“Will no one lay the laurel wreath
When silence drowns the screams?”
King Crimson. Epitaph (Including "March For No Reason" and "Tomorrow And Tomorrow"). In the Court of the Crimson King. 1969.
“El Diccionario está hecho para controlar el juego de las derivaciones a partir de la primera designación de las palabras”
Michel Foucault. Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas. 1966.
Lo siguiente es una serie de artículos que configuran una perspectiva absoluta de las cosas. Esa visión es la conclusión de extenuantes meditaciones que me direccionaron a establecer un criterio sólido que englobe toda la experiencia humana sobre el planeta Tierra; o mejor, que explique toda la historia humana y su impacto, su participación en el Orden Natural de las Cosas. El desarrollo de este Dogma partirá de una descripción secuencial (por eso la numeración), de cómo evolucionó la perspectiva en lo que en estas líneas denominaré Ficciones. Abordaré la estructura esencial de los principales discursos que componen el pensamiento humano.
Como lo he estado explicado en los artículos anteriores, la percepción humana se divide en dos esferas, como un péndulo que oscila entre dos primas: Las Ficciones y La Experiencia. Las Ficciones, el prisma que estudiamos en esta línea de artículos para Las2Orillas, es la convencionalidad (elemento humano) y circunstancialidad (elemento no humano, lo intempestivo, lo ajeno) de los discursos que le dan forma al mundo humano.
La experiencia humana, el otro prisma de la percepción es algo más que corporal o sensitiva. También, es algo más que la memoria. La experiencia humana (la que nos distingue de los animales) es EMOTIVA. O mejor, inquietante. Es la emotividad humana la cuna de los asombros; y de los asombros las inquietudes y los interrogantes; y de las inquietudes la necesidad de saberes o respuestas, y de la necesidad de Saber nace la Voluntad de Poder; y de la Voluntad de Poder emerge la expresión o lenguaje; y del lenguaje emanan los mitos o cuentos; y de los mitos el logos; y del logos los discursos y las ficciones, y de las ficciones se configura la realidad como la conocemos. Sobre la base de esa línea evolutiva desarrollaré este artículo, explicando el origen del lenguaje y su principal consecuencia: la convencionalidad.
El mundo físico, el mundo natural, es arbitrario. Los ciclos naturales obedecen indistintamente de los deseos o anhelos humanos. La vida y la muerte son un claro ejemplo de ello. Ante esa soberanía de lo rígido, de lo total, el Asombro emerge como la impresión ante la belleza que las cosas parecen no advertir y que no incide en la desarrollo de los ciclos frívolos e indiferentes del Orden Natural. El Asombro es el elemento transformador con el que desafiamos lo cotidiano, el olvido de lo cotidiano. La antípoda metafísica del Asombro es el Olvido. Toda memoria está hecha de asombro; solo se recuerda lo que impresiona, lo que advierte la consciencia.
Toda memoria es un cúmulo de impresiones sobre lo bello y lo sagrado (lo bello como categoría de atracción sensorial, no como discurso). El Olvido, el único Dios redentor, lo eterno, lo absoluto, sucumbe ante la impresión erótica y seductora de un fenómeno. El Asombro adapta la realidad a la humanidad y la diversifica, la inquiere y la complica a puntos exagerados, abominables.
La realidad fuera de la percepción asombrosa -la realidad en sí misma-, la cotidianidad de los fenómenos desconoce de las emotividades humanas. No es que no le importe, simplemente no existe; el error está en pensar que la importancia es un carácter universal, el error es pensar que todo lo que nos rodea es humano. Esa realidad arbitraria se compone de los mismos elementos que se expandieron en el tejido del espacio-tiempo después del Big Bang.
No se creó nada, todo estaba hecho, todo transformó a la medida que se expandía. Así, en el mundo real, en la naturaleza y sus ciclos, no hay nada nuevo bajo el sol. Todo en cuanto pertenece al Orden Natural de las Cosas siempre ha estado, está y seguirá estando, obedeciendo infinitamente ciclos evolutivos de transformación y sublevación, dinamismo en paradigmas entrópicos.
Sin embargo, el asombro inquietante, el que es el elemento transformador que nos hace humanos, desafía esta sistematicidad de los ciclos. Si bien el asombro primitivo advierte la belleza de las cosas, el asombro inquietante es la evolución de la advertencia a la cuestión sobre esta, la explicación de esta. En la medida en que impregnamos el mundo físico con nuestros asombros inquietantes buscamos adaptarlo a nuestras condiciones en un imperativo silencioso de poder; lo apropiamos. Ahí, en la sensación de proximidad y de la identificación con el entorno es donde emerge el lenguaje. Por lo tanto, el lenguaje nace de la voluntad de adquirir un entorno que nos asombra. Es lenguaje es la primera forma de política.
El lenguaje es política. Diseñar sonidos y expresiones que identifican a las cosas es una forma de dominio, de poder. Al ser humano le es imposible sostener con sus manos su ambición. Lo que desea siempre será infinitamente más abrumante que lo que tiene. La palabras, como convención fonética, como ficción metafísica que explora la realidad física, es la forma en cómo apropiamos las cosas, del mundo de afuera, las cosas que no podemos sostener con las manos pero que nuestra voluntad se niega a perder.
El lenguaje no solo intenta sacarnos del aislamiento; es, también, una forma de colonizar los asombros que nos provocan de las cosas, de comprender y colonizar lo ajeno. La ficción del lenguaje traslada a signos fonéticos el mundo físico al mundo metafísico, la naturaleza a la conciencia, el entorno a la percepción. El éter motor del lenguaje es el poder y el poder es el resultado del asombro inquietante, de la necesidad de una explicación.
