Dios, la madre que abraza al hijo prodigo

Dios, la madre que abraza al hijo prodigo

Una lectura a la pintura 'El hijo prodigo' de Rembrandt

Por: Juan Fernando Morales Valencia
agosto 09, 2018
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Dios, la madre que abraza al hijo prodigo
El hijo pródigo - Rembrandt

Rembrandt pintó al final de sus días una de sus obras más representativas: el regreso del hijo prodigo. Una pintura que evoca aquella parábola campesina atribuida a Jesús, registrada en el evangelio de Lucas, y que la cristiandad consagró con el mismo nombre: el hijo prodigo. Pensándolo mejor, la obra de Rembrandt no solo evoca el relato, lo interpreta, lo transforma, le da rostro a las palabras y habla lo que el texto calla. Además, hace una formidable exégesis del texto evangélico a punta de pinceladas, trazos, colores, y termina el cuadro siendo una especie de Edén donde lo humano, que se hace presente en las caras dubitativas de los pintados en las sombras y en los harapos del hijo, se encuentra con la divinidad benevolente de un viejo compasivo que se figura como padre y madre a la vez. Este relato considerado como columna vertebral del reflexionar teológico-cristiano ha conseguido desgastar plumas y pinceles, los cuales teñidos de tinta y de colores se han encargado de inmortalizar el discurso de un carpintero.

Dios-madre, una teología en deuda histórica, se hace presente en la pintura de Rembrandt en la mano femenina que abraza al hijo y a la que haría mayor justicia si digo que es más abarcadora que la mano masculina. El hijo andrajoso, abrazado por la mano femenina, digámoslo de una vez, por la madre, no solo es protegido sino acercado al lugar donde comienza la vida: el vientre. La parábola lucana parece sugerir que el regreso del hijo prodigo a la casa familiar es una especie de nuevo nacimiento, puesto que atrás quedaba sepultada una vida miserable de hambres y soledades; el pintor holandés parece intuirlo, saberlo, o por lo menos puedo apelar al beneficio de la duda, porque no solo el joven es aferrado, por no decir empujado, al vientre, sino que su rostro es pintado con cierto aire infantil.

La Escritura crece con quienes la leen. Esta idea de Gregorio Magno ha sido emblemática en algunos estudiosos que se ocupan por reavivar el interés en la hermenéutica bíblica. La pintura aquí comentada pone en manifiesto precisamente el crecimiento de la parábola en un campo interpretativo más amplio al caracterizar y traer a presencia lo femenino. El texto lucano no explicita dicha presencia pero sí deja algunas sombras en el subtexto de la misma parábola. Siguiendo el relato del evangelista, el padre ve venir a su hijo y se compadece de él, siendo posible también leer: se le conmovieron sus entrañas. Esta acción del padre dentro de la cultura religiosa judía en la que se da la parábola, estaba mayormente asociada al contexto femenino. Rembrandt, consciente o inconscientemente, lo hace vivo en su cuadro al pintar una mano de mujer que abraza al joven y lo acerca a las “entrañas”.

En el marco hermenéutico de la teología tradicional cristiana el padre del relato es Dios y los hijos representan la humanidad. Esta masculinidad de Dios de alguna forma se deconstruye en la pintura que vengo reseñando, así sea de forma parcial y tímida. Y no es para menos que se de en esos términos dado que es en mi propio anacronismo que acerco esta obra a la idea deconstructivista. Creería yo que es un completo adefesio considerar que Rembrandt está buscando con su obra una reivindicación feminista aunque, aún inconscientemente, algo de eso logra. La interpretación que hace este artista del pasaje, y que se ve materializada en su obra, abre la posibilidad de atribuirle al Dios cristiano rasgos femeninos, una verdadera osadía para su tiempo. Este Dios que generalmente se le lee y se le comprende bajo la categoría masculina parece ser interpretado por el pintor holandés como una madre.

Un relato cargado de dramatismo, de dignificación humana, con contenido teológico y moral, movió a un escritor y aun pintor a encontrarse con sus diferentes formas de hacer arte. Y es precisamente la correspondencia que hay entre ambas formas lo que permite que hoy otros nos acerquemos a contemplar, admirar, incluso a plantearnos la posibilidad de que el joven pródigo al llegar a su casa de nuevo no sólo se encontró su padre sino también con su madre y de ambos recibió el abrazo para empezar de nuevo. Así mismo se pudiera pensar que Dios dentro de este marco teológico es madre y padre de los pródigos.

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