Hace más o menos 2.000 años, unos varones judíos comenzaron a seguir a un hombre que les convenció de ser el Hijo de Dios, el Mesías, el Ungido; aquel a quien habían estado esperando desde tiempos de Abraham.
Ellos creyeron y comenzaron a seguirle, dejando sus vidas, sus familias, sus asuntos, escuchando y creyendo su palabra. Estaban haciendo riquezas en el Reino de los Cielos, abandonando lo conocido por la promesa de lo desconocido. Al fin y al cabo, el heredero de David, El Rey, había llegado.
Jesús hizo las señales y todos se maravillaron. ¡Venga tío, que ser amigo del Hijo de Dios...! No digo que haya sido fácil, pero mientras Jesús sanaba enfermos, resucitaba muertos, multiplicaba los peces y los panes, expulsaba demonios, mientras Jesús estaba en la buena debe haber sido un éxito ser su amigo, estar entre sus panas, parceros, cuates... O sea, decir "yo soy uno de los doce"... ¡Coño, dimensionemos la vaina! ¡Supercool!
Ahora bien, llega un día y meten preso al Hijo de Dios y él no se defiende. Si a David lo hubieran tratado como trataron a Jesús, esos romanos hubieran llevado -como se dice en maracucho perfecto- coñazo limpio. Pero el descendiente de David, el del linaje del mismísimo Abraham, no sólo se deja dar coñazo, es que ni siquiera se defiende. No invoca a su Padre, El Altísimo, para que vengue su sangre, sino que se ofrece a sí mismo como el cordero, como la ofrenda para el perdón de los pecados de todos los hombres.
Preso, humillado, golpeado... ya no era el tipo popular con quien todos querían estar, ahora era una molestia, al punto que la gente acepta unas monedas a cambio de elegir la libertad de Barrabás -una joyita- y pedir la crucifixión de Jesús. Todo porque dijo que él era el Hijo de Dios, afirmación que no era tomada a la ligera para los judíos, lo llamaban blasfemia y era un delito... y su castigo era la muerte.
A Jesús, en las buenas, todo el mundo lo rodeaba; en las malas, hasta Pedro, el discípulo que con mayor vehemencia afirmaba amarlo, lo negó tres veces. Pero hay que entender que los amigos de Jesús no se escondieron y lo dejaron solo porque eran unos bichos malos. La verdad es que lo que les esperaba por haber apoyado la blasfemia de Jesús no era poca cosa. Por eso lo dejaron solo, por miedo, un miedo muy bien sustentado.
Entonces, quien otrora decía ser el Hijo de Dios... y entendamos un punto fundamental, Hijo de Dios es Dios, no es ángel, no es hombre, no es unicornio azul, es Dios. El Hijo de Dios es crucificado y muere. O sea, Dios es humillado, golpeado, crucificado y muere ¿Cómo es que Dios muere?
Dimensionemos la escena... imaginemos a los que quedaron reunidos en su escondite clandestino, diciéndose a sí mismos algo así como:
"Coño, que bolas, cómo se me ocurrió a mí ponerme a seguir a este loco de carretera... dizque hijo de Dios y lo matan como a un ladrón cualquiera. Que bolas... me van a perseguir y me van a joder por andar de pendejo siguiendo a este carajo... ¡Coño, mi familia...! Ojalá no los jodan a ellos también... Que bolas Pedro, si no lo mata el Sanedrín lo mata su mujer... abandonarla todos estos años para esto... ¡Y Mateo! Dejó el laburo, dejó la lana, se quedó en la calle, para ver cómo mataban a este loco".
Sí, estoy segura que debe existir algún evangelio apócrifo que hable de los diálogos internos de los apóstoles, pero no los publican por bizarros.
Sin embargo, después de sacar la cuenta de lo que se les venía encima por ser amigo de Jesús, después de pasar varios días escondidos, presas del terror, paralizados por la incredulidad de lo que acababan de presenciar, los tipos salen con más fuerza que nunca a predicar el evangelio. Después del estrés vivido desde que a Jesús lo apresan y muere y el bien fundado miedo de lo que va a pasar con sus vidas, estos nobles varones judíos deciden salir de sus escondites y poner el pellejo delante del mundo para predicar la palabra de Dios y declararle a cuanta alma se le cruzara en el camino ¡Jesús resucitó! Sí, tal cual lo dice la Escritura.
Hoy, hace más o menos 2.000 años, más o menos para estas fechas, un grupo de gente presenció un hecho que escapa a la minúscula compresión humana. Un hombre, que afirmaba ser el Hijo de Dios, Dios rebajado a hombre, la encarnación del mismísimo Todo poderoso, fue asesinado, sepultado y resucitó. Se apareció ante sus panas, parceros, cuates y hasta se dejó meter el dedo en la llaga para que Tomás dejara de joder. Luego se le aparece a unos quinientos y todos, maravillados, creen en la resurrección de Jesús. Durante 40 días estuvo entre ellos.
Sin embargo, no son muchos los que aparecen en el libro de Hechos, así que la gran mayoría siguió su vida como si nada. Otros, los menos, creyeron hasta el final, predicaron hasta el fin de sus vidas y consideremos que no fueron finales muy gratos, todos ellos tuvieron muertes terribles, pero pese a la persecución, la tortura, la cárcel y las miserias de la carne, se mantuvieron firmes porque sabían que había algo mejor.
Hoy nosotros, que ya tenemos los testimonios, los libros, la palenteología que apoya la veracidad de esos testimonios, parecemos poco interesados en ese delicado y sutil hecho llamado resurrección. No nos interesa, punto. Estamos tan inmersos en lo cotidiano, en la rutina, en las aspiraciones personales, que todo eso que tiene que ver con Dios nos produce prurito. Además, es mucho más cool ver los especiales de Semana Santa de Discovery, History, etc., que estar leyendo la Biblia ¡Válgame Dios y su madre, leer la Biblia!
Preferimos creer que todas estas son historias bonitas que adornan la religión, pero en realidad nada de eso pasó, porque hicieron un documental que dice que eso no puede haber pasado y lo hicieron científicos serios ¡O sea!
Yo creo que hoy, en cada una de nuestras vidas, Jesús resucitado se nos aparece, nos deja meter el dedo en la llaga y nos da la oportunidad de ser como aquellos que lo siguieron y creyeron hasta el final o ver el milagro y seguir como si nada hubiera pasado.
Yo creo, personalmente, creo.
Adriana Pedroza Ardila.