Pesa decir que las vocaciones de los docentes, sacerdotes, médicos y campesinos se catalogan como unas de las tantas profesiones huérfanas, quienes con su alto grado de compromiso las ejercen, con su trabajo constante, arduo, decidido y protagónico, al orientar, sanar, evangelizar y profetizar a su gran conglomerado, con cada uno de los integrantes, que conforman a una sociedad, para ayudarles a que las acciones de los políticos, trazadas y expuestas en el entorno, se vuelvan un hecho real, tangible, verás y efectivo, por medio de la herramienta del buril, que deja huella indeleble en cada uno de sus pupilos, pacientes, fieles y trabajadores que integran la sociedad.
Sería bueno que tales profesiones sean vistas, y garantizadas con un verdadero asistencialismo, para así erradicar el alto grado de orfandad y abandono que durante décadas padecen. Pero no con aquel asistencialismo, adornado de aquellas prácticas malsanas, de poner de rodillas al pueblo, a los docentes, sacerdotes y médicos, sino un asistencialismo, como aquella ayuda, auxilio o asistencia, que permita subsanar las necesidades de todos los que profesan tan admiradas vocaciones y profesiones, con una justa, puntual y verdadera remuneración que los lleve a gran paso a solventar las necesidades personales y de sus familias, de esa forma descartar en la mente esa idea errónea de las comunidades de que el gobierno es el que les tiene que ayudar, cuando no es así, porque tales vocaciones y profesiones, mediante el trabajo de tareas titánicas, lo único que buscan y desean es que los gobiernos, con sus ideologías políticas, se consoliden, se conjuren, para que tengan en cuenta que el acto de trabajar con esfuerzo, dedicación y sacrificio permite adquirir, no el derecho de pedir ni el de recibir, sino el derecho de exigir que el trabajo y la labor de tales profesiones sean bien remuneradas por su abnegada entrega.
Fuera de que las vocaciones y profesiones de los docentes, médicos, sacerdotes y campesinos son mal remuneradas y mal estimuladas, no dejan de estar en cada momento ubicadas en el ojo del huracán para hacerlas sonar, como aquellos árboles cuando se caen por causa de una tormenta o tala despiadada, o por su grado de senectud, o las hacen sonar como aquellos tarros de latas que guindan al carro de la pareja que se va a casar, de esa forma literal del sonido de los árboles cuando se caen o los tarros que los arrastran para que suenen, así, de forma despiadada e inmisericorde, hacen sonar las vocaciones mencionadas, cuando el infortunio de algún escándalo en sus vidas los embargó.