Contra la ‘cacería de brujas’ que hace ver cualquier actitud docente como agresión o maltrato

Contra la ‘cacería de brujas’ que hace ver cualquier actitud docente como agresión o maltrato

Vergonzoso que por la bajada en matriculados universitarios, el estudiante/cliente siempre tenga la razón y los castigados sean siempre los docentes

Por: Lizandro Penagos Cortés
agosto 14, 2024
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Contra la ‘cacería de brujas’ que hace ver cualquier actitud docente como agresión o maltrato

Si las tendencias del suicidio continúan aumentando en Colombia, para 2030 haremos parte de la proyección de la Organización Mundial de la Salud que considera que la salud mental estará entre las dos primeras causas de enfermedad en el mundo.

Según datos de Medicina Legal en nuestro país, siete personas se suicidan cada día y lo intentan 95. De ahí que el suicidio de una estudiante de Medicina de la Universidad Javeriana en Bogotá haya puesto de nuevo el tema sobre la mesa de discusión en algunos círculos, donde el académico, por supuesto, destaca.

En los medios fue cosa de un par de días y la búsqueda implacable de responsables. Nadie debería acabar con su vida y menos, si las causas están asociadas con el lugar y las dinámicas en donde se está preparando para la vida misma. Pero ocurrió y es menester que la sociedad asuma el tema.

Aunque no es el primero, dentro de los factores de riesgo aparecen los problemas escolares con el 19 % y maltrato psicológico con un 16 %. Por encima de ellos, los problemas familiares con un 33%, los conflictos de pareja en un 32 % y los problemas económicos en el 12,5 % de los casos.

La cuestión en que el 50% de todos los casos de suicidio se registra el sentimiento de aislamiento, la depresión y la ansiedad como riesgos determinantes que impulsan la decisión de acabar con la vida. No hay profesiones, ni grupos sociales, ni condición económica, ni nada que predomine, salvo cierto patrón de edades relacionadas con las causas.

Hay dentro del grupo de suicidas tanto estudiantes como profesores, obreros como jefes, empleados como desempleados, profesionales como bachilleres, artistas como personas del común y eso sí, muchos más hombres que mujeres: de 1.564 suicidios registrados en 2022, 1.241 corresponden a hombres y 323 a mujeres.

En suma, somos una sociedad que tiene serios problemas de salud mental y no hay políticas ni públicas ni privadas que promuevan enfrentar esta problemática como se debe. La tendencia es el ocultamiento, dada la especie de condena social producto de un precepto religioso: solo Dios puede quitar la vida. No importa si es en la familia, en la empresa, en la escuela, en el colegio o en la universidad, lo primero que intenta hacerse ante un intento de suicidio o uno consumado, es callar y ocultar. Nadie quiere cargar con esa muerte.

Nadie quiere ser tildado de responsable, aunque este escenario diste de la culpabilidad jurídica y/o legal. La población que más se suicida está entre los 20 y 24 años, es decir, población joven y económicamente activa. Y un tan dato revelador como preocupante: no se están suicidando los viejos y sí, cada vez más, los niños: La mayoría de los suicidios ocurre en población joven y adulta joven, entre los 12 y los 49 años.

El suicidio de Catalina Gutiérrez, víctima al parecer de situaciones de violencia y maltrato mientras realizaba la residencia de la especialidad de cirugía en el Hospital San Ignacio de la Pontificia Universidad Javeriana, prendió las alarmas de toda la comunidad universitaria del país que por supuesto no quiere que esta situación se repita. Eso está bien. Lo que no está bien, es que se desate una ‘cacería de brujas’ donde cualquier actitud de un profesor sea leída como una agresión o un maltrato que lleve a un estudiante a la fatal decisión de quitarse la vida. La educación es un imperativo y la prevención una posibilidad que debe trabajarse. Hay señales de alerta y una de ellas es la depresión, que no puede ser vista como un simple estado de tristeza. Son múltiples las razones y algunas insondables, pero una consigna es clara: conciencia y empatía para evitar que cualquier persona acabe con su vida.

