Dice mi amigo: “La amistad y el respeto me hacen no decir barbaridades al respecto, espero que me perdones la franqueza, tan ruda, que solo una real amistad puede tolerar, en fin, soy escéptico respecto a tu tesis”. Estar en desacuerdo no aleja al amigo, aunque las diferencias conceptuales sean profundas. El habla con su mente científica, yo hablo con mi mente metafísica. Sí, dos posturas bien diferentes en la vida y que han suscitado grandes polémicas por doquier. Entre amigos, cada cual deja claro su punto de vista y continúa aportando al crecimiento de los dos. Creo firmemente que el respeto logra unir, más que alejar.
El amigo es la persona idónea para cuestionar nuestra coherencia. Sí, amigos son quienes no comen callados y nos señalan nuestras inconsistencias. Disienten de nosotros, para nuestro bienestar. Disentir del amigo, sin querer cambiarlo, solo por el hecho de explorar puntos de vista diferentes es un ejercicio práctico y enriquecedor. Disentir puede o no abrir nuevas visiones y prácticas en la vida. Como me sucedió cuando era ateo y una amiga me indujo a la meditación. Claro, algo ha de tener nuestro interior que lo acepta.
La amistad ha tomado nuevos rumbos cuando han aparecido caminos diferentes al habitual. El hecho de incursionar en la espiritualidad y hacerla parte del ejercicio médico —en un medio científico por excelencia— condujo a mis amigos al recelo inicial, luego a la apertura y finalmente a la aceptación mutua. Aquel compañero de trabajo que permitió le aplicara una técnica bioenergética, se volvió amigo. Otros, con el tiempo, me han buscado para experimentar en si mismos “eso tan raro que usted hace”. Se fortalece la amistad.
La amistad también surge cuando disentimos de nosotros mismos. Ya que es posible no estar de acuerdo con uno mismo. Sucede cuando nuestra alma nos pone en frente cosas desconocidas por completo y nosotros exploramos para aceptarlas o no. Esto me sucedió con los libros: Paz, amor y autocuración y Manos que curan. Ambos los leí ajeno a lo que iba a encontrar en ellos, y ambos le dieron un nuevo significado a mi ejercicio de la medicina. Sin ellos posiblemente ni siquiera fuera columnista de opinión. Disentí de mis creencias a rajatabla y llegué a otros verdes pastizales. Es la amistad con uno mismo.
Disentir debe estar libre de juicios y crítica.
Juzgar aleja
Para terminar, ese disentir debe estar libre de juicios y crítica. Juzgar aleja. Tildar aquello en que no estamos de acuerdo con el amigo diciendo: “eso está mal” “él está errado” inmediatamente pone una barrera. Peor si el amigo lo siente como juicio: “está en mi contra”; “es que no me entiende”; “el errado es él”. Muy distinto decir: “hazlo tú a tu manera, te acompaño aunque pienses diferente”. Así se acerca, inmediatamente. ¡Ah difícil el dejar de juzgar! ¡Ah difícil no querer tener siempre la razón! ¡Ah difícil no querer que sea el otro quien cambie! No sé que se necesita para que una amistad siga aún cuando se presenten estas situaciones. ¿Es algo innato entre las dos personas? ¿Se aprende? Solo sé que cuando sucede —disentir y respetar— es para atesorar.