Tantas noches desarmando en ideas la guerra, un tango al fondo, una cerveza en la mano y la paz como único motivo.
Un día me regaló su biografía, Jaime no es billarista, y la devoré en tres días con el deseo de hacer en mi vida al menos una pequeña parte de lo que él logró por esta tierra.
Pocos sabrán que no fue un hacedor de sueños de escritorio, que se la jugó por la paz en lugares donde la tierra, la selva y la humedad no conocen el asfalto. Yo mismo pude viajar con él durante interminables horas en una carretera despedazada hasta Machuca, en Segovia, a la conmemoración de los diez años de ese terrible hecho. Allí lo vi recibir flores y entregar todo el amor y la esperanza.
Sin embargo, me marcó el hecho de que la guerra le cobró al doctor Jaime la peor cuota de sangre que se puede aportar: la de un hijo (asesinado a la orilla de un camino). De hecho, con una carta (de las más hermosas y desgarradoras de la reconciliación) hizo llorar a Nelly Mosquera, alias Karina, la comandante del frente que mató a su primogénito.
Sea como sea, Jaime Jaramillo siempre se la jugó hasta el fondo por lo que creyó. Podríamos no estar de acuerdo, pero jamás dudaré de su convencimiento. Inclusive, recibió un disparo hace varias décadas, porque, independiente de la normal transformación de nuestros argumentos durante la vida, nunca ocultó lo que creía. Su convicción era total: la constitución nacional, la política, la paz, dos universidades, y varios presidentes, gobernadores, ministros y asesores de paz tienen su sello... en una de las muchas historias que escuché en ese piso siete de su apartamento, hasta un jefe de Estado dijo que era jaramillista.
Recuerdo que en una de las conversaciones, mientras sonaba Balada para un loco de Piazolla, le contaba que en el lento proceso del Alzheimer de papá todos los recuerdos parecieron irse, pero que cuando escuchaba un tango sus labios se movían en un intento de cantarlo y se escuchaban algunas palabras de la letra. Ese día tomó nota e incluyó en una de sus charlas esa parte sobre el tango como terapia sanadora.
El doctor Jaime, como siempre le dije (aunque no acostumbro a utilizar mucho el término doctor, me sentía muy cómodo haciéndolo), hoy debe estar escribiendo sus notas y columnas imparables que me llegaban sin falta cada semana y su vanidoteca, como le llamaba a la pared donde estaban los reconocimientos de todos los estamentos de poder del país, contarán un poco lo infinitamente incontable de sus historias.
Hoy, en medio de la tristeza normal de la partida de un verdadero hombre de la paz, sonreí también, pues me imaginé que justo en este momento podrá comprobar de primera mano quién está detrás de la vida y de la muerte. Quizás se estará disculpando con la causa primera de la existencia o tal vez corroboró su idea y ser ateo fue la mejor opción. No obstante, independiente de su concepción filosófica o espiritual del mundo, ojalá contáramos con hombres y mujeres como él, que no necesitan de juicios apocalípticos para ser buenos.
Ya tendremos el chance de hallar cada uno la respuesta al final. Solo espero poder verlo de nuevo, porque si el cielo existe debe parecerse a una conversación eterna con el doctor Jaime Jaramillo Panesso.