En este mundo digital y frenético perdimos lo más sagrado: nuestra atención y tiempo
El apropiarse de la propia identidad pasa por limitarse, encerrarse, o hasta escaparse de uno mismo.
Forjando el carácter desde el plano de la consciencia y fortaleciendo los elementos que nos ayuden a potenciar nuestro pensamiento crítico, porque la toma de consciencia para comprender los aparentes sinsentidos de la vida es un proceso primordial en la construcción de la identidad.
De lo contrario, corremos el riesgo de desfallecer en el intento de encajar nuestra personalidad en modelos de identidades estandarizados, que se alejan mucho de nuestras circunstancias reales.
Advirtiendo ante los cambios que estamos experimentado, sobre cómo el desánimo se filtra por las costuras de nuestra identidad sin darnos cuenta.
Ya que es un elemento consustancial a nosotros mismos, desde el momento en el que se altera nuestra disposición del mundo y no encontramos motivos ni energía para volver a armonizarlo.
Puesto que es una respuesta, en muchos casos inconsciente, que desarrolla inadvertidamente un comportamiento.
Cambios a los que nos adherimos, que corresponden a exigencias cada vez más altas, porque las enfocamos desde el rendimiento.
Presionándonos para extraer lo mejor de nosotros en el trabajo, en el hogar, en nuestro tiempo libre, al que tratamos de sacar el máximo provecho -incluso profesionalizando el ocio.
Reduciendo la vida al paradigma del perfeccionamiento, de tal manera que terminamos eliminando las barreras que separan los espacios del placer de aquellos de exigencia, y cuando esto ocurre, el desánimo encuentra un terreno abonado donde crecer.
En un sistema como el actual, que le interesa que olvidemos nuestras características individuales y la trayectoria propia de vida, para impulsarnos hacia esas identidades rentables proactivas y extrovertidas que se publicitan como modelo de éxito.
Usando estrategias de seducción que apenas percibimos, como, por ejemplo, la subordinación de la moda a las tendencias que casi han logrado unificar a todos los consumidores en uno solo.
Donde no importa la edad, el sexo, la clase social, puesto que la tendencia logra que dejemos a un lado las señas de identidad real.
Triunfo de la sociedad de consumo, que poco a poco nos uniforma, al tiempo que nos obliga a mostrarnos distintos.
Presión que no es sino otra forma más de violencia, en forma de la condena moral de la impersonalidad, en el que en el mercado de las ideas no es distinto de cualquier otro y la oferta o la demanda también se encuentran atravesadas por las tendencias, las burbujas o incluso las grandes pérdidas.
Desánimo que se acrecienta cuando nos acercamos a las redes sociales sin criterio alguno, y dejamos que se filtren elementos dañinos del mundo digital hacia nuestra identidad real.
Sin percatarse que los planos de lo virtual y lo real con los que interaccionamos son meras idealizaciones, y en los que las probabilidades de abatimiento no disminuirán.
'Pues ya tenemos suficiente con las dificultades que entraña construir una personalidad sólida en el mundo real, para tener que cargar con el sobrepeso de una identidad duplicada en el mundo digital'.
De ahí la importancia de poner el valor en lo real, ya que para construir una personalidad sólida se precisa la vivencia en directo, y, si solo mediatizamos las relaciones por medio de tecnología, perderemos la posibilidad de edificarlo, limitándonos a la conexión y debilitando la relación.
Pasando por el olvido del otro, que solo nos interesará como elemento que confirme nuestra identidad, y no 'eso que significa el cara-a-cara del encuentro original, la mirada a un rostro que es conocimiento y percepción'.
Reino de la personalidad, donde sentimos un deseo irreprimible de hacer alarde de nuestro ‘yo verdadero’. Y como no parece suficiente con conocerse a uno mismo, se hace necesario manifestarlo a través de logros, publicando sentimientos, dando nuestras opiniones o subiendo nuestras fotografías.
Declive del hombre público, como consecuencia de la tiranía de la personalidad, en la que la mirada hacia el otro se desvanece. Y el único esfuerzo que se realiza para comprenderlo, pasa por subordinarlo a nuestros intereses, activando nuestra capacidad de entenderle solo con el propósito de quedarnos con su atención.
Intento contemporáneo de encajar la personalidad dentro de una identidad exitosa, que para combatirlo hace falta reconocer la riqueza de lo real frente a la seducción de lo virtual.
Que hoy no es nada fácil, pues vivimos en una sociedad que se mueve bajo el paradigma de sobreestimulación y emplea las mejores estrategias de seducción apoyadas en la tecnología.
Y de los algoritmos, que se han apoderado de un elemento crucial en la edificación de nuestra identidad: la atención.
Todo unido a la turbo-temporalidad, que impregna la cotidianeidad y nos mantiene hiperactivos, sin tiempo para edificar el relato de nuestra vida.
Referencias.
Gilles Lipovetsky, filósofo y sociólogo francés. Libro 'El imperio de lo efímero' 1987.
Emmanuel Lévinas (1906 - 1995), filósofo y escritor. Libro 'Más allá de la esencia' 1974.
José Carlos Ruiz, filósofo Universidad de Córdoba y Sorbona de París. Libros ‘El arte de pensar’ y ‘Filosofía frente al desánimo’.
Richard Sennett, sociólogo London School of Economics, Instituto Tecnológico de Massachusetts y profesor de Humanidades en la Universidad de Nueva York. Libro 'Etica para la ciudad' 2018.