A finales de los ochenta, en el apartado barrio romano de Magliana, el boxeador Giancarlo Ricci fue encontrado asesinado en una veterinaria. Una gruesa cadena de metal con la que amansaban a los más temibles rothwailer le partió la traquea. Los vecinos ya no soportaban los golpes, los amedrentamientos, la locura animal que consumía a este gigante de dos metros. Por eso nadie lloró a Giancarlo, nadie, ni siquiera los que hicieron plata apostándole a sus puños.
El director Matteo Garrone se inspira vagamente en este asesinato para hacer su cuarta película. Marcello tiene cuarenta años y ama a los perros. Es de los pocos en su barrio decadente, lleno de edificios descascarados que alberga en pequeños cuartos a familias enteras, que se gana la vida haciendo lo que más le gusta: darle amor a los perros. Los baña, los seca, les dice palabras bonitas. Los fines de semana programa con su hija Alida viajes a Calabria, al mar rojo, a ruinas romanas, a donde ella mande porque es por Alida que cada mañana se levanta, es por ella que corre el riesgo de venderle a sus amigos más cercanos bolsitas de cocaína y poder tener unos euros de más en su bolsillo. El único nubarrón, el peso muerto que carga es Simone, el amigo de su niñez, el gigantón periquero que puede romper de un cabezazo una máquina de juegos o partirle la crisma a dos rumanos con su mano derecha. Marcello está atado a él y se hundirá hasta el pozo más profundo del infierno por secundarlo.
Pero Marcello no es un ángel, es un ser humano lleno de defectos, un hombre que puede traicionar a los más cercanos con tal de recibir 10.000 euros y sin embargo, así veamos su peor cara, en ningún momento de la película dejaremos de estar de su lado. La fragilidad que exhibe Marcello Fonte, como de clown decadente, es uno de los grandes aciertos de la nueva película de Matteo Garrone. Como Pasolini, de quien es su heredero, Garrone suele encontrar a sus actores entre la gente común y corriente. Fonte era el vigilante de un centro cultural donde funcionaba un grupo de teatros conformado por expresidiarios. Ocasionalmente hacía papeles menores hasta que Garrone lo descubrió. Los premios que han ganado muestran claramente que no se equivocó: ganó el premio a la mejor interpretación masculina en el pasado Festival de Cannes.
Garrone no sólo ha bebido de las fuentes de Pasolini, ahí, en esa brutalidad que devela lo más oscuro de la condición humana, está Scorsese, el hombre con quien lo han comparado desde que deslumbró al mundo con su particular adaptación de Gomorra. En Dogman está la rudeza de los suburbios romanos pintada sin matices por un realista exacerbado, el fracaso de cualquier intento de redención. No, no es fácil de ver como tampoco es fácil vivir.