Agustín Sanchéz es uno de los arrieros que acompañó la expedición en defensa de las selvas de los orientes, en la ruta que partió desde Argelia Antioquia, atravesando la cordillera central entre el 5 y 10 de diciembre . Con dos mulas que le regaló su padre Rudesindo Sánchez, la Marquesa y Calabozo, Agustín Sánchez salió a la edad de los 18 años a hacer su primera encomienda de arriero, desde la finca La Arboleda, en la vereda Giraldo. Era 1956 y su destino era Guadualito, corregimiento a cuatro jornadas de trocha.
Agustín, afectuosamente llamado Tino entre los suyos, cuenta hoy 78 años de edad, 60 de los cuales ha vivido sobre los lomos de un equino molar, entre aparejos y enjalmas, labor que compagina con la molienda y la producción panelera.
Su infancia transcurre en Giraldo entre una familia de agricultores, al lado de su madre María de Jesús Narváez ayudaba en la molienda de panela y en la fonda de carnicería que administraba su padre, de quien aprendió a trabajar el campo y de quien recuerda “tenía mulas y me mandaba a llevar café a otro lado y entonces yo le fui cogiendo amor a las mulas”.
Por su ubicación sobre la cordillera central, la accidentada topografía obligó a sus habitantes a desarrollar la arriería como forma de subsistencia entre esas profundas hondonadas y despeñaderos. En esta región del oriente lejano antioqueño solo cuenta con una vía destapada al municipio de Sonsón, a dos horas en carro, y dos carreteras destapadas que lo comunican con Caldas y que juntas suman 9 kilómetros de vía carreteable. Y claro, una intrincada red de caminos de herradura.
Henry Mauricio Monsalve, historiador y trovador argelino cuenta que “este es tal vez el municipio con más mulas del país, y que por eso mediante acuerdo municipal se crearon en 1983 las Fiestas de la Mula, como reconocimiento a esta especie equina por su aporte en el comercio de la región”. Al 11 de septiembre de 1983 Argelia contaba 2 mil 600 mulas en servicio activo, casi el mismo número de habitantes en su cabecera municipal.
“Mi primer viaje fue en 1956”, recuerda Agustín “el primer viaje que yo eché fue pa Guadualito, donde yo aprendí fue a arriar, me convidó un compañero, un señor Roberto Arango, me convidó: vámonos home tino por un viaje de maíz, al alto de Samaná de primera vez, y yo seguí arriando, después ya me convidaron paque fuera a arriar por Sonsón, yo arrié pa
arriba pa Aguadas, pa
Santana, también en Mirmita, por ahí estuve como cuatro años”.
Arreando con la guerra
Su vida ha estado tan marcada por el paso de herradura como por la marcha de los violentos. En la historia del conflicto en Argelia el corregimiento de Guadualito fue uno de los más golpeados y la vía que comunica con la cabecera municipal en particular, pues al decir de la gente se construyó a sangre y fuego.
Desde 1995 se sabía de presencia de las FARC en los alrededores de Argelia, donde sus caminos de herradura servían de corredores estratégicos hacia otras regiones del oriente antioqueño y hacia otros departamentos como Caldas. Entre los años 2000 y 2003, cuando incursionan las Autodefensas Unidas provenientes del Magdalena medio y de Sonsón, desatando una violencia ensañada sobre la población campesina.
De acuerdo con el ejercicio de reconstrucción de memoria histórica Libro blanco de Argelia, adelantado en los territorios por la Legión del Afecto, “allí los paramilitares promovieron una estrategia de guerra construyendo una carretera desde La Danta que les permitiera a los jefes paramilitares llegar con sus tropas de forma rápida a Guadualito y Caldas, donde se trasladaron con sus familias, fomentando una nueva colonización. Esta carretera pretendía llegar hasta Argelia para disputar el bastión construido por las FARC en Nariño, Sonsón y Samaná. En la Danta residían dos de sus jefes más temidos en la región: Ramón Isaza y alias Maguiver”.
Las FARC en repetidas ocasiones intentó frenar la llegada de las AUC hasta el corregimiento de Guadualito, minando la ruta por la que se construía la carretera y sosteniendo enfrentamientos, que se recrudecieron en marzo de 2001 cuando toda la población civil de Guadualito debió abandonar sus parcelas.
