Don Félix Viloria Romero: un maestro que le dio todo a Magangué

Don Félix Viloria Romero: un maestro que le dio todo a Magangué

A este profesor, el Centro de Historia Villa de Magangué le hizo un reconocimiento. Se realizó un boceto de su vida y obra a partir de los datos recopilados

Por: Ricardo Mezamell
noviembre 10, 2022
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Don Félix Viloria Romero: un maestro que le dio todo a Magangué

“Más vale perder un minuto en la vida, que la vida en un minuto

(Félix Viloria Romero)

El insigne educador don Félix Andrés Viloria Romero (Magangué, marzo 13 de 1936-octubre 15 de 2018) será recordado en nuestra región con inmensa gratitud por su perseverante esfuerzo en proporcionarle a los jóvenes una formación académica y humanística de altísima calidad, como razón inspiradora de su extensa y prolífica trayectoria consagrada a la cimentación de los principios éticos imprescindibles para la conformación de una mejor sociedad.

A este eminente profesor el Centro de Historia “Villa de Magangué le hizo un merecido reconocimiento al exaltarlo como miembro emérito de dicha institución en los actos de conmemoración de los 204 años de haber sido declarada la ciudad como villa, en 1813, por el entonces gobernador del Estado Soberano de Cartagena, Manuel Rodríguez Torices.

Con ocasión de ese enaltecimiento se realizó un boceto de su vida y obra a partir de los datos recopilados para ese efecto por los profesores Julio César Martínez Navarro, Olimpo Sampayo Del Valle y Martín Baldovino Rodríguez, Miembros de Número de la citada colectividad.

En ese esbozo se destacan su reconocida elocuencia lingüística y sus dotes en el arte de la declamación (que entregó a Magangué), su afición y alta vocación por la historia, sus ideales de gran contenido cívico y el amor por nuestra ciudad, así como el enriquecimiento de sus conocimientos académicos y pedagógicos en aras de suministrarle a los adolescentes las herramientas indispensables para desenvolverse a plenitud, como personas de principios y loables principios morales, en los diferentes escenarios y roles de sus proyectos de vida.

Nadie debe asombrarse por el hecho de que en este bosquejo se le atribuya a él la autoría del proverbio del encabezamiento, si se advierte que por mucho que remotamente se busque y se logre establecer la identidad de su creador, la adherencia y relevancia del mismo en nuestro diario acontecer se la confirió este benemérito mentor al predicarla con pasión infinidad de veces en el entorno educativo.

Se propuso con vehemencia que se entendiera esa frase en un contexto más amplio, no como una simple precaución al atravesar una calle vehicular, sino como un llamado a ser pacientes y no apresurarse en las innumerables situaciones que pueden conllevar un riesgo para la vida, al igual que en las otras manifestaciones de las relaciones humanas, como por ejemplo: la de escoger la carrera profesional que le apasione, o la que le permitirá ganar mucho dinero, la de casarse o no, la de tener o no hijos, la de realizar o no un negocio.

En fin, todas aquellas que demanden una racional decisión, pues aun cuando podemos contraerla a tan solo cuatro palabras, “piensa antes de actuar”, encierra una enseñanza ilimitada.

Y, con esa misma comprensión, por haberlas pregonado incalculables veces, podría endilgársele la composición de las frases: “hombre precavido vale por dos”, “a quien madruga Dios lo ayuda”, “no por mucho correr amanece más temprano”, “agáchate y entrarás, como también la más diciente y estimulante, la que nos metió en el pensamiento con su ejemplo, “las limitaciones te las impones tú mismo”, hoy por cierto muy utilizada por los motivadores de superación personal.

La abrigó como propia desde sus primeros años de existencia, al superar las dificultades para acceder a una educación continua por la escasez de recursos económicos, proveyéndose por su dedicación, disciplina y esfuerzo una laudable autodidacta formación académica y un preponderante acrecimiento de su cultura e intelecto hasta las cumbres que los elevó. Igual lo hizo con las secuelas de la poliomielitis que en vano intentaron relegarlo a depender de artefactos ortopédicos para movilizarse.

Inspirador evocar las veces en las cuales durante las clases de educación física con el profesor de la materia, en la calle donde estuvo el colegio en el barrio Córdoba, en Magangué, se acercaba y con el único propósito de grabarle en la mente al estudiante el referido aforismo, participaba con ellos en cortas maratones, o aquellas en que por diversión jugó sófbol en la cancha del Club Campestre, no solamente bateando, también corriendo hasta la primera base, donde era relevado por otro integrante de su equipo. Ni que decir de sus habilidades para el baile, las cuales mostró en muchas veladas frente a ocasionales y desprevenidos espectadores.

