A pesar de su irreverencia, las Farc conservan su puesto en La Habana y comienzan a dar muestras de que puede más la lógica racional, que persistir en el escenario de la manigua cincuentenaria desde donde hicieron tanto daño al país.
El Estado hizo muy bien su labor, al enfrentarlas y debilitarlas militarmente, dispersándolas en las selvas, reduciendo su capacidad de producir terror; por eso hoy crece el valor político del encomiable trabajo de miles de soldados y policías que lograron avanzar estratégicamente sobre un rival que en algún momento se creyó victorioso; para las Farc su escenario en la clandestinidad y el delito, ya no es viable: es imposible que alcancen el poder por medio de las armas.
El posconflicto obliga a quien gobierne el país, a aprovechar el "papayaso" que ofrece un escenario sin guerrillas armadas, a ponerse rápidamente en la tarea de transformar los territorios profundizando la democracia, con mejores entidades y mayores recursos; se debe pasar la página del abandono histórico y gobernar con todos los grupos políticos que se le midan legítimamente a instalar política pública, y a generar debates civilizados para gobernar mejor este país.
Quienes mantienen el discurso egoísta de poner mil condiciones para avalar los acuerdos con las Farc, quienes no están dispuestos a hacer sacrificios y en cambio torpedean el proceso, demuestran que sus propios intereses, están por encima de cualquier oportunidad para terminar con este conflicto.
Se les olvida a quienes practican esa perorata, que muy pocos colombianos apoyan a las Farc, que casi todo el país las detesta; se les olvida también que los ejemplos del socialismo del siglo XXI son un fracaso, que esas economías y libertades fueron secuestradas por los apetitos de la tiranía, que los pueblos que practicaron el socialismo radical fueron esclavizados y encantados por el populismo. Allí se volvieron tan egoístas y ciegos como los que aquí, no quieren aceptar que es el momento para terminar el conflicto sin tantas condiciones.
Colombia es un país diferente, con dinámicas y equilibrios democráticos, distintos a la Venezuela marxista-leninista-trotskista que implantó Chávez en el vecindario.
No hay que olvidar que ese socialismo del siglo XXI hizo migrar a miles de venezolanos fuera de su país; igual suerte corrieron los cubanos perseguidos por su régimen; varios isleños residen en nuestras ciudades disfrutando de libertades y derechos.
A los que hacen campaña contra el proceso de paz, se les olvida que en Cuba solo existe un partido político; aquí hay varios, imperfectos, pero los hay. Los colombianos conocemos que en Cuba y Venezuela no hay independencia de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial; por eso cada acto político está viciado. Aquí a pesar de los errores eso no pasa; en Cuba como en Venezuela, el no reconocimiento de los derechos, a la libertad de expresión y pensamiento, cerró las puertas para practicar la democracia. Eso no pasa en Colombia.
El modelo de Cuba y Venezuela, que podría ser el espejo del partido político de las Farc, genera pánico a los que se oponen a la Paz en nuestro país; los invito a que no se les olvide que ese sistema cerró los espacios del disenso y el debate; aquí no pasa eso, porque la gente usa sus libertades.
La prevención de quienes no quieren que termine el conflicto con las Farc, no les permite ver que somos un país muy distinto, y que en Colombia no es viable un socialismo como el de Venezuela, Cuba o Nicaragua.
Miedo debe darnos a los colombianos si en dos periodos de gobierno no somos capaces de cerrar las brechas entre el país rural y el urbano, de lograr transformaciones en la justicia; miedo debe darnos si no logramos mejor calidad y cobertura en la educación, si no logramos mejores oportunidades; miedo debe darnos si no somos capaces de reconciliarnos y transitar hacia un escenario de Paz. Si no podemos hacer bien la tarea, engendraremos otro tipo de violencia: la que genera el inconformismo y el abandono; la que genera la corrupción y la injusticia.
En Colombia existen mil razones para la esperanza, y por eso, el discurso egoísta obsesivo se irá quedando solo. Los colombianos apreciamos las enormes ventajas de un escenario de posconflicto, más cuando se presentan varias opciones para apoyar a quien pueda llevar a la nación con equilibrio, pulcritud, con principios y valores democráticos y sin polarizaciones.
Nos cansamos de los farianos, los elenos, los paracos y los narcos. Nuestra democracia evoluciona y se enriquecerá sin guerrillas y con nuevos partidos políticos. El país necesita menos egoísmos con la Paz; necesitamos muchos más colombianos usando masivamente su cédula de ciudadanía y mucho más Estado al lado de sus ciudadanos.