Fue entonces cuando el carrete de la película de su vida, en el tiempo inexorable, comenzó a revelar postales del pasado: las primeras letras que aprendió en la escuela Manuela Ayala de Gaitán de la mano de la profesora Delfina; su debut como actor en el rol de Rin Rin Renacuajo, del poeta Rafael Pombo, trajeado con un saco leva de Fabricato y un sombrero de cartulina, y el aplauso cerrado de profesores y padres de familia al ver un chiquilín que prometía en las huestes de la actuación.
De la escuelita de provincia que él acuñó con cariño y esmero salió a los diez años con su familia rumbo a Bogotá, donde continuó sus estudios de bachillerato en el Colegio Nacional San Bartolomé, y de ahí un periplo por distintos planteles del país, aunque aseguraba que solo lo habían echado de uno.
Estudió derecho en la Universidad Libre, carrera que se quedó a medias por sus ímpetus revolucionarios con el MRL, frustración para el padre que anhelaba el orgullo de ver un doctor en casa.
Picado por las radiodifusoras y la figura admirada, culta y de voz engolada del locutor de época, inició una carrera pujante en los medios de comunicación, primero como extra de televisión, y con el tiempo, ante micrófonos, como conductor radial, productor, libretista, director y manager discográfico. Todo lo anterior con las ventajas y ganancias que confiere la experiencia y la práctica.
De esos flirteos con las grandes voces de la canción y sus contactos permanentes con los carretes de grabación, los acetatos y casetes, brotaron melodías propias como Cinco centavitos, sentida letra de la soledad y el desamor, que inmortalizó el ecuatoriano Julio Jaramillo, el Ruiseñor de América.
Fue en Radio Capital (emisora aún vigente), en los albores de la década de los 70, cuando entre bromas con el personal de la estación radial, desde el vigilante, hasta los directivos, se fue gestando el personaje que en el transcurso de su vida artística le daría la fama, el prestigio y los múltiples reconocimientos a su talento histriónico, entre ellos el Vida y Obra Víctor Nieto, del Festival Internacional de Cine de Cartagena: Don Chinche, elegida como la serie más importante de la televisión del siglo XX.
Paralelo a ese querido y entrañable personaje que acaparaba la atención de las familias colombianas, los domingos, a las 7:00 p.m., contribuyó con su talento al culto histriónico y al engrandecimiento de la televisión —que en ese entonces se desempeñaba con rigores de estudio, convicción y experiencia— en series, unitarios, dramatizados y telenovelas. De los más recordados: René (la vida del arquero Higuita), Fuego verde y La caponera.
Su compromiso como servidor público tuvo sus primeras luces como concejal de La Vega (Cundinamarca), y luego como diputado a la asamblea y consejero de cultura de ese departamento.
Retirado en los últimos años por el mismo desgaste de la vida y por complicaciones respiratorias Héctor Horacio Ulloa Rodríguez (en el registro de nacimiento), Héctor Ulloa (para la firma de cheques, trámites y documentos) o Don Chinche (para su círculo de amigos en el colegaje, fortalecido de su brillante carrera actoral y para los colombianos de varias generaciones) deja una huella imperecedera por su enorme calidad humana como esposo, padre, abuelo, y artista.
El siguiente es un fragmento de una entrevista de 100 preguntas publicada en la sección De tú a tú, del desaparecido diario El Espacio, fechada del lunes 8 de julio de 1996. Él, Don Chinche, que no obstante su humor fino a flor de labios, le hacía el quite a revelar su vida íntima por su confesa timidez y recato:
Juepucha, socio, otra vez nos vemos las carátulas, debió ser el saludo de Don Chinchea Eutimio Pastrana Polanía (Hernando Casanova), una vez hizo su comparecencia a los confines celestiales.
Héctor Horacio Ulloa Rodríguez, así apareces en el registro bautismal.
“Sí, señor, ¿algún problema?”.
¡No!, ni más faltaba. Solo por curiosear: ¿Cómo te decían en casa?
“Heticor, cuando me llevaban por la buena. Héctor Horacio, cuando me llamaban al orden o me imponían una sanción”.
¿Desde chiquito te gustó la plata?
“Sí, con la desilusión de que la plata no gustó de mí. Pero nos hemos hecho pasito para no incomodarnos”.
¿No te da tristeza que tus Cinco centavitos estén cada vez más devaluados?
