Por estos días de campañas y elecciones, demagogias y palabrerías, se viene hablando mucho de la tolerancia.
Cuando los partidos basados en la observación, el trabajo de campo y la investigación llegan a unas conclusiones y programas basados en las prioridades y necesidades reales de los municipios, las regiones, los departamentos y las comunidades, en lo que se refiere a la "cosa pública" como función genuina de la política, ciertamente estamos en el marco legítimo de la tolerancia, la cual en mi entender siempre se refiere a la diversidad de opiniones, puntos de vista, cosmovisiones, diversidad de proyectos, entre otros; pero no a la negociación o trueque de los valores los cuales "intrínsecamente" no son negociables.
Por eso, ante la degeneración de la cosa política cuyos fines y objetivos se han desvirtuado hacia el lucro fácil y personal del gobernante de turno, o confabulado y de grupúsculos corruptos, ya no estamos hablando de partidos sino de sectas y de asociaciones para delinquir.
Y este ha sido el culmen del amaneramiento, simulación y descomposición de la política colombiana en, por lo menos, los últimos 40 años. Una corrupción sin límites, la inoperancia de la justicia, y la permeabilización de las instituciones y los órganos de control: Fiscalía, Contraloría, Comisión de Acusaciones y hasta la Procuraduría. En definitiva, el caos total y la inversión de los valores lo que ha significado el descrédito total de las instituciones y la sinrazón de un estado fraudulento, espurio y bastardo.
¿Debemos ser tolerantes ante la mentira, el engaño, el genocidio, el robo sistemático, la calumnia y las artimañas? De ningún modo.
Por eso dejar pasar por las narices del hombre sabio, probo y con un mínimo de conciencia ética la diversidad de maneras de ver la realidad (lo que a usted le parece malo a mí no me parece, todo es relativo, etc.) es ser "cómplices del mal". Esto no es tolerancia, es llanamente perversión de las costumbres y la moral.
En consecuencia, en este panorama pseudopolítico de las elecciones de octubre próximo ya no se ven partidos sino sectas y candidatos y electores oportunistas, sin identidades programáticas, con raras excepciones, cuando se trata de buscar realmente, desde la rectitud de intención y la honestidad, un nuevo país.
Dan asco esos partidos prometeicos, de mesías y falsificados y fariseos con jugaditas y artimañas, de falsos redentores, guerreristas y antiambientalistas, con planes de financiamiento en contra del bien común y en contra de una economía sana y mínimamente planificada y que por lo menos, corra los menores riesgos ante los imprevistos y sean de beneficio para todos los contribuyentes.
Estos jefes y candidatos que se pavonean por el Congreso y las calles de los municipios en épocas preelectorales son realmente el cuadro grotesco de lo precisamente no son los valores y no se pueden tolerar.
Dios salve a Colombia, caótica y repugnante.