Hace algunos años, cuando vivía en Bogotá, decidí llevar a cabo una pequeña e informal encuesta con la que buscaba saber cuál era la figura boyacense más reconocida por los colombianos que no nacieron ni han vivido en Boyacá, y fue gracias a ese ejercicio propio del desocupe que descubrí que uno de los paisanos con mayor nivel de exposición para nuestros connacionales era, nada más y nada menos, que el célebre “Don Jediondo”, y nombro de manera directa al personaje porque ninguno de mis encuestados contestó “Pedro González”, que es el nombre de pila del hombre oriundo de Sutamarchán que lo creó y lo personifica.
Pedro Antonio González González es el tipo que, desde mediados de la década del 90, se ha encargado de venderle a los colombianos la imagen de un boyacense ignorante y morboso que, desafortunadamente, se ha convertido en la representación viviente de la cultura de mi departamento para millones de ciudadanos de un país que cree que el humor solo se puede hacer tratando de jugar con un doble sentido que no es otra cosa que una bandera de la mediocridad y un tributo a la falta de creatividad.
La ruana, prenda de valor inconmensurable para nuestra región, se convirtió tristemente en la indumentaria de un sujeto que hizo de la obscenidad y la indecencia sus únicas herramientas para sacarle risas a un público criado bajo un paradigma humorístico que, como casi todos los males de nuestra sociedad, fue propagado por los grandes músculos económicos que manejan la caja estúpida, a través de sus empresas infames llamadas RCN y Caracol.
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Lo que no saben muchos de esos colombianos que encuentran felicidad en el limitado estilo cómico de González sobre los boyacenses es que, lejos de ser lo que muestra “Don Jediondo”, somos una sociedad profundamente inocente, que por eso mismo ha sido víctima de los politiqueros miserables que siempre se han aprovechado de nuestros verdaderos ídolos, como Nairo Quintana, a quien utilizan don Carlos Amaya y su pandilla cada vez que hay que salir a vender populismo para ser recompensados en las urnas.
Sin embargo, no solamente tenemos como característica la inocencia, sino que también somos un pueblo trabajador e inteligente que, pese a que ha tenido que emigrar a Bogotá por falta de oportunidades en la tierrita, no solo sirve para exportar empleadas de servicio doméstico y vigilantes, como siempre han querido mostrarlo las élites bogotanas, sino que también le entrega al mundo científicos como el ingeniero Efrén Darío Acevedo que acaba de volver de la Expedición Antártida, deportistas como el pesista Héctor García que se coronó campeón panamericano hace un par de semanas, e íconos culturales como el maestro Jorge Velosa que fue el primer colombiano en presentarse en el mítico Madison Square Garden de Nueva York, en 1981.
Sin embargo, lo malo del señor González González no se queda solamente en el daño que le hace a la imagen de Boyacá, con su personaje humorístico, sino que también lo concreta desde su rol como empresario, cuando por ejemplo algunos de los proveedores y empleados de sus restaurantes “Don Jediondo Sopitas y Parrillas” denunciaron que el susodicho no les pagaba.
Es por esto que, como dije al titular este texto, ese señor no es más que un motivo de vergüenza para una región que debería alimentar a Colombia y al mundo, pero que ha sido olvidada por los gobiernos nacionales que defiende a capa y espada el creador de “Don Jediondo”, pese a que como le dijo alguna vez el presidente Gustavo Petro fue el gobierno Duque el que lo llevó a la quiebra.