“Más tristeza me da que las regalías recibidas sean menos que el título de la canción”.
¿Estabas en la "olla" cuando la compusiste?
“No. Estaba en la calle…En la calle Diecinueve con Carrera Décima, y la locura del centro, el trepidar de los carros y una atronadora secuencia de pitos, me sugirió una frase musical antes de llegar a la Avenida Jiménez”.
¿En cuántos idiomas se ha interpretado ese clásico?
“En todos los que encierra el hondo sentimiento latinoamericano de la nostalgia, la soledad y el desamor, en la incomparable voz del recordado Julio Jaramillo”.
¿Aún está en pie la casa paterna en el municipio de La Vega, terruño de tu nacencia?
“Claro que sí, y en esos mismos predios tengo el refugio de mi retorno”.
¿A qué edad te enamoraste por primera vez?
“A los siete años me enamoré del amor”.
¿Fuiste un conquistador compulsivo?
“Fui un conquistador fracasado”.
¿Por qué lo dices, Héctor?
“Porque las mujeres al principio no entendieron que todo lo bueno viene en envase pequeño. Solo una, la madre de mis hijos, atinó dar en el clavo”.
¿Cuántas veces te has casado?
“Dos veces con la misma y las dos veces frente al altar. La primera, la ceremonia oficial. La segunda, la celebración de las bodas de plata”.
Bogotá años 50: terno a rayas, corte inglés, abrigos pesados, sombreros, paraguas, tranvías, damas de sastre hasta los tobillos, mantilla y pava. ¿Te acuerdas de tu primer empleo?
“Fue temporal, como patinador de cambio en almacenes Tía: los del centro y el Restrepo”.
¿Y cuánto era el salario?
“Era tan pírrico que no me acuerdo. Pero sí de las delicias que consumíamos en la cocina, empezando por el peto, el flan, el pudin y la lechona”.
¿Cómo llegaste a la radio?
“Por gestión del locutor Valeriano Sanabria, quien me llevó a Radio Estrella a animar un programa infantil, y la dicha duró hasta cuando llegaron las notas del colegio y mi papá, embejucado, me dijo: ‘Yo no quiero speakers en mi familia. Quiero profesionales serios y respetables’”.
¿Y tú qué dijiste?
“Por respeto, nada. Pero seguí insistiendo en lo que más me gustaba. De Radio Estrella pasé a Radio Capital, con un programa ameno en el que también participaba el locutor y publicista opita Alejandro Bonilla: ‘Hola, Capital, qué tal’, de amplia y vigorosa sintonía, con micrófono abierto a los oyentes”.
¿Ahí fue donde nació ‘Don Chinche’?
“Sí, señor, ahí fue donde se dio a conocer públicamente el personaje, que entre chiste y chanza yo representaba en los pasillos de la emisora, en la cotidianidad de la mamadera de gallo con directivos y compañeros”.
¿Y cómo surgió esa chispa, ese timbre burlesque del personaje?
“Observando la picaresca de unos maestros de obra de un edificio en construcción, cercano al de la emisora”.
Don Chinche, ¿el típico rolo?
“Yo creo que Don Chinche es el resultado de la curiosidad y la exploración de ese espécimen humano de las grandes ciudades, que ante las migraciones campesinas vende su faceta de simpático y dicharachero para lograr una chanfa o un rebusque de supervivencia, por lo general en la albañilería, o en oficios varios. Yo tomé de ese personaje sus gestos, su forma de hablar, su osadía y desfachatez cantinflesca”.
Eso te iba a decir, en esa picaresca de Don Chinche, hay un evidente trasfondo del gran Cantinflas.
“Es que es el mismo ‘pelado’ mexicano, de la época juvenil de Mario Moreno; del ‘roto’ chileno, y por supuesto del ‘rolo’ bogotano, hablador sin freno, enamoradizo, entralón, pantallero”.
¿Cuál era el nombre de Don Chinche?
“Francisco Eladio Chemas Mahecha, o Pacho Chemas, maestro todero a su servicio”.
¿Y de dónde la indumentaria estrambótica del personaje?
“Esa fue labor de utilería. Seguramente en los nichos de ropa de segunda del Parque España”.
La corbata de pepas, definitivamente, el símbolo de Don Chinche…
“En todos mis años, no he visto otra igual”.
¿La conservas?
“Claro que sí. Esa prenda honorífica hace parte del Museo de ‘Don Chinche’”.
