Hay una hermosa fotografía de Jorge Obando tomada en los años 40 en el Jardín Botánico de Medellín. Es una panorámica de una fiesta en domingo. Una celebración diurna de hombres y mujeres, de faldas y trajes, moños y medias, al lado de una banda local. Según supimos estas verbenas eran normales en el último día de la semana. Celebraciones de obreros y empleadas que entre el medio día y el inicio de la tarde se animaban en el baile y la cerveza antes de enfrentar las fatídicas cinco de la tarde para estar anticipadamente en el lunes de regreso al tiempo voraz de vueltas, obligaciones, fuerzas y huesos cansados.
El séptimo día, día del señor, es tremendo motivo de inspiración. Unos en la felicidad del sol, del calor, la arena, la felicidad de la playa y de la vida por delante. Es motivo de bajar de la montaña al pueblo, vestir galas, comer y beber, salir de la cotidianidad y aquellos, los domingueros, llenan plazas de pueblos, caminos reales, carreteras y almuerzos, cines y centros comerciales.
Glommy sunday, del sunday morning,
de la mañana lenta y silenciosa, frente al tv, sin bañar,
esperando con los ojos abiertos cuando las horas bajan
Los hay de otro tipo, los del glommy sunday, del sunday morning, de la mañana lenta y silenciosa, frente al tv, sin bañar, esperando con los ojos abiertos cuando las horas bajan, las duras cinco de la tarde, para cerrar el ciclo del séptimo día. O para abrir un domingo más en lunes, en martes, en jueves…. Hasta el otro domingo, eterno presente y fluir de un tiempo quieto sin oficios ni encuentros, ni ritmos.
De qué materia extraña se componen las 24 horas de esa primera feria. Jaime Sabines reza en el poema titulado Con la flor del domingo: “¡Danos, Señor, la fe en el domingo, la confianza en las grasas para el pelo, y la limpieza de alma necesaria para mirar con alegría los días que vienen!.”
Eduardo Carranza, escribe sobre la ausencia en el día en que se le hace espacio a lo que solo en el silencio se impone. Aquí un fragmento del poema Domingo :
“Un domingo sin ti, de ti perdido,
es como un túnel de paredes grises
donde voy alumbrado por tu nombre;
es una noche clara sin saberlo
o un lunes disfrazado de domingo;
es como un día azul sin tu permiso.
Llueve en este poema; tu lo sientes
con tu alma vecina del cristal;
llueve tu ausencia como un agua triste
y azul sobre mi frente desterrada.
He comprendido cómo una palabra
pequeña, igual a un alfiler de luna
o un leve corazón de mariposa,
alzar puede murallas infinitas,
matar una mañana de repente,
evaporar azules y jardines,
tronchar un día como si fuera un lirio,
volver granos de sal a los luceros”.
Piedad Bonett también le ha dedicado su pluma a este día, día de calles menos transitadas, horas en la cama, fútbol en la esquina y en la televisión:
Son días misteriosos
los domingos, con su rostro de sábana recién almidonada,
con su nostalgia de todas las cosas:
de las que nunca pudimos tener y ya nunca tendremos
y aún de las que nunca deseamos tener, pues es nostalgia
pura la tarde de un domingo;
y una horrible sospecha
de que estamos viviendo en un lugar ajeno."
Y en este caleidoscopio de domingos, poemas, canciones, al fondo, en la casa vecina, alguien ha puesto muy fuerte la música. El volumen tan alto lastima el silencio del domingo, pero igual, tiene razón. The Cure canta, grita: “Saturday wait / And Sunday always comes too late/ But Friday never hesitate...”
Los domingos, hechos de otro material, gravitan distinto. Con la cotidianidad del trabajo y la ocupación puesta de cabeza, descansan perezosos y magníficos. Otros, trágicos como aquel en la madrugada de un domingo 24 de mayo de 1896, hace 120 años, en el que José Asunción Silva se dibujó el corazón para acertar con el disparo que acallaría todos sus domingos futuros.
Y así son ellos, difusos, vagos, despeinados y heréticos. Tiempo del silencio, del descanso y del fin, o del principio y el eterno retorno. Hoy, un día como aquel, se nace, se muere, se pelea y se ama. Hoy, unos trabajan, otros descansan, un domingo… otro día en el paraíso o expulsado del edén.