Nadie sabe cuándo es más corruptor el dinero en la política, si antes o después del parto de los montes que resultan ser las elecciones a corporaciones públicas de Colombia a Cafarnaum, adonde quiera que eso regionalmente quede. Ahora que pudiéramos estar en una época en que las cosas son gratis podríamos esperar, por lo menos, que las campañas no compren votos —como comprar conciencias— y las elecciones obedezcan más al libre albedrío y auténtica decisión de los electores. Si lo cree así estaría más frío que los titubeantes polos que se deshielan.
Ha habido estudios lo suficientemente fundamentados para decir que mientras más plata de procedencia pública o privada se invierta en la política, mayor es la hipoteca sobre los bienes públicos que se procesan luego después al establecer los presupuestos. Se les priva a las fuerzas ciudadanas la opción del desarrollo.
¿Cómo así que dineros públicos en las campañas? Bueno, ocurre una auténtica manipulación para que las partidas presupuestales fluyan precisamente antes de las elecciones hacia determinados sitios donde la conciencia pública se haya mostrado más reacia a someterse a equis o ye inclinación, motivada casi siempre por el abandono, la abulia o, en no pocos casos, porque la ayuda que si ha llegado es acaparada y entra como por un embudo a algunas manos locales que están al pie del botín. Este piélago de influencias, poco antes de esta administración presidencial tomaba el nombre de mermelada, un supuesto licor dulce, de características viscosas que prácticamente fijaba nunca más allá de su asiento, tanto que no le alcanzaba ni para tomar la palabra, deliberar y protestar, a las mayorías mermeládicas de Cámara y Senado en el Congreso Nacional, diseminaciones perversas que, a imagen y semejanza luego ocurrían en asambleas departamentales, concejos, Jal, etc.; dondequiera que hubiera un núcleo de poder que se endureciera ante la corrupción rampante o simiesca. Todo eso es punible por la ley, pero la ley parece que también es susceptible. Bueno, algunas veces, pues parece que la Corte Suprema siempre entrará a juzgar a un señor que siempre les había pasado desapercibido.
Lo de los dineros privados es un poco más enredado. Caben las contribuciones privadas a las campañas siempre y cuando se mantengan en ciertas cuantías, pero no más allá de que se hagan dueños de los candidatos que medren ante determinados intereses. Por ejemplo, se ha dicho que algunos aportes han llegado a decidir quién es el fiscal de la nación. Y por qué el fiscal, bueno porque allí llegarían los casos de Odebrecht, cuyos batazos han sido de grandes ligas; cientos de miles de millones. Ojo: aquí ya llegamos a la corrupción después del parto, que es adonde queríamos llegar.
Sin embargo, cabe precisar aún detalles. Cualquiera ha podido advertir las súbitas y desproporcionadas avalanchas que se han venido contra el presidente, como si no hubiera oído el cuento, por algunos allegados a su cauda, precisamente cercanas a las fechas de elección de alcaldes y gobernadores. Igual hemos observado el ominoso y casi fantasmal silencio tendido sobre el reparto de mermelada en el Congreso. Y la prensa lo ha acolitado. ¿Qué es lo que pudiera estar pasando?
Ya aquí lo habíamos adivinado en alguna columna que habría pasado desapercibida. Colombia había entrado a la era albaricoque, enteramente pospresidencial, donde ocurren unos cambios terribles en el lenguaje como sí este se volviera no heterosexual. De todas maneras no se resuelve con gotas homeopáticas. Por ejemplo, la mermelada ya no es mermelada sino proyectos públicos cuyas partidas pasan a integrarse a los presupuestos de las entidades territoriales y corporaciones públicas, incluso ministerios. De allí que las próximas elecciones pasen a ser clave y la guerra por los ministerios arrecie.
