Don Mariano, el abuelo que espera no morir en la total sordera

Don Mariano, el abuelo que espera no morir en la total sordera

Desde hace tiempo, tiene problemas de oído. Aunque había conseguido que la EPS le aprobara unos audífonos, estos nunca llegaron. Ahora lo intenta de nuevo...

Por: Edgar Augusto Torres Sotelo
mayo 22, 2020
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Don Mariano, el abuelo que espera no morir en la total sordera

Como si se tratara de un chiste, don Mariano Torres Lancheros, un paciente diagnosticado con sordera y daños irreversibles en su cerebro, espera sentado la cita que le otorgó la EPS Medimás Quindío, vía telefónica. Madrugó y al sorbo de un tinto se sentó en un viejo sofá de la sala de su casa, mirando fijamente por la ventana hacia la vía La Línea. Él está en Calarcá, departamento del Quindío, a escasos cinco minutos del mítico carreteable.

Entre sus elucubraciones dice que no verá el túnel de ocho kilómetros entregado y también vaticinó que tampoco volvería a escuchar. Se rio con pesar y desaliento. A don Mariano le gusta el tango, es de los viejos de esa generación de caficultores que llegaron a Bogotá en la década del sesenta a trabajar. Lo hizo con Rosalbita su esposa y allí hicieron la familia, lejos de la violencia. Una vez pensionado en el distrito regresó a la zona cafetera.

Suena en la radio Volver, un tango de Gardel. Mariano se levanta de la silla y mete las manos en los bolsillos. Da un par de pasos y se acerca al equipo de sonido para tratar de saber que suena. Se pega al bafle casi que abrazándolo…

“Yo adivino el parpadeo, de las luces que a lo lejos, van marcando mi retorno, son las mismas que alumbraron, con sus pálidos reflejos, hondas horas de dolor”. El abuelo dice que alcanza a escuchar unos ruidos y que parece fuera un tango. Vienen a su memoria los viajes en Willys por las trochas quindianas, luego de extensas jornadas de recolección, donde su tío abuelo lo contrataba como a cualquier jornalero. Recuerda al padre Morales (quien bautizó a uno de sus hijos con un revólver bajo la sotana), Chispas, Efraín González y otros en esa violencia partidista.

Don Torres primero trabajó en una estación de gasolina en Bogotá, pero antes había aprendido las artes de la carpintería y conjugaba los dos trabajos. Alguna vez lo recomendaron en la Secretaría de Salud y fue vinculado como celador. Allí se pensionó y hasta el sol de hoy paga mensualmente un servicio que no le dan. Ni Medimás ni ninguna EPS a la que ha estado afiliado. El gobierno para el que trabajó tampoco hace nada por él.

Suena el celular pero no lo escucha porque el sigue con la mirada perdida en la cordillera central y tratando de escuchar, como queriéndose meter en el bafle. Hace mucho no sabe qué es un "aló, soy tal...". Pasa todos los días o leyendo o solucionando crucigramas viejos de la prensa del Q’hubo. Cuando no, acostado mirando al techo.

"Aló", contesta uno de sus hijos. Es la doctora Johanna Gómez. Por su acento parece de la costa norte. Ella explica la dinámica de la cita telefónica, mientras su interlocutor muere de la risa de la situación tan particular entre un doctor y un hombre sordo a través de una línea telefónica, con interlocutor a señas y gritos.

De inmediato la profesional se adelanta y dice que la cita se hará telefónicamente porque el abuelo es mayor de 70 años.

"Papá", le grita su hijo… pregunta no sé qué cosas. La doctora cuenta que va a remitir a don Mariano al otorrino y que la familia debe patinar la autorización, pero solo hasta que termine la cuarentena.

Mariano de manera burlona atina a decir que ni siquiera muriéndose lo atenderán y se sienta enojado. Esta pandemia lo tiene muy aburrido porque ya no puede ir a los cafetines de la galería a compartir tinto con algún amigo. Una vez salió y casi lo atropella un carro que le alcanzó a pitar y, como si fuera un milagro, logró saltar al andén. Ya no puede salir solo. Todos en la casa del abuelo están muy aterrados de cómo pasan los años y Medimás no le soluciona su problema.

Hace un año tuvo la fortuna que en Armenia Quindío lo revisarán y le dieran la cita que esperó durante más de seis años: una remisión al otorrino. Llegado el día, fue puntual. Le tomaron los datos de rigor y lo sentaron. Le dieron una consulta para medirle el daño y hacerle los respectivos exámenes. Era en Audicom, una IPS con la que Medimás tenía convenio. Todo fue color de rosa. Le aprobaron unos audífonos.

Nuevamente lo agendaron para hacerle un último chequeo y medición de los oídos y leerle los exámenes. Lo enviaron al especialista. Una joven que lo introdujo en una cabina al parecer con los más altos estándares de calidad para medir que tan potente tendría que ser los aparatos.

Antes de irse, la propia especialista le dijo que los mandatarían a construir en Alemania, pero que si le interesaba se los traía más rápido por una cómoda suma de tres millones de pesos. El abuelo dijo que esperaría que le llegaran de Alemania, quizás pensando que eran más finos.

Pasó un año. Los audífonos nunca llegaron y al parecer Medimás no pagó a la IPS y el trámite se rompió. Los audífonos se perdieron en la mar o nunca salieron de Hamburgo, Colonia o Berlín. Igual, el abuelo sigue pagando su cuota de casi $400.ooo al mes por una seguridad en salud que no tiene. Ni siquiera la Superintendencia en Salud puede hacer algo. Es una convidada de piedra y no le importa. Además, ahora por la pandemia del coronavirus, todo es peor.

Mariano sigue intentando escuchar a Gardel. “Yo adivino el parpadeo, de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno, son las mismas que alumbraron con sus pálidos reflejos, hondas horas de dolor”. La doctora termina la cita médica e invita a recoger en la oficina de la EPS la orden para el especialista otorrino.

Los noticieros todos los días denuncian, pero es tal la corrupción que ya no importa el titular, la nota, las quejas. Medimás no puede ya y Mariano seguirá sordo hasta los últimos días, hasta cuando ni siquiera pueda escuchar ruidos. "De pronto me hacen otro examen y ahí sí me los dan", dice, antes de sentarse resignado a mirar por la ventana.

Mariano es mi papá

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