Los intelectuales se dan en manada como los micos o las vacas. Quizás la naturaleza se venga de aquellos que tanto se ufanan de vivir solos por no resistir el ruido y la mundanalidad de sus congéneres, … ¡juntándolos! O cómo no llamar venganza la sola idea de depender de un grupo de iguales que conocen todos tus chistes, corrigen la ortografía y dicción de tus palabras y abominan hasta el hecho de que te cepilles los dientes todos los días.
Triste paradoja la de este lobo estepario, léase intelectual, que para sentirse solo tenga que estar en su manada. Yo no me siento intelectual, la verdad es que soy rudo y tosco, como una piedra de amolar, no he leído muchos libros ni he aprendido ni aprenderé a pronunciar el nombre y el título de las obras de autores alemanes y franceses en alemán o francés; nunca he cruzado palabra con un dios vivo, ni me atrevo a hacer de la vida un ensayo cotidiano; hablo muy poco, tengo costumbres mundanas, me gusta la salsa y no reparo en decir que no me importa ser esclavo de las mujeres bonitas, aunque soy feo, ¡ah! Soy feo y me siento feo, así no podría ser intelectual, todos parecen provenir del divino Narciso. Además de todo esto, me cepillo los dientes todos los días, soy buen hijo y me enorgullezco de la familia que tengo, a la vez que la familia que tengo se enorgullece del hijo que tiene.
Intelectual es para mí un hombre con cabeza muy grande, todo cerebro, nada de corazón, y con la lengua muy larga, es quien siempre está tratando de impresionar y siempre cree que es más inteligente que tú... Son idiotas, claro que ellos se creen poetas, escritores, periodistas, ‘cultos’, ¡casi te podrían embaucar! Pero si aguzas el oído, te darás de cuenta de que no tienen corazón, no late, y si aguzas más puedes escuchar cuando cambian el casete.
Ellos, los intelectuales, no viven, se resisten a morir. Yo jamás podría ser tal cosa, siendo hijo de padre obrero y campesina paisa, noble cuna de costumbres pueriles y hablar español castizo de las faldas de los Andes colombianos; soy demasiado sencillo y de cabeza pequeña.
He conocido intelectuales, he disfrutado algunos, he soportado otros, no dejan de parecerme una curiosa abominación; he pasado veladas enteras a su lado haciéndome el idiota para no ser destrozado, he pasado lo suficiente de su lado para no querer ser como ellos, para querer vivir, permitirme detestar los clásicos si así lo deseo y amar el amor que reservan las cosas pueriles y mundanas.