En boca de su maestro Sócrates, ponía Platón su crítica contra los poetas, afirmando en la Apología que estos no inspiraban sus composiciones en la sabiduría, sino en un cierto don y entusiasmo, semejante al de los adivinadores y profetas. Pero justamente allí donde el faro de la filosofía ateniense veía razón de escándalo y censura, en tanto se alejaban del camino racional es donde muchos han señalado el esplendor de la poesía, el arte literario por excelencia, la palabra depurada de toda contaminación profana que permite al poeta mediante su inspiración y trabajo convertirse en un profeta de la belleza, y hacer de sus versos un camino de metáforas y símbolos que lo lleve al logos y al encuentro con la trascendencia.
Quizás en este sentido es que Martin Heidegger reflexionaba sobre la poesía, cuando decía que poetizar es propiamente dejar habitar y es un construir. Escribir un poema, puede ser entonces, como los profetas y adivinadores, dejarse embriagar por el sentido de la verdad, de la belleza, de la trascendencia, y plenos de sentido construir un camino de versos que nos lleve hacia lo metafísico, hacia los senderos últimos de la existencia humana, cara a cara con lo eterno, con lo perdurable, con lo que es.
Acaso no es ese el sentido de la poesía de Rumi, aquel erudito afgano del siglo XIII que ya en su juventud hizo que el jeque Attar llamara al padre del poeta, conmovido por la lectura del Asrar Nameh o Libro de los secretos, para decirle que “Pronto este hijo tuyo hará arder a los aspirantes espirituales de este mundo", como en efecto lo hizo en tanto sus versos han sido fundamentales en las prácticas espirituales de la orden sufí Mevlevi. Acaso no es ese el sentido de la poesía mística española, con San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila a la cabeza, quien desde el famoso verso “Muero porque no muero” planteó en una sola oración toda la angustia del ser humano ante la certeza de su muerte, pero la paradoja radica en que sólo a través de ella encontrará consuelo en tanto es el camino de unión definitiva con la divinidad.
Pero la verdad es como un jardín plantado por las más exóticas flores, capaces de crecer en las más insospechadas situaciones, pese a que nos han enseñado que solo algunos pueblos son capaces de alcanzarla, de hacerla poesía, de exponerla con orgullo. En este sentido, con disciplina ascética y penitente, ha sobrevenido la pregunta, será posible una poesía con estas características en esta lejana cordillera de los Andes, será posible hallar un hacedor de versos místicos en estas montañas de Cundinamarca. La respuesta es positiva, y se encarna en la injustamente olvidada figura de Don Belisario Peña.
Primero años de Belisario Peña
Don Belisario Peña es una figura de las artes y letras colombianas, que merece ser reconocido por su producción poética y su labor como educador. Honores que en Colombia y Ecuador se le han negado siempre y basta recordar que en Zipaquirá, su pueblo natal y patria chica como él solía llamarla sólo hay una señal en favor de su memoria que es una pequeña placa de mármol colocada en la esquina de la casa donde nació y que en la actualidad funciona un centro penitenciario; allí se puede leer lo siguiente: “Aquí nació el día 5 de agosto de 1834, el ilustre poeta místico Belisario Peña”. Poco o nada se ha dicho de la vida y obra de este Cundinamarqués, y por ello se quiere brindar un merecido reconocimiento a quien fue un indiscutible poeta mariano y místico.
Sin más preámbulo vale recordar que Don Belisario Peña nació en Zipaquirá el 5 de agosto de 1834, y que era cuatro años menor que el futuro presidente Don Santiago Pérez, también oriundo de la Villa de Zipaquirá. La niñez del futuro poeta llevó un curso tranquilo al lado de sus padres quienes se sentían complacidos porque era un niño noble y bondadoso, y sobre todo porque le gustaba estar cerca de personas cultas que le contaban historias y le decían cosas en verso. Inclusive, a muy temprana edad, se acercó a los padres jesuitas en una de las tantas reuniones que realizaban en su casa.
El joven Belisario se hizo amigo de estos padres, y cuando realizaban misiones estaba pendiente para departir y presenciar como atraían almas y las encaminaban por los senderos de la fe a través del uso de la palabra. Pasados algunos años fue llevado al Colegio de San Bartolomé de Bogotá con el propósito de que allí obtuviera conocimientos superiores; claro está, los padres jesuitas ya poseían informes previos sobre el joven, y por ello lo admitieron con facilidad para instruirlo e ilustrarlo.
