La prensa no ha registrado el paro del magisterio y las pocas notas que aparecen informan desde la trinchera del Ministerio. Este fin de semana se ha promocionado un mensaje en el que la Ministra le reclama a FECODE el haber suspendido las negociaciones durante el puente festivo. Al final de la noticia, en el público queda la sensación de un gobierno sensato y dispuesto frente a un sindicato mezquino y perezoso. Como siempre, las intenciones del mensaje son políticas. Despertar entre la opinión pública un odio ciego contra los maestros sindicalizados presentándolos como la mayor amenaza para el cumplimiento del derecho a la educación en Colombia.
Pero ese argumento se derrumba solo. El malestar que empujó a los docentes fuera de sus aulas, pese a los riesgos laborales que esto pudiera implicar, explica al mismo tiempo las razones por las cuales la mayoría de niños y jóvenes no pueden realmente acceder a la educación pública de calidad, sencillamente porque esta no existe. Apenas si las escuelas llegan a contenedores sociales, jaulas que aglutinan niños y jóvenes para mantenerlos a salvo de una sociedad que los desprecia y los odia. Puertas para adentro, la escuela pública es pobre, sin laboratorios, sin salones de arte ni campos deportivos, sin bibliotecas, sin alimentos, hacinadas, desconectadas, homófobas, antidemocráticas, clasistas; aterradas del susto.
El paro del magisterio es un signo de la crisis profunda que vive la educación. No es como lo han querido vender los grandes medios un sucio chantaje para que nos suban el sueldo. Más bien, nuestras reivindicaciones laborales (nivelación salarial, régimen especial de salud, estatuto único docente, prestaciones sociales) ponen sobre la mesa la falta de interés del Estado (durante sucesivos gobiernos) por garantizarle al pueblo educación pública de calidad. Porque docentes maltratados son señal inequívoca de escuelas para la miseria.
Por eso mismo, la conquista de algunos avances en cuanto a derechos laborales del magisterio por medio de la movilización, sin bien debe ser indispensable para el sindicalismo docente, no agota las razones que produjeron y mantienen vigente el Paro. Es imposible resolver la precariedad que viven los docentes si no existe un proyecto educativo nacional, construido y concertado desde la base, decididamente apoyado por el Estado. Y es por esa razón que la sola efervescencia del Paro es incapaz de producir la transformación que requiere el Sistema Educativo.
Los verdaderos avances que debería traer la movilización tendrán que ver con los días que sobrevengan al último día del paro. Con la persistencia de los esfuerzos que nos permitieron organizarnos para la acción colectiva; de las simpatías que florecieron entre prácticas y discursos pedagógicos hasta ahora dispersos y anónimos. Tendrá que perdurar la valentía que le permiten la marcha y la huelga a los humillados y ofendidos. Por esa razón es necesario aprovechar estos últimos días de paro para además de continuar acompañando fervientemente la movilización nacional, tomar decisiones locales, generar espacios de encuentro, acuerdos mínimos, compromisos individuales y colectivos. En una palabra para construir sindicalismo de base.