Intimidad versus confianza es un viejo conflicto en la práctica clínica. Supongamos que usted va a su médico de atención primaria por un dolor de cabeza y le pregunta detalles de su vida sexual. Es una pregunta apropiada si el dolor de cabeza se asocia al coito como cefalea sorda que se inicia antes del orgasmo o como “un trueno durante el orgasmo” (Frese A et al, Headache associated with sexual activity: Demography, clinical features, and comorbidity. Neurology, 2003;61:796-800). Esta es una seria condición más frecuente en hombres (no es el clásico dolor-de-cabeza-excusa-femenina típico de las películas norteamericanas) y puede simular un más grave accidente cerebrovascular requiriendo por tanto un interrogatorio cuidadoso. En este caso las preguntas sobre su vida sexual son apropiadas. No lo serían si la condición fuera una otitis media crónica. Limitar el interrogatorio médico por respeto a la intimidad esperando ganar o preservar la confianza del paciente no es tarea fácil. Se necesita tacto, experiencia y en algunas circunstancias conocimiento de la legislación pertinente.
Por ejemplo, en la Florida el médico no puede preguntar al paciente si tiene armas en su casa (The Question Doctors Can't Ask, The Atlantic, agosto 11, 2014) Ni siquiera a padres de menores o pacientes con riesgo de suicidio. Se considera esta pregunta una intromisión ilegal en el derecho constitucional del ciudadano estadounidense a portar armas. Otros diez estados de la Unión Americana han introducido legislación parecida. Es como si en la época navideña nuestros pediatras no pudieran preguntar: ¿Piensan quemar pólvora en la casa este diciembre? Reclamamos un derecho personal a ser imprudentes o tomar riesgos innecesarios que ponen en peligro a otros.
Todo esto podría quedar en una discusión teórica sobre dilemas éticos y legales de la intimidad del paciente pero en los últimos meses un problema similar ha saltado a la arena pública: ¿pueden los homosexuales donar sangre? Hace algunos años como director médico de un banco de sangre fui testigo de un caso que ilustra las dificultades de inquirir sobre esto. Un miembro de la comunidad LGBT ejercía “la profesión más antigua”, como se decía antes, y fue herido gravemente una noche. Requirió transfusión masiva de hemoderivados y su tipo de sangre era escaso en las reservas del hospital. Un reportero dio la noticia por radio solicitando donar sangre. Una docena de compañeros de la comunidad LGBT se acercaron a hacerlo. El personal del banco, siguiendo protocolos establecidos, les explicó que no podían hacerlo por su conducta sexual habitual y los riesgos para el contagio con VIH. Se sintieron discriminados e injuriados iniciando una vocinglera protesta en la oficina del director. Aunque era tarde en la noche fui llamado a brindarles una segunda explicación respetuosa sobre la posibilidad aumentada de infección por ciertas conductas de riesgo. Y además aclararles que la donación podría contaminar a otras personas distintas a su amigo pues las pruebas de tamizaje no eran 100 % efectivas para detectar y prevenir la infección al preparar hemoderivados. El grupo se calmó, el paciente se salvó no necesitando más sangre y la cosa no pasó a mayores.
La decisión de impedir totalmente a varones homosexuales la donación de sangre estaba justificada en aquella época porque las pruebas de laboratorio para prevenir la transmisión de VIH no eran absolutamente perfectas, aún no lo son, y se dependía de una serie de preguntas personales para aceptar la sangre donada: ¿tiene una vida sexual promiscua sin protección adecuada?, ¿ejerce la prostitución o frecuenta prostitutas?, ¿usa drogas ilegales inyectadas?, ¿es homosexual? No eran fáciles y sorprendentemente tampoco se entendían claramente a veces: ¿qué es sexualidad promiscua? ¿qué es homosexualidad? ¿masculina o femenina? Además en nuestra cultura homofóbica e hipócrita la discriminación rampante exige a veces mentir o hacerse el bobo.
Esas preguntas siguen siendo difíciles para el personal del banco de sangre y los posibles donantes. Requieren gran sensibilidad social, cultural y personal. Las pruebas de laboratorio han mejorado mucho y en los últimos años las comunidades LGBT de varios países han solicitado levantar la prohibición de donar sangre a personas homosexuales (Why are blood donors asked their sexual history? BBC, 3 de diciembre, 2014). En el Reino Unido se prohíbe donar sangre al donante masculino que haya tenido sexo con otro hombre en el último año. En los EE. UU. el “Invima” gringo, FDA, cambió recientemente su política y la hizo similar a la británica, 1 año de no tener sexo con otro varón para poder donar sangre (FDA Statement, 23 de diciembre 2014). En Canadá se aumenta el período de “espera”, tiempo de castidad homosexual, a cinco años. En países como España, Rusia, Italia y otros se ha suspendido la prohibición pero se propone un interrogatorio de tamizaje más directo y detallado para todos, por ejemplo: ¿ha tenido usted sexo anal receptivo? Recordemos todos: la transfusión es una relación biológica íntima, si podemos preguntar “cositas” incómodas a una potencial pareja sexual también debemos hacerlo a los donantes de sangre.