Los caminos de Agustín se poblarían además de aventuras y de lejanías, de uniformados, del que recuerda un día en que sus conocimientos de gentes y caminos por las regiones lo salvaron a él y a toda su familia:
“Un día lunes mataron un hermano mío en la terminal, un hermano medio y al martes fui al entierro; de ahí bajé yo el miércoles por la mañanita y estaba esa gente en mi finca, cuando arrimé yo a entrar al potrero y el broche abierto, yo me bajé y cerré el broche, y seguí hasta arriba; cuando ya iba a voltear allá, vi el candado abierto y ya vi tres uniformados, los saludé y no me contestaron nada, y dije pero qué raro y seguí, llegué allá a la enramada, y estaban los otros, estaban sentados ahí como cinco, entonces les digo muchachos, buenos días, ¡eh! no me contestaron nada, y entonces volteé la yegua, la desfibrilé, salí a la cocina a tomar aguadulce, cuando allá me encontré con otros que estaban en la pesebrera.
Otro combo grande, pues eran 16 paracos que estaban ahí, también estaban los trabajadores míos, los que me ayudaban a moler, los tenían ahí encerrados y no se podían mover, mientras llegaba el patrón.
Entonces yo arrimé a la cocina cuando me llamó uno que lo llamaban El Orejón: era un comandante de los paracos; que haga el favor y se me presenta aquí, hombre, que usted es capataz de la guerrilla. Pero cómo así hombre muchachos, yo no soy capataz de nada, aquí el que llega yo lo atiendo. Vea estos son cuatro que trabajan conmigo, cómo va a creer eso, este es el arriero, este muchacho me está haciendo un techo allí en la enramada que está muy mala y los otros están arreglando la caña allí pa’ bregar a sacar la carga.
A mi mujer la tenían allá encerrada en la pieza con mi niño de 7 años y mi niña ahí pegaditos que porque nos iban a matar. Una cosa muy horrible con esa gente allá. Entonces ya el capataz, que tiene una oreja más grande que otra, y por eso lo llaman El Orejón, me dijo: de todas maneras usted si es amigo de esa gente. Yo le dije: vea doctor, es que cómo hago yo, usted sabe que el que tiene el arma es el que manda, le dije yo a él, y ahí manda el que quiera. Eso es verdad, a mí me ha tocado llevar carga por allá y me pagan también. A mí no me roban, ellos serán malos y tal cosa, pero a mí me pagan y aquí también tienen alfandoque y llevan panela y qué hago pues yo.
Ya uno ahí como que se sonrió y dijo: Sánchez, sí, es verdad y ya como que me mostró un poquito de él, comenzamos a charlar, y me preguntó: ¿usted es quién?, que trato de conocerlo, y ya me le presenté: si yo lo conozco a usted, yo soy de José Orozco, y él ya dijo: no, si este señor no ha sido sino arriero no más.
Y ya se arrimó otro que me preguntó: usted ha estado en Puerto Triunfo y yo sí he estado allá, en La Danta, y los carniceros que mataban ganado por allá eran Noe y Roberto Barco, que eran los más sonados, y luego que en San Pedro, qué si había estado allá y qué quiénes son los de plata allá, y pues los ricos eran Murcia, Elias Osorio y don Luis Ospina y ya me dejaron como tranquilo”.
Sin embargo los hostigamientos a la familia de Agustín continuaron como la vez en que le ahogaron su mulada (unos siete ejemplares) en el río La paloma, cercano a su finca. Y debieron salir desplazados hacia la cabecera municipal de Argelia, para retornar algunos años después.
La hija menor de Agustín, Ana María, es quien más lo acompaña en los viajes y con su cámara le sigue sus pasos y le confiesa “recuerdo a mi papá robusto y fuerte, con su cabello joven y su caminar erguido, lo recuerdo siempre herrando las mulas o haciéndoles melaza, armando cargas o haciendo negocios, tomándose sus cervezas o jugando dado después de una ardua labor, conoce más que nadie cada centímetro de Argelia y puede relatarme sin ningún problema quién vivía en cada esquina del pueblo, con nombres, apellidos, número de hijos y hasta el nombre del perro”.
Don tino es considerado uno de los personajes ilustres de su pueblo, donde ha sido reconocido en las populares fiestas de la mula como el arriero mejor ataviado y la carga mejor amarrada, entre otras condecoraciones, por eso cuando la expedición por las selvas de los orientes para que viva la paz, llegó a su destino Puente Linda Antioquia, lo recibieron con un aplauso, a él y a su mulada que venía cargada con el equipaje de los jóvenes legionarios.