La distinción entre lo social y lo político en el ejercicio del poder se rompió en la coyuntura electoral, por mandato de la ciudadanía, que dejó de creer en las jerarquías de los partidos.
El hecho de que los “jefes” de los partidos políticos dijeran casi en coro que dan “libertad” a sus militantes para votar como quieran, anuncia la derrota definitiva de esas minorías de dirigentes, corresponsables de las crisis que llegaron desde arriba y que tienen al país hoy en uno de sus peores momentos, en los que confluyen un múltiple desastre humanitario, social y económico.
Asesinatos (27 por cada 100.000 habitantes, en España la cifra es de 0.6), desplazamientos forzados (más de 75.000 el último año con incremento del 181 %, mayor que en países como Siria invadida), emigración creciente (en 2020 salieron más de 3 millones y solo de marzo a junio USA ha enviado 48 vuelos con deportados “ilegales” express, es el segundo país de América del sur, OIM, 2021), desempleo e informalidad por encima del 60 %.
Universidades más desfinanciadas que antes, deudas personales desbordadas, sistema de salud con mayor precariedad y hambre y miseria, tratadas con menor importancia que el odio alentado con recursos para sostener tropas y aviones de combate.
En la economía, las élites centraron sus esfuerzos en mostrar falsas “bondades” de un modelo que con sus impactos y resultados los contradecía.
Crecieron las cifras sin bienestar, al tiempo que crecieron las carencias materiales, la pobreza, el desempleo, la imposibilidad de acceso a alimentos y al costo impagable de servicios.
El desastre no está en las cifras si no en su realidad, que es de monopolio del capital por beneficiarios de incentivos y transferencias, evasión y elusión de impuestos.
En un ejemplo del actuar contrario a las “bondades” aludidas, Pacífic Rubiales hace pocos años prefirió pedir refuerzos militares para controlar una protesta y gastar muchos miles de millones de pesos en propaganda de apoyo a la selección de fútbol, que dotar con unas baterías de letrinas y ventiladores a sus trabajadores, que producían altísima plusvalía en condiciones precarias.
La sistemática corrupción con calificación internacional de “muy seria” con 37 puntos de 100, cierra el panorama de crisis a la que se suma la llegada, con apoyo de las derrotadas “dirigencias” a la disputa de poder, el candidato de la llamada “liga anticorrupción”.
Llega, también, penalmente procesado por hechos de corrupción, disciplinariamente con pliego de cargos por lo mismo y, de colofón siniestro, expresiones contrarias a derechos como creer en Hitler (en el país con más ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzados del mundo) y predicas de xenofobia y misoginia.
La sociedad, al romper la distinción entre la militancia política y la militancia social, se pone por encima de sus dirigentes y muestra que está preparada para construir con inteligencia, imaginación y respeto humano una democracia de abajo hacia arriba.
Además, participativa y renovada como paso para defender principios universales, aprender a vivir sin odio, miedo, humillación, temor ni miseria, como ha ocurrido ya, cuando la democracia y la economía están sostenidas por sólidas integraciones sociales y políticas, que llevan a producir más fácilmente bienestar general.
Porque es el proceso colectivo, no el poder particular, el que asigna a la mercancía la función social de beneficio y satisfacción de las mayorías para superar demandas esenciales para la vida humana y del planeta.
La dinámica de lo social y lo político juntos, sin “jefes dueños de electores”, que esta vez no lograron seguir la tradición de negociar y “transferir como bolsas de votos” a cambio de privilegios, contratos y cargos, se constituye en garantía para sacar a la sociedad de la múltiple crisis y anunciar la consolidación de un “nuevo espacio político-social”.
Conforme lo muestran los resultados electorales en los que el ganador en primera vuelta (Pacto Histórico con 40 %) tuvo 12 puntos y 2.5 millones de electores de ventaja, por encima del segundo (Liga anticorrupción 28 %) y a ocho días de la segunda vuelta ratifica su posición ganadora en ascenso (45 % a 35 %), permitiendo prever el fin de la era de división del país entre militancia política y militancia social, ha sido superada.
En tal división se ampararon las élites para reforzar la hipótesis de la prevalencia de la polarización de la sociedad, lo que no resulta cierto ni evidente.
La división era entre “minorías de dirigentes” y mayorías sociales, nunca correspondió a una lógica de mitad élites, mitad pueblo, pero los medios acentuaron el imaginario de guerra de dos bandos.
Se podrán esperar nuevas prácticas sostenidas por el universalismo de los derechos humanos (tema consignado en la constitución) y en esencia de derechos a la vida, al conocimiento, al respeto y a la capacidad creadora, como bases que permiten crear un orden económico, social e institucional.
En donde, por encima de todo respete la vida con dignidad y los derechos humanos, con reconocimiento y garantías de derechos para todos y en primer lugar para los más débiles, en solidaridad, con empatía y cuidado del otro y la naturaleza.
La ecuación de prácticas comunes en ese nuevo espacio político-social es de integración del yo-el otro-el entorno, para que se forme un poder real a partir de las demandas del pueblo, que deben ser llevadas al mundo político por quienes fueron elegidos como congresistas, representando con su voz y ejemplo las demandas populares.
Coletilla
Traidor se dice que quien ya no encuentra lugar para esconderse y traición, del “dirigente” político de dubitación prolongada, cálculo económico para actuar, oportunismo o engaño para alejarse de aquellos a quienes acudía para representarlos.
Judas Iscariote fue precursor de los personajes traidores, usualmente presentados en libros, cines e historietas como hombres astutos, mentirosos, no confiables, que generan repugnancia y que al final son ejecutados por aquellos a quienes se vendieron.
Judas, aterrorizado, huyó, se ahorcó. Maquiavelo el de la política sin escrúpulos, dice de los traidores que son los únicos seres que merecen las “torturas del infierno político”, sin nada que pueda excusarlos.
En ambos casos, bíblico y político, reciben repudio, consideración por su miseria humana.