Nada les ha sido fácil. Ni a don Manuel Aguas ni a las ochenta familias que trabajan la tierra en Villa Colombia, en el municipio de Ovejas. Creció como la mayoría de campesinos del país sometidos al régimen de aparcería en las grandes haciendas de Sucre y de la Costa Atlántica donde los terratenientes le cedían trozos de tierra para los cultivos de pan coger o para cosechar productos que luego debían compartir con sus dueños; sin ingresos decentes traducidos en pago en especie y a tener propiedad sobre las parcelas que trabajaban.
Don Manuel acompañó como tantos en los años 70 los movimientos de lucha por la tierra, con tomas y protestas en las cabeceras municipales para forzar a reaccionar a los gobernantes locales. Formó parte de la Asociación de Usuarios Campesinos liderada en Sucre por Alejandro Suarez que impulsaron la reforma agraria durante el gobierno del presidente Carlos Lleras Restrepo. Don Manuel junto a un grupo de campesinos de Sucre lograron que el recién creado Incora –Instituto de la reforma agraria- les adjudicara en la modalidad de “común y proindiviso” y no como parcelas individuales, parte de la extensa hacienda Villa Colombia que le pertenecía a Eduardo Garcia quien junto a un puñado de familiares como Gabriel y Juan García, así como los Taboada, eran propietarios de la tierra de departamento de Sucre. Igual que Villa Colombia otras haciendas vecinas como La Borrachera y El Descanso fueron entregadas a los labriegos para habitarlas y trabajarlas colectivamente. Fue asi como se consolidó alrededor de las parcelas comunes entregadas por el Incora y trabajo asociativo, una comunidad solidaria de pequeños agricultores que cultivaban ñame, maíz, plátano, yuca, frijol que hizo durante décadas tuvo una vida humilde pero amable, con trabajo honrado y capacidad para sobreaguar los malos ratos, asegurar comida para todos y comercializar los excedentes en los mercados veredales. Vieron crecer las familias y progresaban sin afán ni grandes ambiciones en la verdea Villa Colombia a donde se juntaban los campesinos de La borrachera y El descanso.
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Don Manuel no esconde su nostalgia cuando recuerda los años de una paz que se volvió esquiva a finales de los 80 y especialmente de los años 90 en adelante cuando llegaron los primeros asomos de grupos guerrilleros con distintas siglas y nombres. A mediados de los 80 llegaron los primeros núcleos de guerrilla con distintos nombres, siglas que don Manuel confunde, PRT, CRS; gente uniformada y armada que se topaban en los caminos, llegaban a las fincas cogían alimentos, irrumpían en las reuniones verdales a donde llegaban sin uniformes para confundirse con los pobladores, una convivencia que inicialmente no pesó pero que finalmente generó señalamientos y retaliaciones violentas por parte de los nuevos uniformados, los paramilitares, que llegaron a “limpiar” una década después. Llegó también el Frente 37 de las Farc con sus medidas drásticas, atropellos, secuestros, enfrentamientos con la fuerza pública, bombas, ataques a las veredas donde cayeron muchos inocentes. Los finqueros medianos y los grandes hacendados abandonaron las propiedades y en el campo de los Montes de María fueron quedando los más pobres, aferrados a sus parcelas, los campesinos como don Manuel y su hermano Felipe que terminaron, junto a tantos en la lupa de los paramilitares. La muerte, el horror y la zozobra de la guerrilla, de los paramilitares del Bloque Héroes de los Montes de María bajo el mando de Diego Vecino y Salvatore Mancuso con sus amenazas y sus masacres se tomaron el mundo tranquilo de unos campesinos que habían logrado sobrevivir con su pobreza digna, compensada con una vida en comunidad rica. No les quedó opción distinta a abandonar Villa Colombia y salir a buscar seguridad entre familiares y amigos, arrinconados en los cinturones de pobreza de las cabeceras municipales de Sucre, Córdoba, Bolívar. Fue el éxodo de los Montes de Maria.
Fueron demasiados años los que las familias de Villacolombia habían pasado juntos como para no mantener contacto. Cualquier decisión sería como siempre, colectiva. Siempre tuvieron en mente retornar a rehacer su vida en la vereda, a cultivar en aquellas parcelas ganadas con su lucha y trabajadas sin descanso durante décadas por padres e hijos. Fue así como en el 2004 treinta de las familias que habían terminado malviviendo en Ovejas, el Carmen de Bolivar o en Sincelejo se juntaron para retornar voluntariamente, bajo su riesgo a Villa Colombia y a la Borracherra, entonces tierras atrapadas por la amenaza y la soledad donde reinaba el miedo. Pocos meses después se les unieron las otras 56 familias decididas a afrontar la adversidad bajo cualquier circunstancia. La vida para ellos solo existe en el campo en el trabajo de la tierra.
Con la presión de los fusiles de todos los bandos encima cuando la guerra arreció en el 2005 y 2006, los campesinos decidieron para evitar tener que volver a desplazarse, organizarse para defenderse. Curtido en las movilizaciones de los años setenta, don Manuel quien no se cansa de recordar que nada en la vida le ha sido dado gratis, es un convencido que la resistencia tiene como condición única: la unidad. Con ese empeño nació el núcleo inicial de la Asociación de campesinos retornados –Asocare- que reúne a las familias de Villacolombia no solo para resistir las presiones dirigidas a forzar el abandono de las parcelas sino para sacar proyectos productivos como el apiario que logran producir litros de la mejor miel de Montesmaria. Han ido lejos. Con el liderazgo de Graciani Zambrano se han propuesto conseguir, amparados en la Ley de víctimas, una reparación colectiva que asegure la propiedad definitiva sobre su tierra.
La asociación Asocare forma parte de la red de Organizaciones de población desplazada de Montes de Maria –OPD- conformada por más de 45 organizaciones de los departamentos de Bolívar y Sucre con realidades similares a las afrontadas por los campesinos de Villa Colombia. Líderes como Wilmer Vargas de María La Baja y Amilkar Rocha de San Jacinto hacen parte de este ejercicio de trabajo desde la base en los territorios que está apoyado por organizaciones como Oxfam, Planetapaz, Ayuda en acción y la Corporación desarrollo solidario, con años de arraigo en la región.
A sus ochenta años, don Manuel Aguadas escucha con paciencia y mira con serenidad las promesas de leyes y apoyos gubernamentales que lleva escuchando décadas. Su única realidad cierta es la parcela en la que ha cultivado siempre, la modesta casa que señala a la distancia donde han crecido sus hijos y ahora retozan los nietos; esa parcela de la que nunca volverá a separarse y donde con elementales apoyos para que no falte el agua, las carreteras se hagan transitables para que entren y salgan insumos y cosechas, puede si no lo molestan ni atropellan, terminar sus dias tranquilo e incluso feliz.