Diomedes no merece una telenovela

Diomedes no merece una telenovela

Hay indignación en redes sociales, pero hasta que punto El Cacique se convirtió en patrimonio del país

Por: Víctor Alfonso Moreno-Pineda
enero 08, 2015
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Diomedes no merece una telenovela
Foto: archivo ElUniversal.com.co

Aún no empieza la telenovela de RCN sobre la vida y obra de Diomedes Díaz y en las redes sociales ya se siente ese ambiente de indignación nacional. Por supuesto, la discusión propuesta no es ni estética, ni social, ni política. Todo se reduce a la moral.

La moral –palabra tan manoseada, tan cercana a nuestro paladar criollo que ya nadie sabe dónde empieza ni dónde acaba –se utiliza ahora para cuestionar lo evidente: una vida llena de altibajos, de traspiés, pero también de alegrías –propias y ajenas –de esfuerzo y de trabajo. En últimas, eso fue la vida de Diomedes.

Los que critican esta producción consideran que la imagen del Cacique no es un ejemplo que pueda ser promocionable en la televisión. Diomedes no es un modelo a imitar, dicen. Y seguidamente empiezan a contar de manera perversa uno a uno los hechos que ya todos conocemos hasta el hartazgo: la desaparición de Doris Adriana, el problema con la droga, los incumplimientos en los conciertos, las canciones a medias. Se quedan observando las manchas en el sol. Después –tamaña necedad –, equiparan la telenovela del Cacique con las narcoseries tan en boga en los últimos tiempos.

La producción sobre la vida y obra de Diomedes Díaz no hay que medirla con el mismo rasero que las narcoseries. Diomedes antes que nada fue un artista, un cantor. Semanas antes de morir, el Cacique grabó el clásico de Máximo Móvil, La vida del artista, canción que le daría el título a su último álbum. La canción habla de ‘lo suficientemente amarga’ que es la vida del cantor y ‘los ratos oscuros’ por los que pasa; pero a pesar de todo ello –a pesar de aquellos que tratan de ‘echarle a perder su labor tan importante’ –el artista canta para alegrar a los pueblos. Y es por su canto que debe ser valorado Diomedes. El resto es la anécdota, lo efímero.

Hay algo que quizá no se ha dicho mucho, pero el Cacique –y sus canciones –reaccionaron en la medida en que el país iba cambiando. Antes de la década del noventa, la vida del Cacique fue ejemplo de esfuerzo, de trabajo firme, de voz inspirada. A finales de los ochenta y durante los noventa, el Cacique enfermó y se perdió en la droga, como lo hizo todo el país. Pero sus pecados los saldó con su cuerpo y sus canciones. Diomedes fue un artista y al artista se le juzga por su arte. Además como el mismo lo cantó, “entre el bien y el mal circula el hombre”.

Un hombre que escribe una canción como Mi muchacho no es puramente bondadoso; un hombre que en una noche de alcohol y drogas lleva a la muerte a una muchacha de 22 años, no es puramente malvado. El hombre es ante todo dialéctica, lucha de contrarios. No es bien o mal, sino bien y mal.

Nuestra sociedad no ha aprendido que la vida nada tiene qué ver con la oposición entre protagonistas y antagonistas, villanos y héroes heredada de los cuentos clásicos. En la vida real el chacho no es tal, como tampoco lo es el villano. Todos en algún momento hemos sido héroes o villanos. Aquellos que piden una televisión puramente educativa pecan de mojigatos. Para educar está la familia, la escuela y la iglesia. Eso de mostrar malos muy malos y buenos muy buenos, dejémoselo a los mexicanos. Que ellos se sigan creyendo la mentira. Nosotros mostrémonos como realmente somos.

El verdadero reto de RCN, entonces, no debe ser vendernos a un Diomedes sin mácula y aderezado de ese hálito de realismo mágico deformado, tan propio de las producciones sobre los juglares del Caribe que se han realizado hasta ahora (Escalona, Alejo Durán…), sino mostrarnos a un personaje descarnado, vívido, engreído y generoso al mismo tiempo. Al fin y al cabo, todo ello lo fue Diomedes Díaz. Pero desde ya tengo mis reservas.

El Cacique no merece una telenovela: el Cacique merece una película, y lo digo por tres cosas: primero, porque una vida tan vertiginosa sería mejor contada por el cine que por la televisión; segundo porque nuestros libretistas son tan pobres literariamente, sus diálogos tan sosos y sus ideas tan ridículas, que en últimas terminarán haciendo del personaje un monigote tal como ocurrió con Rafael Orozco; y tercero, porque en nuestras salas de cine no cabe tanto mojigato moralista.

@victorabaeterno

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