Desde el comienzo de la era republicana, hace casi dos siglos, el escenario político nacional se ha repartido en bandos cuyo eje no son las propuestas ideológicas y programáticas sino los nombres de las personas que lideran las acciones colectivas orientadas al ejercicio del poder. En esa época eran los bolivaristas y los santanderistas los protagonistas que desde allá dejaron sentado un patrón en la cultura política de corte caudillista, que mucho daño ha hecho en la necesaria relación Estado-sociedad, sobre la cual se basa la construcción histórica.
Hoy seguimos viendo en el mismo escenario un complejo de fenómenos sociales que crean un ambiente de turbulencia de alto riesgo, que mucho perjudica las aspiraciones sobre calidad de vida de la comunidad, donde la característica más notoria es la división en cuatro fracciones a quienes no les importa el contenido ideológico y programático del quehacer político, sino las pasiones y sentimientos subjetivos a favor o en contra de una persona, sin interés por los alcances y efectos de las políticas que ellos representan.
Son los actores principales, los simpatizantes y adversarios de Álvaro Uribe y Gustavo Petro, agrupados en dos bandos: por un lado los simpatizantes de Uribe y adversarios de Petro y en el otro los simpatizantes de Petro y adversarios de Uribe, donde ninguno de los dos piensa ni reflexiona sobre el contenido de sus propuestas ni sobre las implicaciones de las políticas que representan, sino en las pasiones y sentimientos personales a favor o en contra del uno o del otro. Es casi seguro que si preguntamos a quienes intervienen en las redes sociales con frases de defensa o ataques al uno o al otro, si conocen las implicaciones para el país y las comunidades de las propuestas programáticas de ambos contendientes, lo más probable es que no las conozcan, porque sus argumentos son siempre haciendo referencia al pasado o al presente de sus atributos personales.
Sin embargo, la realidad política de hoy, cuando se ha descartado la posibilidad del sistema socialista por su anacronismo y pérdida de vigencia histórica, en razón a que en el presente siglo existe otra modalidad de sistema capitalista diferente al de hace un siglo, los temarios que están en juego son dentro del mismo sistema capitalista y giran en torno al papel del Estado y las características del estilo en la gestión pública. Lo que se aprecia es una clara confrontación entre las propuestas neoliberales que hoy detentan el poder y las propuestas socialdemócratas que luchan por tomar el poder.
No hay propiamente izquierda ni derecha como en el siglo pasado en época del capitalismo industrial, cuando burgueses y proletarios cruzaban sus interés montados sobre las ideas de la democracia representativa, por una parte y la dictadura del proletariado, por la otra. Hoy es el régimen de la democracia participativa instaurado sobre los fundamentos del Estado social de derecho, vilmente degenerado por el ideario neoliberal, y dentro del ordenamiento mundial del capitalismo rentista con el magno poder de los fondos de inversión, el factor que determina la discusión, por lo cual esta se concentra en la forma de tratar y manejar lo público, o sea los bienes y servicios de interés general que nos competen a todos.
Sin embargo, en Colombia, el sentido y los alcances o efectos de las políticas neoliberales que hoy dominan el ejercicio del poder, por una parte, y las propuestas socialdemócratas antagónicas al neoliberalismo, por la otra, no están en discusión. Tanto que el Partido Liberal, cuya plataforma política es de esencia socialdemócrata y única organización colombiana afiliada a la Internacional Socialista, está aliado y dentro del bando uribista, cuya esencia es de pensamiento neonazi y se concentra en la defensa de las políticas neoliberales, demostrando claramente que en el sistema político colombiano se presenta gran distorsión en el debate político.