Distintas escuelas económicas y decenas de gobiernos descubrieron en los noventa que había un poder superior capaz de dar un orden racional a la economía, asignar eficientemente los recursos y dar estabilidad a la economía. Era el paraíso en la tierra y la deidad suprema, el mercado.
El éxito inicial fue arrollador: la primera y más grande operación fue la privatización de los bienes públicos de la Unión Soviética y su desguace. La segunda fue el aprovechamiento de la mano de obra barata en China y la tercera fue la generalización de estas políticas al resto del mundo: Europa Turquía, América Latina, etc.
Pero los resultados no fueron los esperados o al menos los anunciados. Varias crisis financieras estremecieron al mundo. La concentración de capitales en manos de unas decenas de conglomerados se vio acompañada del aumento en la pobreza, especialmente en el Hemisferio Occidental, el que llevaba la voz cantante en ese proceso.
El país que se consideraba llamado a mantener el liderazgo de esta nueva era, Estados Unidos, se enriqueció al comienzo, o al menos sus élites, pero fue incapaz de conseguir alguna armonía o coordinación en la búsqueda de propósitos comunes para la humanidad. De haber pronosticado que el Siglo XXI sería el “nuevo siglo americano” pasó a entablar toda clase de querellas y sigue intentando la hegemonía, valiéndose de su enorme supremacía militar, con un gasto en este terreno superior al de todos los demás países del mundo sumados y con el control del dólar como principal moneda de reserva y de comercio. Aun así, enfrenta retos cada vez más difíciles. El Dios Mercado mostró sus limitaciones y debilidades y el mundo que iba a ser regulado por el mercado se está convirtiendo en un mercado que necesita ser regulado por el mundo.
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El Dios Mercado mostró sus limitaciones y debilidades y el mundo que iba a ser regulado por el mercado se está convirtiendo en un mercado que necesita ser regulado por el mundo
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Lo demuestran dos problemas que han tenido inusitada importancia en la actualidad: la lucha contra la pandemia del coronavirus y el control de la emisión de gases de efecto invernadero.
En cuanto la pandemia, aunque se anunció un mecanismo solidario, Covax, para asegurar dos mil millones de vacunas para los países más pobres, por esta vía no se ha llegado ni a la quinta parte de lo prometido. Covax apenas ha accedido a 250 millones de vacunas, mientras que los países ricos han adquirido miles de millones de dosis, incluso en un número superior a sus habitantes. Al mismo tiempo se mantuvo la propiedad intelectual de las patentes y la libertad para que en un afán de mayores ganancias, los laboratorios prefirieran vendérsela a los países con mayor poder adquisitivo. El resultado fue muchos pobres sin vacunas, los ricos acumulando dosis y con las sobrantes haciendo política como España y Estados Unidos, para ganar apoyos geopolíticos y concesiones económicas. Pero nadie hace política con Haití, donde se ha vacunado a menos del 1% de la población y encima ahora muchos se escandalizan porque sus habitantes huyen de la isla. No hubo consenso para declarar las vacunas un bien público universal y unas cuantas farmacéuticas se llenaron los bolsillos de dinero incluso proporcionando a los ricos una tercera y cuarta dosis de acuerdo con el poder adquisitivo. Hubo algo de cooperación y mucho manejo político, pero en medio de la fantasía de la liberalización se evidenció que el llamado libre mercado no es más que el predominio de unas cuantas multinacionales. Se probó además por enésima vez que los problemas de salud pública no los puede resolver este “mercado” y menos cuando tampoco es tan libre como se preconiza, pues el monopolio de las patentes y el hecho de que muchos de los desarrollos fueron hechos con fondos públicos, hacen que el tal libre comercio termine convertido en una transferencia de los impuestos que paga toda la sociedad a unas cuantas empresas poderosas.
Otro caso que está demostrando la quiebra del paradigma del libre mercado y el del retiro del Estado de la actividad económica es el del cambio climático. Prácticamente ningún país desarrollado ha cumplido las metas de reducir la emisión de gases a las cuales se comprometió en los Acuerdos de París. Ello obedece a que sigue siendo más rentable producir con energías fósiles que con fuentes renovables. Los desarrollos tecnológicos están en su mayor parte en manos privadas y recientemente los altos precios del petróleo, carbón y gas han estimulado a los productores a reabrir minas, perforar pozos y seguramente aplazar las metas a las cuales se habían comprometido. La falta de planeación y el desarrollo de matrices energéticas basado en los intereses privados han producido un caos. Casos como el de Texas, donde predomina la desregulación y no está integrado al resto del país, o el del Reino Unido, donde en víspera de la Conferencia de Glasgow sobre cambio climático, están reemplazando las locomotoras eléctricas por locomotoras diésel y se dispara el precio de la gasolina, ponen de presente que las soluciones a los problemas planteados por la necesaria transición a energías renovables son más complejas de lo que se plantea en los foros internacionales, donde priman las declaraciones de buenas intenciones. También está el caso del paladín de la lucha contra el cambio climático, Joe Biden, quien se apresta a quemar un 23 % más de carbón para el suministro eléctrico. Sigue estando ausente una planeación integral y unos acuerdos internacionales sólidos. El acceso a la electricidad y a la energía se ha convertido en una necesidad esencial de la humanidad y son los Estados los que deben asegurarlo. Sin negar la legitimidad del negocio de la energía, este no puede ser la fuerza motriz de los cambios en la matriz energética mundial.
En relación con la geopolítica de los noventa, la situación también ha cambiado, ya Rusia no es el coto de caza de los buitres de las finanzas internacionales, sino ha recuperado su protagonismo en la escena mundial y compite militarmente con EE. UU. y China no es el lugar para acumular riqueza a costa de la mano de obra barata, sino un competidor serio, la fábrica del mundo. Ya EE. UU. no logró su Nuevo Siglo y ahora se requiere un multilateralismo democrático.
Urge cambiar el enfoque de la desregulación, la sustracción del Estado de la provisión de bienes públicos y el predominio de los intereses privados que se impuso desde los años 90, y reemplazarlo por la fuerza de las necesidades de la sociedad. Ya el neoliberalismo se ha convertido en una política desueta que está produciendo más daños que beneficios. El Dios Mercado no fue más que un ídolo de barro y hay que comenzar a celebrar su muerte.
Publicada originalmente el 25 de octubre 2021