Con excepciones, los líderes empresariales y la dirigencia política criollas no han comprendido el papel que la ciencia y la tecnología desempeñan en la creación de riqueza y la superación de la inequidad social y económica. Con honrosas excepciones de algunas universidades y centros de investigación, la academia contribuye poco en la creación de nuevo conocimiento. No hay universidades colombianas dentro de las mejores 500 del planeta; los grupos empresariales poderosos no se conocen por sus competencias inovadoras.
Lo que resulta paradójico es que uno de los campos de mayor rezago en Colombia, ciencia y tecnología, sea uno de los más diagnosticados. Misión de CyT armada en el gobierno Barco y que entrega conclusiones en el 90, Comisión de Sabios que culmina su informe en el 94, informes del Consejo Privado de Competitividad, indicadores de ciencia y tecnología que anualmente actualiza el observatorio colombiano del mismo nombre, son algunos de los documentos de diagnóstico y recomendaciones mas relevantes.
Son, sin execepción, informes juiciosos en los que han estado involucrados investigadores especializados y, en casos, como el de los sabios del 94, cerebros y corazones como García Márquez, Llinás, Aldana, Vasco…
Es difícil encontrar, dentro del Estado, sector que haya sido objeto de mayor número de reformas que el de ciencia y tecnología. Colciencias, en otras épocas el buque bandera, pasó del Ministerio de Educación a Planeación Nacional en el 90 y luego a Departamento Administrativo en el 2009. La creación del sistema de CyT a comienzos de los 90; la reforma en el regimen de las regalías que prometía que, en el 2011, ahora sí, superar la estrechez del financiamiento a las actividades de ciencia y tecnología, con un fuerte ingrediente de perspectiva regional, harían pensar que se dieron pasos hacia una institucionalidad sólida que articulara esfuerzos públicos y privados, que coordinara regiones y centro.
Tampoco han faltado las normas, bien para facilitar la unión de recursos públicos y privados en cabeza de entidades de derecho privado, o bien para incentivar, tributariamente, las inversiones en CyT por parte de las empresas.
De fuera también somos medidos, comparados y evaluados. Aparecemos en los indicadores de desarrollo del Banco Mundial, en los de competitividad del Foro Económico Mundial y también en publicaciones de organismos como Unesco y la Unctad.
El saldo, después de tres décadas de diagnósticos y propósitos, es desconsolador: Colombia no ha hecho la tarea. La prosperidad, la equidad y la competitividad dependen del grado en que una sociedad incorpore el conocimiento y su capacidad de innovar en su vida cotidiana. La riqueza que vale la pena es la que se basa en el conocimiento.
Es increíble: difícil encontrar mejores diagnósticos sobre CyT en Colombia que los de los empresarios que, a su vez, son reacios a la innovación. Como se dice lapidariamente en el último informe del Consejo Nacional de Competitividad (Nov. De 2017): “El logro de las metas de inversión en ACTI como porcentaje del PIB sigue siendo una tarea pendiente en Colombia…”
Colombia es un país subdesarrollado en materia de CyT. Bastan algunos indicadores, todos conocidos. Es cuento del eterno retorno: desde hace décadas los gobernantes han jurado superar el 1% del PIB en inversión pública y privada en materia de investigación y desarrollo. No pasamos del 0,27 %. Mientras en Colombia por cada millón de habitantes hay 115 investigadores (período 2005-2015, Banco Mundial), en Argentina hay 1002 y en Corea del Sur hay 7.087. Las exportaciones de bienes y servicios que incorporan alta tecnología son mínimas.
En un mundo que avanza a pasos vertiginosos por el cambio tecnológico, por las rupturas con los modelos de negocios tradicionales y los replanteamientos en los sistemas educativos, por la búsqueda de alternativas tecnológicas para hacer frente al cambio climático, Colombia está quedada.
Queremos estar en el club de los ricos, la OCDE y ocurre que allí se investiga en inteligencia artificial, nanotecnología, robótica, biotecnología. Cuarta revolución industrial o expresiones como bioimpresión (impresión en 3D de hígados personalizados a partir de células madre) están en el léxico de los líderes “sectoriales”.
Colombia es un país que consume tecnología en forma relativamente pasiva. Un ejemplo simple es el de los celulares. Está, en el mundo, cerca del rango superior del número de móviles por número de habitantes (muy por encima, por ejemplo, de México) y, sin embargo, a 80 km de Bogotá, en el valle de Ubaté, no hay internet en las zonas rurales (aunque sí tabletas acuciosamente distribuidas).
Mientras en el mundo, en los mercados accionarios empresas como Apple, Google, Amazon, Microsoft son las más poderosas, acá estamos en lo mismo,
como se puede verificar en las empresas que dominan nuestra bolsa de valores
Es cierto: hay valiosos emprendimientos de gente joven, estilo Rappi y start-ups que utilizan las plataformas digitales para propiciar el encuentro entre oferta y demanda. No obstante, el grueso de las utilidades empresariales en Colombia no se relaciona con la innovación y la dedicación a I + D como fuente de competitividad. Mientras en el mundo, en los mercados accionarios empresas como Apple, Google, Amazon, Microsoft son las mas poderosas, acá estamos en lo mismo, como se puede verificar en las empresas que dominan nuestra bolsa de valores.
El problema es de cultura y no del presupuesto de Colciencias. Cultura de innovación, de curiosidad por la ciencia, de creatividad, que debe promoverse en todos los tramos del ciclo educativo, incluyendo el de la educación preescolar. Es una apuesta de muy largo plazo por el valor de la innovación, del papel de la investigación en ciencias naturales y sociales. Para ello hay que salirse de parroquialismos como el de ser los más educados de América Latina (como si los chilenos se quedaran quietos y como si Latinoamérica no fuera el grupo más atrasado del mundo en la materia (excepción de parte de África).