Su editorial “Una constituyente no soluciona los problemas” no aporta soluciones, e ignora que, tal como en la absurda obra de Beckett, ‘Esperando a Godo-t’, en Colombia el impresentable es el “Cumplimiento”; la Constitución del 91 carece de credibilidad, y tampoco apareció el “Cambio”.
“Privados”, los nadie, vagabundos o desplazados permanecen condenados a esperar en vano, mientras que el otro bando espera a otro «Godo-poderoso». Cierto personaje se atribuye la propiedad del recinto o la plaza pública donde discuten; su esclavo, Lucky (nominalmente Suertudo), y alguien supuestamente ingenuo, que perjura ser diferente -aunque parece igual-, anuncia que, sin falta, mañana les cumplirán. El déspota termina cegado, y el subordinado enmudecido, harto del idealismo subjetivo, los ensordecedores discursos y las insustanciales reformas.
Tras el asesinato de diversos caudillos alternativos, las banderas las recogió Gaviria, un neoliberal o neoconservador. En 1991 se modernizó la carta magna, pero no se materializó ni se transformó nuestra realidad; finalmente, en la primera vuelta de 2022, el Establecimiento fue derrotado electoralmente, pero no tumbado del poder.
Todas las ramas del poder están ancladas a la desaprobación, según Invamer; algunos poderosos corean “reforma sí, pero no así” (“el íntegro acusa a sus zapatos por los defectos del pie” […] “sopesando el pro y el contra, para mantener los brazos cruzados”, Beckett), y ahora otra encuesta reciente sugiere la pertinencia de convocar una constituyente o constituir cuanto menos una comisión internacional contra la corrupción, impunidad e inequidad.
Caprichoso patrón universal, según “Populismo, Antielitismo Y Nativismo” (Ipsos, 2024) -comparando países G20 y OECD, incluyendo a Colombia-, predominan los sentimientos antisistema y las percepciones negativas. La mayoría calificada apoyaría un incremento de gasto público, para garantizar los servicios esenciales y reducir la desigualdad, pero 74% de los consultados cree que esa asistencia estatal no se materializará.
Amarillistas, no indagaron si había más desconfianza hacia la corrupción del electo que del opositor, y tampoco contrastaron las preferencias -costos versus beneficios- de los optativos “cómo” (trade-off), porque ningún bando especifica sus propuestas de enmienda.
Habladores, todos juran tener la “razón” y actuar de manera “correcta”, pero al final concluyen que “No hagamos nada. Es lo más prudente” (Beckett). Esa reacción se normalizó, y los tecnócratas se volvieron parte del problema, porque se mantienen vigentes cuando nada se resuelve, para mantener viva la discusión, antes que restaurar el tejido social y deconstruir la Constitución.
Igual, los de siempre justifican la inacción porque no hay recursos para honrar la actual Constitución, y la República sigue perdiéndose entre disputas ideológicas y contradicciones ciudadanas, pues exigimos cambios, pero no estamos dispuestos a avalar los sacrificios que imponen.
Nuevamente, la mayoría “ha perdido la esperanza” […] o su papel sigue siendo suplicante. ¿Hasta que extremo? ¿Ya no tenemos derechos? ¿Los hemos perdido? Los hemos vendido”. Y el gobierno del cambio sigue perdido, pues representa dignamente “la porquería en que nos ha sumido la desgracia” […] “Esto es lo que sucede en esta puta tierra” (Beckett).