal Cid Campeador, llevó a cabo la expulsión de los moros de España en el epilogo de la Edad Media, Trump va a expulsarlos de los Estados Unidos, en el colofón de la época moderna, materializando de ese modo la utopía fantástica de la guerra de civilizaciones, gran sueño dorado de Huntington.
En otro frente, para mejorar los niveles de seguridad del país, Trump “ha dicho que si llegara a la Casa Blanca restablecería la tortura por ahogamiento simulado a sospechosos de terrorismo”, que fuera “utilizada por la Administración de George W. Bush para extraer información a los sospechosos detenidos tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 y prohibida por el actual presidente, Barack Obama, poco después de llegar al poder en 2009”.
Como ven, con Trump el retorno a los buenos viejos tiempos se hará realidad y un mundo peor y más tremebundo también puede ser posible “sus merecedes”. No quiero hacerme ilusiones, pero podría ser que Trump, con esa energía belicosa que le carcome las viseras, nos puede hacer posible la fantasía por tanto tiempo aplazada de la tercera guerra mundial. Si el negrito afeminado de Obama ha puesto todo su esmero en apaciguar al mundo, desactivando la carrera nuclear de Irán y apagando, de manera definitiva, las últimas brasas de la Guerra Fría, que ardían en el Caribe, Trump nos puede ofrecer la deflagración de un espectáculo pirotécnico de talla mayor si se lo propone.
Para eso sólo tiene que darle un coscorrón al chinito furioso de Corea del Norte, pisarle un callo a un Talibán enrevolvado, arrancarle el turbante a un Ayatola, zamparle un par de soplamocos a Maduro o patearle las pelotas a los chinos. De ese modo los esfuerzos de pacificación del mundo, que se han propuesto los líderes mundiales más importantes de
las últimas cinco décadas se habrían terminado. Las páginas de la historia universal volverían a ser escritas con sangre humana de hombres jóvenes, vertida furiosamente en los campo de batalla, a nombre de ideas estrafalarias, inspiradas en el nacionalismo reaccionario y patriotero, que estimula los sentimientos más altruistas que se tejen en lo profundo de la caverna planetaria. ¡Qué Dios bendiga e ilumine Donald y lo guie en esa cruzada de purificación de la raza humana y redención del mundo que elucubra su cabeza calenturienta!
Como siempre, no siendo más por el día de hoy, se despide de ustedes su humilde servidor Casimiro Del Valle La Montaña de Gutiérrez de Piñeres, quien los invita a seguir escuchando su emisora Ondas de la Caverna, que transmite desde la noble ciudad de Hoyo Oscuro, localizada en lo más profundo del Caribe Colombiano.