Radamel García estaba tan fuerte que había ganado el primer set contra su rival de turno. A los 61 años parecía el mismo defensa recio que despuntó durante ocho años en los equipos Unión Magdalena, Tolima, Medellín, Junior o en el Táchira de Venezuela. En la noche del 3 de enero del 2019 lo acompañaba Pedro “La Zorra” Brito, su amigo desde la época de futbolista. Él lo vio desplomarse, lo siguió en la ambulancia hasta la clínica Caribe de Santa Marta y recibió la más demoledora de las noticias: a las 9:15 de la noche a Radamel García se le había parado el corazón.
Su hijo, Radamel Falcao García, uno de los mejores delanteros de mundo, estaba al otro lado del mundo. La noticia fue demoledora. Se iba la persona que mejor lo entendió en la vida. Buena parte de su estelar carrera se la debía a su papá. Es que Radamel García fue quien lo descubrió cuando tenía año y medio. Su esposa Carmenza, después de verlo patear un balón, le dijo alborozada “El niño parece un profesional” En esa tarde de 1987, el entonces defensa de Monagas de Venezuela dictó una frase que sería una sentencia “Sí, y será figura en Argentina”. Es que Falcao antes de aprender a caminar ya pensaba era en la pelota. Carmenza le daba peloticas de papel que él manipulaba con las manos. Ya tenía, en la cuna, la obsesión por el balón. Su papá lo bautizó así en honor a Paulo Roberto Falcao, el estelar volante de la selección brasilera de fútbol.
Al principio Radamel García fue una presencia difusa. Sus compromisos futbolísticos lo mantenían alejado de la familia. En Santa Marta sólo estuvieron tres años pero el contacto con la ciudad nunca se extinguió. Ni con su hijo. Cada vez que podía lo metía en los camerinos y lo sacaba a la cancha antes de los partidos para tomarse la fotografía de rigor con el equipo. Falcao respiró fútbol gracias a su papá. En 1989 se fueron a vivir a Venezuela cuando el recio defensa fue contratado por Monagas, Mérida y el Tachira. El niño Falcao tenía su hábitat allí donde hubiera una cancha, un balón. En Venezuela se aficionó al beisbol. Era una época gloriosa para ese deporte en Venezuela. Andrés Galarraga brillaba en las Grandes Ligas. Si no hubiera sido futbolista seguro se hubiera destacado como beisbolista. Pero Radamel García no lo dejó salirse del camino. Allí en Venezuela el pequeño con apenas 7 años metió sus primeros goles.
En 1993, a los 37 años, Radamel García se retiró del fútbol. Regresó a Bogotá en donde se estableció persiguiendo el sueño de ser entrenador. Sin embargo su principal objetivo fue hacer de su pequeño hijo un profesional. Preparaba sus entrenamientos minuciosamente. No sólo era el primero en llegar a las canchas a entrenar sino que era el primero en llegar al salón de clases en el colegio Nuevo Gimnasio Cristiano. Allí estaba hasta las 3 de la tarde y luego entrenaba de seis de la tarde a nueve de la noche. Sus papás lo ayudaban a hacer las tareas. El fútbol lo consumía todo pero a los 15 años se pudo graduar y a partir de allí sólo se dedicaría al deporte. Al deporte y a la religión. Radamel metió a su hijo a la escuela de formación Fair Play, dirigida por su amigo el argentino ex futbolista y pastor evangélico Silvano Espíndola quien hacía parte de la iglesia Casa sobre la Roca. Era un club pequeño en el barrio la Alhambra al norte de Bogotá. Falcao duró unos meses hasta que, después de quedar campeón de la copa Tuti Fruti, debutó en el fútbol profesional. De allí daría el salto a Argentina en donde se transformaría en un ídolo con River Plate.
Radamel, en Mónaco, recibió la noticia. Se aprestaba a sacar a su equipo de lo más profundo de la tabla de posiciones. El trabajo deberá esperar. Ahora estará a su lado en Santa Marta, en su última cita con su padre.