No importa si es estudiante o profesor, profesional o técnico, enfermero o médico, analfabeto o literato. Nadie es sus cabales acusaría al estudiantado de ser el causante del suicidio de un docente, así como nadie cuerdo podría acusar a un compositor o a un escritor, del suicidio de una persona que encontró en la letra o los acordes de una canción, o el personaje de una novela, la justificación para quitarse la vida. En las redes sociales, sin embargo, se desencadenó una especie de condena inclemente por el accionar de ciertos docentes, lo que sería tan grave como el suicidio mismo de la estudiante. Son varios los casos en los que profesores han manifestado riesgo para su integridad al verse sometidos por dicha situación a maltrato psicológico y las amenazas directas, que nada tienen que ver con el control social. Incluso se habló de una cadena incesante de maltratos en instituciones educativas que se perpetúa como en instituciones castrenses.

No pueden ni deben permitirse abusos verbales y menos físicos –como someter a turnos inhumanos a un prácticamente de Medicina, obligar a una joven con el periodo a la práctica deportiva en Educación Física, menospreciar a alguien por su apariencia o condición sexual, etc.– pero tampoco asumir que a los centros educativos llegan niños y jóvenes que no tienen problemas y que la única causa de su suicido es la actitud del profesor.

Después de la pandemia los problemas de salud mental han crecido y con ellos también, los mismos como disculpa o argumentos para no cumplir con los compromisos, bien sea laborales o académicos. Somos un país donde los valores se han trastrocado y cuestiones como la honestidad, el compromiso, la solidaridad y la disciplina, entre otros, son vistos como embelecos. Y los estudiantes, permeados claro por la sociedad y los medios, actúan movidos por un nefasto principio que pareciera deporte nacional: eludir o evadir responsabilidades.

Que escuelas, colegios y universidades sean inclusivas es una excelente decisión. Que el bienestar universitario sea más que una oficina, muchísimo mejor. Que se acepten personas con problemas mentales en las instituciones, un derecho inalienable. Pero que en medio de la desesperada situación económica que atraviesan las instituciones educativas por decrecimiento en el número de matriculados o la deserción, entre otros factores, entonces el estudiante/cliente siempre tenga la razón y deba el profesor so pena de la expulsión, con sumisión atender recomendaciones contrarias a sus principios y dignidad académicas, porque el látigo inquisidor así lo sugiere, es un despropósito.

Refiero solo uno de muchos ejemplos de lo acontecido a un docente universitario: en una clase donde se trabaja el manejo del plural y el singular en la escritura, se aborda el tema también en la oralidad. Se dice y escribe: lo hizo en mi nariz y no en mis narices, porque tenemos una nariz y dos fosas nasales; o lo hizo a mi espalda y no a mis espaldas, porque tenemos una sola; no se dicen las vistas, sino la vista, aunque tenemos dos ojos; y se dice guardaespaldas y no guardaespalda, así proteja a una sola persona.

Una acuciosa estudiante pregunta: ¿Profe, entonces por qué se dice el pelo y no los pelos? La respuesta es precisa: porque una cosa es el cabello, que está en la cabeza; otra es el vello, que está diferentes partes del cuerpo; y otra es el pelo, que está en partes íntimas o pudendas. Contrapregunta la chica: ¿Qué es pudendas? Respuesta: se llama así a las zonas donde están los genitales. El pudendo o perineo es la parte entre el ano y los testículos o el ano y la vagina. Lo que popularmente y en el lenguaje coloquial se define como el nies, porque ni es lo uno ni lo otro.

De hecho, el docente agrega dos datos: el primero, como solía rasgarse en los partos naturales, los médicos ahora hacen una incisión en el perineo para reducir el traumatismo si el bebé es muy cabezón o el canal cervical muy estrecho. Y el segundo, la acepción inicial de pendejo –además de ser un insulto para referirse a una persona tonta– deviene de la anatomía y es la parte inferior del abdomen, justo por encima de los genitales y sobre el hueso coxal, es decir en el Monte de Venus y donde tras la pubertad aparece el vello púbico. De modo que por extensión cada uno de los vellos que crece en el pendejo, el perineo y la ingle de los humanos adultos, es un pendejo. Hay algunas risas.

Pero resulta que a una estudiante todo esto le parece un chiste vulgar, una agresión a la intimidad y un acto de desfachatez de parte del profesor. En la evaluación final del curso lo masacra, de forma anónima por supuesto. Y entonces los directivos le llaman la atención al docente y le sugieren no abordar ciertos temas que pueden herir susceptibilidades, pues los chicos de hoy son hipersensibles. ¡Esto sin duda no es ninguna pendejada! Pero la decisión correcta no es correr a buscar una sanción para el profesor, sino atender el porqué de la reacción de la estudiante. Y ahí está fallando la academia y la sociedad.

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