Corría el año 1970 y en Cali nos preparábamos para la gesta histórica de los Juegos Panamericanos. En consecuencia, en ese momento se desarrollaban importantes obras de infraestructura vial en la ciudad, paralelamente a la construcción de múltiples escenarios deportivos.
De manera inesperada, los habitantes de la Sultana del Valle se vieron invadidos por una extraña piquiña que recorría todo su cuerpo en forma incesante y generalizada. Llegó a tal punto la desesperación que en las calles unos a otros se ayudaban a rascarse en las partes inalcanzables para las manos, como la espalda por ejemplo.
En las esquinas, en las aceras, en los buses, en las aulas de clase, en el estadio, en los bailes, etcétera, casi todas las personas se refregaban de manera desesperada. Además, la aterradora piquiña atacaba principalmente los órganos genitales, que las personas se rascaban sin disimulo a la vista de todos. Era algo desesperante, que fue ocasionado por la epidemia de las "siete luchas", que había llegado a Buenaventura en los barcos chinos que atracaban en el puerto.
De hecho, ya había pasado otra epidemia que también accedió por Buenaventura en los barcos chinos, pero que afectaba la vista. A esa se le denominaba "la mirada china" y consistía en una infección oftalmológica que enrojecía los ojos y los disminuía en tamaño (de allí venía su nombre). La enfermedad hacía que la vista segregara gruesas y espesas lagañas, y en la mañana, cuando despertábamos, los párpados amanecieran tan pegados unos a otros que había que despejarlos con las manos.
En fin, muchos fueron los remedios caseros que nuestros padres ensayaron para dar con la cura de las "siete luchas". Muchos de estos resultaron totalmente inefectivos, como enjuagar todo el cuerpo con petróleo o embadurnarlo con Azufre. Ninguno de estos tuvo la efectividad deseada ni logró derrotar la infección. La gente seguía desesperada con la incómoda piquiña.
Después de meses de luchar buscando la cura, llegó el remedio milagroso a la Droguería 3 de Julio de Cali, localizada en la calle 9 con carrera 15 (barrio San Juan Bosco), que era atendida por don Bernardo Jaramillo.
Si bien en Cali existían farmaceutas famosos como don Marino (Droguería Galena en el barrio Alameda), don Edgar Marmolejo (Junín), don Alonso Ángel (Droguería Alonso), don Lisandro Olave (Droguería La Sultana) y don Jesús Márquez (Droguería Monasterio), el más efectivo de todos era don Bernardo Jaramillo (Droguería 3 de Julio).
A donde don Berna acudíamos los enguayabados para que nos preparara la respectiva "bomba" y saliéramos nuevecitos, igual sucedía con una tormentosa gripa, que acababa en un santiamén. Es más, sin exagerar, creo que si aún viviera ya habría dado con la cura del COVID- 19.
Viendo que medio Cali se encontraba en el desespero, con sus conocimientos empíricos de química farmacéutica preparó una loción a base de benzoato de bencilo y empezó a venderla como la cura de las "siete luchas". ¡¡Fue todo un éxito!! Se vendía como pan pal' desayuno. La experimenté en carne propia: mi madre me bañó en benzoato de bencilo y desapareció la piquiña como por encanto. Don Bernardo acabó con esa pesadilla que invadía los cuerpos de los caleños.
Medio Cali se volcó a la Droguería 3 de Julio a comprar la loción artesanalmente preparada por don Bernardo. Don Berna, el famoso farmaceuta y de quien tuve el honor de ser amigo, falleció hace 5 años, a la edad de 90 años. Cómo extrañamos tus milagrosas pócimas, mi querido.