Como el gorro de lana…
“De lana virgen, de la más áspera. Cuando hacía calor y estábamos grabando no me lo aguantaba. De ahí la rascadera de cabeza. Pero tenía que dejármelo”.
Bueno, antes del fenómeno Don Chinche, ya habías hecho tu ingreso a la televisión en Yo y Tú, con doña Alicia del Carpio…
“Sí, aunque mucho antes había trabajado en una novela que se llamó ‘Angelina o el honor de un brigadier’. Pero a doña Alicita le agradezco el gran empujón que me brindó en Yo y Tú, que era la comedia más vista y comentada en la televisión, en esa época. Si es que en los cafés los temas de conversación era la política y Yo y Tú".
¿Fue en Yo y Tú donde Don Chinche dio sus primeros pasos en la televisión?
“En efecto, fue con don Régulo Engativá que empezó a germinar, hasta cuando entre don Pepe Sánchez y este servidor le dimos la estructura definitiva al personaje. Pepe fue muy abierto y democrático con Don Chinche, porque él tenía la fórmula de Seki Sano, el gran actor y dramaturgo japonés, que fue su maestro: buscar el potencial del intérprete y permitir que se elevara como una cometa”.
Lo que uno se pregunta es por qué una serie como Don Chinche, después de barrer en audiencia, de repente sale del aire…
“Porque ya se había cumplido un ciclo, diez años, y tanto la programadora RTI, como don Fernando Gómez Agudelo, su presidente, y Pepe Sánchez, guionista y director, decidieron, por respeto y consideración con el público no seguir tomando riesgos. Cuando los ciclos se cumplen, no hay vuelta atrás. Hay que asumirlos a tiempo”.
¿Cómo recuerdas a Don Chinche?
“Como una etapa formidable de mi vida, no solo por el personaje, sino por todos los buenos amigos que coseché, los compañeros de elenco, Pepe, el equipo técnico, la señora de los refrigerios. Una enorme experiencia, y una gran enseñanza, como que cuando a uno se le mete algo en la cabeza, hay que llevarlo a cabo, así se pierda. Esas son las apuestas que se hacen en la vida: unas resultan, las otras fracasan”.
¿Qué te quedó de Don Chinche?
“Las ganas de levantarme tarde y la forzada costumbre de andar sin plata”.
¡¿Plata, Héctor?!, no podrás quejarte. Si se habla de que tienes full casa campestre con par billares de tres bandas incorporados, zona de asados ypicnic, y piscina semiolímpica en forma de guitarra.
“Dije andar sin plata, no andar sin casa”.
A propósito, ¿cómo se le dice a los nacidos en La Vega, Cundinamarca?
“Si me estás picando para que te responda con una tosquedad, no te voy a dar gusto”.
No, en serio, ¿cómo?
“Vegunos”.
¿Qué es lo más raro que tienes en tu casa?
“Un aparato musical que mi compadre Héctor Mora me trajo de China, con catálogo en chino, y que por obvias razones no me he dado mañas de poner a funcionar”.
¿Te has vuelto terco con los años?
“Con los años, no, soy terco desde chiquito. Por eso me he metido hasta en las del parral, pero gracias a Dios he salido bien librado”.
Hoy en día, ¿a quién le regalas las corbatas que ya no te pones?
“Como en la canción de Facundo Cabral, para mí regalar una corbata no sería regalarla sino devolverla, porque todas las que conservo, más de 400, me las obsequiaron los niños del país, por la simpatía y la admiración que les inspiró Don Chinche, y de paso, por desencartar a sus papitos”.
¿Y las corbatas políticas?
“Esas no son corbatas, porque en los puestos públicos como diputado y como asesor de cultura de la Gobernación de Cundinamarca, he cumplido a cabalidad con mi región, y mi nombre y mi proceder, lo podrás comprobar, jamás ha sido motivo de escándalo”.
¿Sigues siendo liberal?
“Hasta las cachas. Eso y el equipo de fútbol se llevan en la sangre”.
¿Y cuál es tu equipo?
“Millonarios, aunque mal paguen tanto sufrimiento”.
A estas alturas, ¿cómo es tu cuadre de caja con la vida?
“El mismo cuadre de caja que nos legó el poeta Amado Nervo: Amé, fui amado,/ el sol acarició mi faz/. ¡Vida, nada me debes!/ ¡Vida, nada te debo!/ ¡Vida, estamos en paz!”.