El racismo y la discriminación tienen antecedentes históricos muy profundos. Durante el periodo conocido como la trata esclavista muchas personas -niños, mujeres y hombres- provenientes de África llegaron en barcos en condiciones infrahumanas.
Según la profesora Marial Iglesias “entre 1500 y 1870 cerca de un total de doce millones y medio de africanos llegaron a las costas del continente americano y al Caribe en lo que se conoce como la migración forzosa más grande de la historia”.
Estas personas fueron tratadas como mercancías, como cosas sometidas a la oferta y la demanda, muchas llegaron en condiciones de desnutrición o enfermas y buena parte de ellas no sobrevivieron a los tortuosos viajes trasatlánticos.
Quienes finalmente llegaron fueron sometidos a realizar trabajos forzados en minería, cultivos intensivos como caña de azúcar y algodón, trapiches, servicios domésticos y diferentes oficios como mano de obra esclavizada sin ningún tipo de derechos que los protegieran.
En la sociedad colonial, las ideas sobre las diferencias basadas en la raza fueron el soporte argumentativo para defender la esclavitud sistemática, el maltrato, la violencia sexual y toda clase de vejámenes sobre la población afrodescendiente, a la par que se construía todo un sistema jerárquico en el que las personas llegadas de África y sus descendientes constituían la base de la pirámide social y económica.
Y frente a todo esto, las personas provenientes de África y sus descendientes buscaban siempre las maneras de encontrar la libertad o luchaban por mejorar sus condiciones de vida. Pero todavía a principios del siglo XX, muchos años después de haberse proclamado formalmente la abolición de la esclavitud, las élites de América Latina insistían en que los no blancos eran incivilizados y no estaban en condiciones de participar en los procesos democráticos de la sociedad.
En Colombia se declaró formalmente extinguida la esclavitud en 1851, pero aún hoy, en pleno siglo XXI, todos los indicadores sociales y económicos demuestran la pervivencia de la desigualdad, del racismo y la discriminación contra la población afrocolombiana.
Para la Cepal, los mayores índices de pobreza en América Latina se encuentran en los territorios históricamente vinculados al asentamiento poblacional del período colonial-esclavista; en Colombia, la población afrodescendiente se concentra principalmente en aquellas zonas de la costa pacífica y de la costa caribe en las que hubo mayor concentración de población esclavizada en la época colonial.
De acuerdo con cifras de 2018 del organismo cepalino, Colombia era el país de América Latina que presentaba la mayor tasa de pobreza entre la población afrodescendiente, con el 40,3%, muy por encima del 27,8% que en nuestro país registraba la población no afrodescendiente en el mismo año.
Tomando cifras del Dane, para los afrocolombianos en 2021 la pobreza monetaria fue de 46,1% y la pobreza extrema de 17,3%, pero el impacto mayor fue para las mujeres porque la pobreza monetaria fue de 47,8% para ellas y de 44,4% para los hombres, mientras que la pobreza extrema fue de 18,4% para las mujeres y de 16,4% para los hombres. Tanto el racismo como la discriminación se convierten entonces en generadores de pobreza y desigualdad.
Es innegable que todavía persisten enormes brechas en el acceso a recursos y en la garantía del cumplimiento de derechos y libertades, lo que pone en una situación de desventaja a la población afrocolombiana en relación con otros grupos y tiene un impacto negativo sobre la vida de las personas afrodescendientes.
Según la OCDE (2018) en Colombia hacen falta once generaciones para que un niño salga de la pobreza, lo que evidencia el carácter acumulativo de estas desventajas y pone en entredicho las posibilidades de movilidad social. Y sumado a ello, se presentan discursos de desprecio y de odio derivados del racismo y la discriminación, que tienen un impacto no sólo psicológico sino en temas tan importantes como el acceso al trabajo.
Una amiga me contaba que no ponía su fotografía en la hoja de vida porque había probado que por ser negra no la llamaban, era objeto de rechazo.
Esto, y todos los casos de odio racista que diariamente escuchamos o los que hemos vivido, como los que se han dirigido contra la vicepresidenta Francia Márquez, evidencia que este país está lejos de superar el racismo y la discriminación, problemas estructurales de nuestra sociedad.
Se necesita una intervención urgente del Estado encaminada a corregir las desigualdades económicas que sufren en mayor medida los afrocolombianos; pero también se requiere una política educativa que contemple campañas mediáticas y proyectos pedagógicos encaminados a erradicar de las mentes y de las acciones de los colombianos el racismo y la discriminación por el color de piel.
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