La primera vez que llorar a Pinto fue el 20 de diciembre del 2006 en Ibagué. El árbitro levantó los brazos y señaló el centro del terreno de juego. El Cúcuta Deportivo quedaba por primera vez campeón en la historia y de paso su técnico lograba su primer título en Colombia. Era un equipo que él mismo había armado, con jugadores como Mcnelly Torres que el Junior había desechado. En el país los periodistas deportivos no le creían. Acababa de salir de Costa Rica después de ganar la Copa de Oro. Pinto es exigente, exhaustivo, le gusta hablar con los jugadores, explicarles en una mesa como paraba sus equipos. Los futbolistas, por más que los queramos, tienen la concentración de un ratón después de haber consumido anfetaminas. No se lo aguantaron, le hablaron mal a la directiva y lo echaron. En Cúcuta recayó y logró lo imposible. Por eso se fundió en un abrazo con el burrito Gonzalez, con Jaime Perozzo, con su cuerpo técnico entero. No hay nada más emocionante que callar bocas.
Doce años después, en un hotel al Norte de Bogotá, vuelvo a verle los ojos aguados, la voz partida. Su mentor, Gabriel Ochoa Uribe, había dicho en su última entrevista que lo quería como un hijo. Jorge Luis, al contrario de lo que la gente cree, no es un tipo malgeniado, es un hombre de pasiones, un hombre que aprendió a ser consecuente con su vocación gracias a su papá, Luis Ernesto Pinto, concejal del municipio de Girón que perteneció al MRL, o a su mamá, pintora aficionada que supo criar una familia de líderes en donde Jorge Luis Pinto no fue el único que se destacó. Yolanda Pinto, su hermana, fue Senadora y la esposa de Guillermo Gaviria, el gobernador asesinado.
El peor momento del Santandereano fue después de salir de la selección Colombia. Periodistas como Carlos Antonio Vélez lo atacaron sin piedad. Su revancha vendría en el 2014 cuando dirigió Costa Rica y llegó a ser el técnico colombiano que más lejos llegó en un mundial.
En esta entrevista Pinto habla sobre su vida y su nuevo reto: dirigir a Millonarios.