Por aquellos años el joven Belisario Peña a través de sus ensayos y escritos de escolar daba a conocer entre los compañeros sus dotes poéticos y literarios, como indica Braulio Gaitán, quien narra que al correr de los años el Joven Peña: “fue doctísimo en las ciencias filosóficas, muy versado en las literaturas latinas y griegas y profundo conocedor de la castellana” (Gaitán, 1934, págs. 12-13). Formación rigurosa que se gestó en el San Bartolomé donde se le instruyó con rigor
Tal era su agradecimiento por los padres jesuitas que el 22 de junio de 1850 se marchó con ellos en una goleta rumbo a Jamaica. Esto en razón del destierro por parte del gobierno del presidente José Hilario López contra la Comunidad de Jesús que fue decretado el 18 de mayo de 1850; es así como firme en su ideas religiosas y políticas , el joven Peña no tuvo inconveniente alguno en unirse a los desterrados y viajar con ellos inicialmente a Jamaica, de donde siguió a los EE. UU. y luego a Inglaterra. Hechos que dejan ver su profunda cercanía con estos párrocos que más que instructores eran sus hermanos.
Viaje a Ecuador
Poco se sabe de la vida de Belisario Peña entre los años de 1855-1857, tan solo que fue profesor de Latín en el Seminario Conciliar de Bogotá, pero lo que es cierto es que tenía claras inclinaciones hacia la docencia; por ello y sus conocimientos de la lengua castellana fue contratado por el ministro de Ecuador en Colombia para la fundación de un Colegio en aquella República. Ciertamente era un personaje que contaba con la formación para fundar un colegio en la patria hermana; cuenta Tisnes que Belisario acepta la misión y “Se dirige a extrañas y distantes tierras lleno de ilusiones y ansioso de iluminar las mentes y las inteligencias y de encender espíritus y corazones” (Tisnes, 1989, pág. 53).
La institución que fundaron fue bautizada como El colegio de Loja, situado en la parte más austral de la nación ecuatoriana, era un plantel que iba a ser inaugurado en un territorio con amplia tradición literaria y educacional. Belisario llega a un lugar donde va a instaurar la cátedra de filosofía, literatura y gramática castellana; es más, sin saberlo el poeta iniciará en Loja su quehacer vital e histórico porque allí empezará a realizarse llevando educación e instrucción de los cuales depende en gran parte el desarrollo de la humanidad, o por lo menos eran algunos de los pensamientos que atravesaban la mente del escritor.
En la inauguración del colegio no pudo faltar la poesía como era de usanza en aquellos tiempos, y como se verá ya se aprecian los dotes de poeta en una apuesta donde se usa el verso libre para configurar una Oda en la que se dirige a la América liberada, y de manera especial a Ecuador y Nueva Granada:
Hubo un tiempo de odiosa servidumbre
En que esclava la América genuina,
Y de la ciencia la brillante lumbre
De este suelo, hoy glorioso, triste huía:
Tiempo cuyo recuerdo aborrecido
Se ofrece a mi memoria
Para dar el perdón al que he oprimido,
Y a los que dieron libertad dar gloria…
De esta creación se puede decir que era de los primeros partos poéticos fruto del ingenio del joven granadino que se lanzaba a la aventura de poner en la palestra estas letras. Así, además, se daba a conocer como cultor no solo de la educación, sino de la literatura y de la poesía que irá refinando para ser un gran exponente de la poesía mística, religiosa y elegíaca.
Su primeros versos marianos
A Peña se le ha valorado como poeta místico, mariano y elegíaco, lo cual no quiere decir que en otros campos no halla asomado su creatividad, por eso Tisnes sentencia que: “resulta que sobre un total de 200 composiciones , tan solo el 10% son religiosas, lo cual comprueba que la lira del zipaquireño es predominante pero no exclusivamente religiosa” (Tisnes, 1989, pág. 135). Valga precisar que es con el tema místico-religioso con el que logra mayor reconocimiento.
Tres temas sobresalen en su producción poética religioso(mariano y místico) y el elegíaco, a los que se puede añadir el patriótico. En cuanto a su estilo se puede afirmar que está permeado de galanura y apacibilidad, y ante todo posee una versificación bien trabajada y muy propia de su época.
Era un poeta lírico, y sus grandes líneas lo llevaron a un lugar eminente en la literatura de su patria y también de América. Peña fue un poeta sincero que desde la fe iluminaba su mente para no cantar meros compromisos y encargos, sino que era un poeta que escribía lo que sentía desde el fondo de su alma, y a diferencia de otros poetas religiosos evitó caer en exclamaciones afectuosas o en el desbarrancadero de los fríos razonamientos; por eso, en sus poemas la imaginación pinta y describe mientras que la razón ayuda a proporcionar y ponderar, evitando en lo posible los excesos en la búsqueda del equilibrio en el verso y en el significado.
Una de las primeras poesías religiosas de Belisario se titula El Alba. Composición poética en la que se colocan delante del lector y el oyente las primeras horas matinales de la naturaleza. Se presentan a continuación algunas estrofas:
Doncellas despertad: raya la aurora,
El sol se anuncia a iluminar el día;
Doncellas despertad, llegó la hora
De saludar a la inmortal Señora
Decid Ave María.