La perspectiva es el compilado de información consciente del cosmos que adquiere el individuo en su experiencia humana racional, emotiva, y sensible. Al exponer esta perspectiva, los ejercicios de poder o control abandonan el Yo para aventurarse en el Otro, se despojan de su soledad virginal custodiada por la contemplación, la admiración, la meditación, el raciocinio, y así que sea el Otro el que legitime o reconozca la existencia de esa perspectiva -del YO- por cuanto al exponerla, los individuos comienzan una búsqueda de la memoria, (que es reconocimiento), en un sujeto ajeno.
En algún momento de nuestra historia, ante el abismal interrogante lo humano buscó refugio en la otredad. La experiencia resultó nítida en los ojos ajenos, como un espejismo consolante, y la identidad aprobó su consecuencia. El desgarre a la infinita inocencia de la percepción culminó en signos, y de los signos a la musicalidad y el chasqueo, de los sonidos a las letras, y de las letras a las palabras.
La lengua prevaleció en la disputa por las experiencias; sobre estructuras primitivas de expresión las evangelizó. En su salvaje colonización, arrasó con la congruencia y el goce del misántropo silencio. El lenguaje es la revolución al aislamiento, la necesidad por huir de mí para encontrarme en otra mismidad, para hallarme en el calor de otros ojos. La lengua fue el puente más estable que construimos para tales accesos.
Retomando, toda construcción humana es ficcional. Los humanos moldeamos lo físico para que represente lo metafísico. Todo lo físico está en constante giro, todo lo humano gira. Todo lo que explica la experiencia sensible humana es ficción; todo lo que hace algo humano pertenece a lo imaginario. Todo imaginario está en transformación; y negarse al cambio es negarse a la naturaleza intrínseca del cosmos.
Las construcciones humanas que interpretan la experiencia, son saberes o ficciones convencionalistas fácticas y circunstanciales en constante giro que se procrean y transforman en diálogos, espacio que construye verdades. “La verdad” sería así el resultado de las ecuaciones finales de los diálogos y de las circunstancias que moldean la perspectiva que seducen la otredad.
La etimología del término “diálogo” está ubicada en el latín como dialŏgus, a partir de la raíz griega diálogos. El prefijo “diá” comprende un -a través de-, en este marco al respecto de la palabra, y “logos” señala explícitamente el saber manifiesto. Para los griegos de la antigüedad este vocablo hacía referencia al proceso de conocimiento mediante la palabra, y la torna el camino hacia la verdad, el elevado, lo iluminado. Y, sin la convección sobre la convección, sin la lengua, no habría diálogos.
La convección, oriunda de la expresión, da orden y sistema y estructura al lenguaje y al mundo para transformarlo a nuestra imagen y semejanza. Sin la convección el mundo humano sería un sitio de ruidos de yoes, un lugar sin estructura, un infierno de voces. Sin embargo, los seres humanos somos dispositivos de narraciones o relatos que se consolidan en discursos a través de la convencionalidad y las circunstancias.
Los asombros son los demiurgos de los humanos. La convencionalidad del saber es el factor legitimante de “la verdad” que el individuo expone. A través de los diálogos, los saberes individuales se seducen y varían, la perspectiva cambia sus giros del Yo al Otro y del Otro al Yo, girando para transformarse. La convencionalidad de una perspectiva la eleva a rango de Saber, pues lo humano se niega a la admisión del giro eterno por su necesidad de alguna certeza que estabilice su experiencia, o al menos su interpretación. La búsqueda de “la verdad” es primordial para lo humano, pues su esencia es la Voluntad de Saber.
Observo, entonces, que toda interacción humana es un ejercicio de control, que busca una verdad o saber, que se ubica en los encuentros y se desarrolla en los diálogos. La seducción que ejercen los sujetos en estos espacios tiene como objetivo el reconocimiento de la Voluntad de Saber, que surge de la admisión de la ignorancia. Tal cosa genera la curiosidad en el sujeto consciente por apropiarse de una información que desconoce y desea. Por ende, el factor definitivo de toda seducción dialéctica es la curiosidad.
La seducción, si bien emana del latín, su significado actual lo encontramos en el génesis bíblico. Según nos cuenta Moisés, la serpiente seduce a Eva al guiarla a un pensamiento distinto al que ella defendía. Así, el relato nos indica que el primer pecado del ser humano se construyó en un diálogo, o mejor, en una dialéctica. Lo que motivó al pecado según esta línea fue la curiosidad de Eva, inducida y legitimada por la serpiente, que deseó tomar el fruto prohibido y sentir por sí misma lo que en su imaginación le provocaba el maligno.
Dialogar es el acto no obediente por excelencia. Al partir de la admisión de la ignorancia, los sujetos aventuran en los otros, la curiosidad los motiva, la seducción los induce a la contemplación de la perspectiva ajena, nuevas preguntas desconocidas se harán imponentes, las palabras crearán puentes ficcionales que los acercan, la verdad se acuerda, el mundo se transforma a un mayor sentido, y todo lo ajeno tomará vida en lo propio. El mundo se colmó de ideas cuando el diluvio de letras dio por forma por otra ficción a las ficciones, y junto a ellas a todo lo atroz, y a los diálogos.
En el próximo artículo abordaré el elemento funcional de los diálogos y el constituyente de los discursos: el poder. Estos artículos obviarán los asombros naturales primarios y sus tedios, y desarraigándose hasta donde sea posible del dual moral, nadaremos en las ficciones que definen todo lo humano, todo lo que es demasiado humano ¡Acompáñame hacía el mundo de las ficciones!
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