En ocasiones creo en Dios
A veces pienso que solo un ser omnipotente pudo haber inventado un muchacho tan lindo como el del N2-4. Lleva el cielo en un hombro y una enorme sonrisa a lo Da Vinci; ¡cuándo, Señor, le diré que me sueño acariciado por esas diminutas espinas que lleva en el mentón!
Solo alguien como Dios puede hacer bellos a los muchachos por ser muchachos. El chico que amo, por ejemplo, también adorna el lóbulo de sus orejas, pero no es como el artista de aquél salón. Este primero hace de mi arrogancia nobleza y de mi corazón una pila de barro dispuesta a ser modelada; el muchacho del N2-4 hace que estalle en un mar sin fin de rojos y naranjas. Ambos logran que agradezca su existencia, pues qué sería de mí si no satisfago mi alma o mi cuerpo.
Imagino de vez en cuando que Dios no desaprueba el amor entre hombres, sino que le divierten las paces en continua guerra. Somos peones de una partida de ajedrez en la que Dios se embriaga con el jugo de los varones sodomitas, pues los muchachos son bellos por algo, y para alguien. Así es natura.
En ocasiones sospecho que es Dios el que cree en mí, y no al revés.