Ved cual vellones de oro en el oriente
Tenues nubes en plácida armonía;
Viene en ondas la luz resplandeciente;
El hemisferio revivir se siente,
Decid Ave María…
Se puede afirmar que con esta poesía del año 1857 iniciaba Belisario su producción poética mariana. Tema que se irá perfeccionando con las más elevadas doctrinas sobre la predestinación de la Virgen que se encuentran expuestas en versos donde de manera magistral el poeta de cundinamarqués condensa páginas de tratados teológicos sobre la Santísima Virgen. Lo que muestra que la poesía de Peña no es improvisada sino que también es fruto del estudio riguroso de la filosofía y la teología.
Las reminiscencias históricas son recogidas por Peña en su poesía con un estilo sereno donde la razón le coloca límites a la imaginación, lo que le permite al poeta remontar hasta lo más elevado del dogma revelado, pero sin despeñarse en el precipicio de la imaginación. Perspectiva que se puede apreciar en el siguiente fragmento de poesía mariano-teológica titulada Inmaculada concepción:
Aurea mañana en que natura nueva
Vio a su Señor en el Edén dichoso
Plácidamente con la virgen Eva
De paz y señoría en el reposo!
Irá a la Patria do se limpie el llanto,
Que le empuña el marfil. Ya raya el día!
Sea el asunto de su eterno canto
Tu inmaculada concepción, María!
Un mérito más tienen la composiciones de Peña, por lo cual se cree que son dignas de elogio; y es lo noble y lo puro que se atreve a profesar el poeta, porque si se lee con cuidado nada mezquino se atisba en sus letras. Como todo literato sinceramente católico nunca aceptó la teoría de separación entre el arte y la moral, es decir, su estética estaba bien definida y ajustada a sus preceptos por lo que jamás permitió que hubiese una mancha de inmoralidad en su arte.
El poeta místico y universal
Como cristiano y católico convencido y practicante no es raro que ese tema sea parte de su inspiración poética, por ello Peña no pudo menos que dedicar los acordes de su lira cristiana al más grande de los sacramentos de la Iglesia Católica. Es así como compuso sonetos eucarísticos, entre ellos un poema titulado La Primera Comunión con más de 300 versos, en el que compara el Antiguo con el Nuevo Testamento, y que en últimas describe la presencia de los niños que por primera vez llegan a la iglesia a comulgar.
A partir de esta y otras referencias se puede decir que Belisario era un poeta místico en sentido amplio, y en este caso la poesía del Cundinamarqués da cuenta de un estado del alma que le permitió engendrar una poesía especial que en parte fue iluminada por la llama del amor de Dios, que le posibilitó retratar en sus versos experiencias límites a las que no tiene acceso el frío razonamiento. Entre los versos místicos más destacados de Peña se encuentran los siguientes extraídos del poema Transubstanciación:
El jugo inerte de la tierra impura
Cobra en la planta vida, y transformando
Verdece con las vides el collado
Y riza con espigas la llanura
Estas rinden el pan, de esas se apura
El rubro juego en la uva recatado;
Y de uno y de otro el hombre alimentado
Los convierte en su sangre y en su hechura
Y si mirando estoy que de continuo
En carne y sangre en mí se transubstancia
El pan nutricio y el alegre vino,
Por qué dudar osara mi arrogancia
Que el Criador de ambos por amor divino,
Los muda de su Cuerpo en la substancia?...
La poesía de Peña no se puede encasillar desde la perspectiva de la regla y la forma; más bien en esta poesía se encuentra un excedente de significado fruto del asombro, sensibilidad y búsqueda a través del arte de la comunión espiritual.
Michel de Certeau explica que la mística es la escritura de la ausencia, es una voz poética deseante, un alma que busca lo trascendental, aquello que no se puede nombrar. No se ocurre mejor definición de la obra de Peña, desde el encierro de una cordillera aislada del resto del mundo, alejada de la alcurnia literaria, alzar una voz poética como el águila que despliega sus alas para dominar el horizonte, así alzó sus versos don Belisario, una palabra de aquel que anhela el sentido metafísico que no puede tener, una forma de describir al Dios que no se puede ver, y ante el silencio de la divinidad tenemos el eco de los versos de nuestro místico cundinamarqués, para sentir de otra manera nuestras montañas, nuestra cultura y nuestra tradición.
Trabajos citados
Gaitán, B. (1934). El poeta zipaquireño Belisario Peña. Ideales, 12-13.
Tisnes, R. (1989). Belisario Peña: Poeta colombo-ecuatoriano. Zipaquirá: abc.