En su colegio (del que fue fundador en Magangué) Marco Fidel Suárez siempre se reservó la responsabilidad de enseñar las Matemáticas (Aritmética y Geometría), Castellano, Historia y Urbanidad, en los cursos de tercero a quinto de primaria. Con intensidad semanal de seis, cinco, cuatro y tres horas, de cuarenta y cinco minutos cada una, todos los días, de lunes a sábado, los alumnos lo escuchaban en el salón de clases, exponiendo con gran entusiasmo, los temas de las diferentes materias.

El método que empleaba consistía en argumentarlos un día, para lo cual exigía la total atención y concentración del alumnado, y evaluarlos en la siguiente clase, durante la cual pasaba a los escolares al tablero para desarrollar los ejercicios, si se trataba de las matemáticas, o le hacía preguntas sobre el contenido estudiado, si eran las otras asignaturas.

Estudiante que no resolviera el problema planteado, o no contestara correctamente la pregunta efectuada, además de la mala nota evaluativa que le ponía, recibía de parte del condiscípulo que si lo hacía uno o dos reglazos en la mano. Ese mismo correctivo lo aplicaba personalmente a quienes no prestaban atención o se distraían durante las clases.

Anécdotas perduran de estudiantes que se quejaban ante sus padres por esa forma de castigo, y en vez de ir a reclamarle, la justificaban en el entendido de que lo tenían bien merecido. Es más, algunos decían que al contárselo a sus progenitores recibían de éstos en su casa una segunda reprimenda, por lo que preferían abstenerse de comentarles lo ocurrido.

En la asignatura de Castellano, la temática la presentaba de manera integral en Magangué, abordando en una misma jornada todo su compendio: lectura y comprensión de la misma, construcción de oraciones, redacción, sintaxis, ortografía y conjugación verbal en todos los modos y tiempos, así como de sus formas no personales. En esta materia los textos auxiliares eran “La Alegría de Leer” y “La Ortografía de Nicolás Gaviria”.

En la conjugación de los verbos, el estudiante que se quedaba callado o se equivocaba tenía que ir a competir con sus homólogos de los cursos inferiores, como una estrategia motivadora para que los alumnos de los grados superiores se esforzaran al máximo y evitaran llegar a esa ‘humillante’ situación.

En cuanto a la asignatura de Urbanidad, el manual del venezolano Manuel Antonio Carreño, escrito en 1853, era el que todos debían conocer, y la presentación personal, verificada antes de entrar al colegio, debía ser impecable: cabello corto, vestido limpio, zapatos lustrados, uñas cortadas y limpias, pañuelo y peine.

En las vacaciones de diciembre y enero, los alumnos que aprobaban el quinto grado tenían que asistir a clases de preparación para el examen de ingreso a primero de bachillerato, por cuanto la mayor satisfacción por la labor educativa realizada la sentía cuando todos sus alumnos lo ganaban y, entre ellos, quienes ocupaban los diez primeros puestos, por lo menos.

Al amparo de otras de sus máximas, “seguridad le ganó a confianza”, ni siquiera en el año de 1969 los exoneró del compromiso de prepararse para dicha evaluación, a pesar de que tenía conocimiento que para la anualidad siguiente no la habría en el Liceo Joaquín F. Vélez por la aprobación de nuevos cupos para dicho curso, por la ampliación de la infraestructura física conseguida por el célebre rector Luis Guillermo Fragoso Diazgranados.

Y, para mantener a sus estudiantes unidos en el bachillerato, siempre contó con la colaboración de su gran amigo el benemérito profesor Martín Arrauth Guerra -vicerrector del Vélez-, quien procuraba ubicarlos en un mismo grupo con el objeto de que mantuvieran el ritmo de estudio que traían y se colaboraran mutuamente, de tal manera que ninguno desertara del claustro educativo.

Inevitable recordar el que siempre encomendó a los alumnos sobresalientes la tarea de estar pendientes del rendimiento de quienes no eran tan aplicados en el estudio, para en caso de que lo necesitaran los reforzaran en las materias que tenían dificultades. Tanto para ese efecto, como para realiza

En el terreno de la proyección social, en Magangué ofreció una asistencia generosa para los estudiantes de bajo recursos económicos, consistentes en la exoneración del costo de la matrícula y otorgar medias becas o descuentos porcentuales en el valor de la pensión acorde con los ingresos de los padres del beneficiario, aunado a la puesta en marcha del servicio de internado, bajo la coordinación del ilustre profesor Ramón Viñas Rojas, para acoger a muchachos de los corregimientos y fincas circunvecinas.

Ya para concluir, solo queda manifestar que esta breve semblanza tiene por objeto resaltar el que de la excelsa legión de educadores que consagraron su vida a la enseñanza, fue él quien sobresalió como el más entusiasta, abnegado y pertinaz batallador para entregar a la sociedad jóvenes formados con la más alta distinción y superioridad tanto académica como en principios morales.

Al igual que el de exaltar con nuestro sincero y eterno agradecimiento su existencia, por lo que ha significado para quienes tuvimos el invaluable honor de haber sido tanto los causantes de sus preocupaciones y desvelos, como los enaltecidos con sus saberes.

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