La habilidad política consistiría en que a nivel regional se destape una furibunda competencia que decante las aspiraciones de quienes en el Senado y Cámara solamente pelechan, al lado de su líder, pero nada hacen para alimentar la cauda en sus regiones. Si no lo hacen por política presentando proyectos beneméritos —vaya cosa difícil— que lo hagan por el billete. ¡Así de sencillo! Entonces, ahora tienen que salir a jugársela y, para ello tendrán que meterse la mano al dril. Pero son tan perezosos que no quieren hacer política con ideas y propuestas. ¿Cómo así que entrar en contacto con el pueblo? ¡Buah! ¡Ni de fundas! ¡A mí que me den plata del presupuesto! Pero hay más: es imposible hacerlo sino participa la empresa privada, lo cual pone en el libre juego de oferta y demanda los presupuestos públicos al mejor postor. ¡Se activa la economía!
¿Y las exportaciones? ¿La traída de divisas?
No, esas las tiene Trump acaparadas. Hay dólares, pero están caros.
Tendríamos que volvernos, ¿otra vez?, narcotraficantes, y eso, está probado, sale muy caro.
Es decir, no se podrán cumplir las metas programáticas de este gobierno.
¿Qué cabe hacer ante semejante desgracia?
¡Esquilmar!
(Claro, si hubiera divisas el botín sería más grande. Lo que se pudre aquí es que la escasa platica se reparte mal, lo cual es más hediondo).
Por tanto todo el proceso interior se vuelve una sibilina idea de mercadotecnia política.
Pero esa gente de su bolsillo no saca un peso. Entonces todo se vuelve un problema de lenguaje como habría advertido alguna vez Wittgenstein, aunque con mejor dirección y propósito.
No, esa gente no está peleando por alcaldías, ni gobernaciones: lucha por colocar a alguien que les maneje el embudo lo más sabiamente posible, sin salir untados. Ejem, no, no es que no salgan untados, que salgan untados pero que no se note. Ejem, que si se nota no vaya a ser que pringue la conciencia del ciudadano más ilustre del país, del prohombre superior, porque si eso ocurre, ahí será Troya y mi curul ya no será mi curul.
¿Se dan cuenta del delicado equilibrio? ¿Se dan cuenta de la otra apuesta? El líder quizás ha advertido que tiene que salir de alguna de su cauda congresal que sirve solo para tres cosas, para nada…etc., y va y dice: les voy a dar una oportunidad, si salen ilesos regionalmente es porque son duchos en servirme; y si no, qué se vayan al diablo, aunque sea con los bolsillos llenos. Si salen ilesos pero repletos ayudan en la próxima campaña al Congreso, nuestra bancada crece. ¡Negocio perfecto!
Entonces ahora sí podríamos plantear el problema en sus justos cabales. Pero adobémoslo un poco:
“¿Por qué los partidarios de Bernie Sanders dicen que sigue siendo la opción correcta para 2020?
En la carrera presidencial demócrata de 2016, la identidad del senador Bernie Sanders era clara. Él era el progresista radical que ofrecía una alternativa distinta a Hillary Clinton, cuya experiencia y comodidad con las élites financieras la convertían en una opción conveniente frente el arrogante socialista democrático de Burlington, Vermont”.
En EE.UU. la lucha interna entre demócratas sirvió para alentar el discurso político al interior de su partido, algunas alas se corrieran a la izquierda para sofocar la hirviente caldera hacia el socialismo democrático y lo pusieran en salmuera. ¿Se alentará en Colombia el debate político? Si aquí se desatara una pugna interna regional, muy plausible si fuera más allá de los presupuestos, ¿creerían ustedes que sería a favor de los intereses del desarrollo social de nuestros pueblos?
Bueno, allá ganó Hillary. Si aquí todo va a quedar en manos del jefe máximo, qué pensarán que ocurrirá. Blanco es, gallina lo pone, frito se come.
No habría diferenciación en la corrupción electoral antes o después del parto. Siempre habrá una elección que defina los presupuestos. La Biblia dice que había un río “para regar el huerto y de allí se repartían en cuatro brazos”, poco antes de narrar que Adán fue lanzado por la ventana. ¡El escenario del pecado original está plantado! En alguna parte una serpiente se despierta.
Pero eso no tendría por qué ocurrir así. El cuento del paraíso quedó muy lejos.
Nota. La cita sobre B. Sanders es tomada del HuffPost.