La posverdad (léase, resumiendo, el engaño) se cierne sobre Siria. Llevamos seis años hablando de esa guerra, de sus cientos de miles de muertos, de sus millones de refugiados y de sus pocas opciones. Es difícil reunir aquí estos años de debate, pero sí podríamos organizar las tendencias más relevantes.
Lo primero, verificar si sucedió lo que sucedió, y si sucedió quién lo hizo. El origen de la revuelta, las protestas de marzo de 2011 en la ciudad de Daraa, que muchos testigos directos han confirmado, son negadas por los partidarios del régimen que reducen aquellos sucesos a una narrativa.
Frente a los ataques con armas químicas, que ya superan los 60, ha habido desde la negación de su uso, a pesar de estar medicamente documentado por organizaciones como Médicos Sin Fronteras, hasta la sugerencia que unas bombas que cayeron del cielo no fueron arrojadas por aquellos que sí tienen aeronaves.
Segundo, el argumento de la conspiración: todo lo que pasa en Siria es 100 % ajeno a cualquier realidad local, todo ha sido decidido en un cuartel de la CIA o en una montaña de Al-Qaeda. Ese argumento tiene un problema: presupone que el pueblo sirio es tonto, manipulable y carente de toda cultura política. Reducir al pueblo sirio solamente a un ajedrez que juega Rusia y Estados Unidos, es convertirlo en un peón y los peones se sacrifican sin problemas.
Reducir al pueblo sirio solamente a un ajedrez
que juega Rusia y Estados Unidos, es convertirlo en un peón
y los peones se sacrifican sin problemas.
Tercero, la más común: la comparación. Cuando se ataca o se defiende al gobierno sirio, se responde con lo que pasó en Libia o en Uzbekistán. Es cierto que hay tendencias que pueden identificarse, prever alianzas y hasta comportamientos criminales: las ocupaciones de Estados Unidos en Afganistán e Irak mostraron graves violaciones de derechos humanos, el uso de lo étnico en las guerras de África, la manipulación de lo religioso en Oriente Medio.
Pero éstas no son fórmulas matemáticas, responder al debate de las armas químicas usadas en Siria a través de lo que pasó en Irak, en Libia o lo que pasa en Palestina no es un argumento precisamente responsable. En el mismo sentido, no se pueden crear analogías mecánicas: decir que como Sadam fue muerto por los Estados Unidos entonces todos los seguidores de Sadam son antimperialistas; que como Al-Assad apoya a los palestinos, entonces quitarlo es entregar Siria al sionismo.
Cuarto, el mal menor: es mejor un Asad conocido que un “islamista” por conocer. Lo primero es que se parte que la única opción diferente al actual presidente es un régimen religioso radical y, por lo mismo, que toda la oposición quiere es formar un califato o algo parecido. Por tanto, Al-Assad parece decir: yo o Al-Qaeda.
Lo anterior no niega los crímenes de los rebeldes, la degradación de la guerra se vive en todos los frentes, pero una propuesta política no se mide solamente por su nivel de crueldad; en el mismo sentido, no todo fundamentalismo religioso implica una radicalidad violenta, ni todo discurso moderado está exento del uso de la violencia.
Quinto, hacer creer que el debate es religioso. Incluso, muchos opinadores citan cosas que no dice el Corán, dicen que el Dios de los musulmanes es Mohamed, que es una obligación islamizar por medio de la fuerza y otra sarta de prejuicios que hacen literalmente imposible avanzar en la discusión.
A la par, como son países de mayoría musulmana, como es el caso de Siria, se intenta negar cualquier atisbo de ejercicio político que no esté ordenado por el Corán. Es decir, el ciudadano es absorbido y devorado por el creyente.
Sexto, el problema es el terrorismo: Al-Assad es solo un terrorista más, todos los rebeldes son terroristas y el Estado Islámico solamente siembra el terror. Lo cierto es que Al-Assad es el presidente, los rebeldes tienen multiplicidad de agendas políticas y hasta el también llamado Daesh tiene una propuesta de Estado que va más allá de su crueldad.
Séptimo, todos son iguales. Esto debería ser el primer punto a criticar: los debates sobre Siria confunden lo religioso (musulmán), con lo cultural (árabe o kurdo), con las divisiones religiosas internas (suní, chií, alawí, etc.,) y con las tensiones regionales. Sin aclarar quién es quién y qué es qué es imposible empezar un debate más o menos decente.
Octavo, la pregunta: quién es el bueno. Como viendo películas del Oeste, los opinadores preguntan por el bueno y por el malo, para tomar partido, justificando todo lo que haga el bueno y, por ende, condenando todo lo que haga el malo.
En la guerra mediática, los rebeldes han manipulado fotos para acusar a Al-Asad, en una acción ridícula que las redes han desenmascarado, pero eso no niega los crímenes ordenados por Al-Assad y, muchos de ellos, realizados por orden directa de su hermano, Maher.
Así las cosas, la posverdad es que ya no tienen que fabricar la noticia, ya nos instalaron el dispositivo para que nosotros mismos la fabriquemos diciendo: "eso fueron los gringos que se disfrazaron de Al-Qaeda; eso lo vi en Internet".
@DeCurreaLugo