Disneylandia no es para niños
Opinión

Disneylandia no es para niños

Por:
julio 25, 2015
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Todos los muñequitos que siempre quisieron ver, el castillo rosado con el que tanto han soñado, colores, magia, las canciones que se aprendieron de memoria, las princesas, las montañas rusas... y aún así se ven más niños llorando que donde el dentista o en un centro de vacunación.

¡Pobres! ¡Qué tortura! Todo un día encerrados en un parque rodeados por las cien mil cosas que quieren tener, y un millón de cosas más que ni sabían que querían tener. Y solo pueden escoger una o dos (i.e., los afortunados que tienen papás que después de pagar el viajecito, el hotel y las entradas, tienen unos cuantos dólares, euros, yenes o yuanes de sobra para alimentar las arcas del ratón Miguelito). Rodeados de dulces de los que se comen Mickey y Pluto y las ardillitas... y solo se pueden comer... pues los que les quepan, los que se puedan comprar con la plata que les sobró a los papás, o los que se hayan ganado por ser buenos en el colegio. Por supuesto, siempre querrán más.

Y claro está, los papás se sueñan con ese día mágico y maravilloso, pero ¡pobres! No se imaginan lo que se viene: pataletas de las que terminan con volteretas en el suelo tipo break dance, shows con más audiencia que los que organiza el mismo parque, más subidas y bajadas que en las montañas rusas (incluyendo varios giros de 360 y hasta 720 grados), más lágrimas que agua en splash mountain, colas de horas (con amables letreritos informando que «a partir de aquí, dos horas», pero el tiempo no es una dimensión que los niños entienden), la dificultad de explicarles que hay que volver a hacer la filita de dos horas cuando quieren dar otra vueltecita por el mundo de Peter Pan, y de remate, un hermoso espectáculo de fuentes danzantes y fuegos artificiales que empieza a las once de la noche, varias horas pasada la hora de ir a la cama (recuerdos de mi infancia vienen a mi mente, cuando el abuelo no dejaba abrir los aguinaldos hasta que no sonaran las odiadas doce campanadas, y una tía monopolizaba la leída de las tarjeticas de «de-para»).

Muchos pensarán que no me gustan los niños, pero ese no es el caso. Todo lo contrario. Estoy pensando como un potencial papá, y en lo poco que parecían estarse divirtiendo los que ya lo son. Claro que todos volverán de su paseo y hablarán maravillas, olvidarán —u omitirán deliberadamente— todos los malos momentos que pasaron y exagerarán los buenos. Al fin y al cabo eso resume muy acertadamente la paternidad en nuestra sociedad, donde quejarse de los hijos, reconocer que no es la vida más divertida de todas y desear en voz alta haber usado un condón es ser egoísta y desnaturalizado. Eso sí, hay que ver las estadísticas de cuántos niños indeseados o no planeados nacen cada año, o de niños «prematuros», que nacen justo siete meses después de la noche de bodas. Ni hablar de tantos padres que lo son «porque sí», por ver «la pintica», o porque sin cuestionamiento alguno, creen en lo que alguno de los tantos lunáticos de la edad de bronce que escuchaban voces en su cabeza escribió: que la misión del ser humano es poblar este planeta y usarlo a su antojo, con todo lo que este incluido en él.

Disneylandia no es para niños. Lleve a sus hijos cuando sean más independientes y un poquito más maduritos. Al fin y al cabo pocos se acordarán de lo que vieron, vivieron o «durmieron». Pero los padres, por más que quieran, no olvidarán lo poco mágico que fue el mágico mundo de Disney. Y qué triste si también fue su primera vez, porque igual que con el sexo, quedará marcada en sus mentes, o peor aún, en una foto en la biblioteca de la casa, ojerosos, malencarados y demacrados, con un siempre sonriente Mickey Mouse recordándoles por qué él y Minnie nunca quisieron tener raticas.

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