Estamos todos de acuerdo, con el señor Presidente a la cabeza, en que el narcotráfico es un cáncer que mata la Nación. Y también en que esa no es una tragedia esporádica, circunstancial, aleatoria. Es nuestro amargo pan de cada día. Por eso nos revienta en el alma una pregunta lacerante: ¿cuándo lo vamos a combatir?
Es elemental que la primera batalla debe librarse contra las plantaciones de coca. ¿Por qué no las fumigamos?
No vamos a conformarnos con el sofisma estúpido de que no fumigamos porque erradicamos manualmente. Sabemos demasiado bien que esa es una empresa dañina, cara y perdida. El año pasado costó 26 vidas y no produjo el menor efecto. El resultado final es una superficie cocalera que no disminuye, una producción que aumenta y unas formas de corrupción y violencia que se multiplican.
Tampoco nos vamos a conformar con la explicación tontarrona y cobarde de los impedimentos de la Corte Constitucional. Invenciones grotescas del santismo cocalero, de las Farc vencedoras.
Sentada la necesidad vital de la aspersión aérea, solo queda preguntar para cuándo la dejamos.
Pasa igual, o peor, con la extinción de dominio exprés que el candidato Iván Duque olvidó recordarle al Presidente que se llama igual. Lo que se hacía en épocas del Presidente Uribe en menos de un año, toma hoy 15 0 20 o no se hace nunca. Mientras los bandidos tengan plata, y en cuáles cantidades, no hay nada qué hacer en esta lucha fingida y fallida. De acuerdo pues con el señor candidato en la propuesta que nos cautivaba. ¿Para cuándo queda el que se cumpla?
Los narcos, como con tanta familiaridad los llamamos, le tienen terror a la extradición a los Estados Unidos. ¿Cuándo la convertimos, otra vez, en una política de Estado?
Las llamadas ollas del microtráfico acaban la juventud, la paz, la seguridad en las ciudades y los pueblos de Colombia. Hay que destruirlas: ¿para cuándo lo dejamos?
La vida en los campos se ha vuelto una pesadilla. De acuerdo en que es posible y precisa una política agresiva, fulminante, enorme de salvación agrícola a través de un campañas sin precedentes en la Altillanura, la Mojana, los Llanos. Colombia puede darle de comer a medio mundo con su tierra disponible. Y esa transformación aleja el fantasma ignominioso de la coca. A la obra, pues. ¿Para cuándo?
El narcotráfico subsiste, entre tantas razones dichas, porque padecemos un sistema judicial catastrófico. Y esa calamidad no puede subsistir. Es cuestión de supervivencia nacional el cambio radical en la manera de preparar y elegir los jueces de Colombia. Todo el mundo lo sabe. Todo el mundo lo dice. La Reforma Judicial hay que hacerla. No solo intentarla ni parcelarla como quiere la señora Ministra de Justicia, que dicho al paso quiere tan pocas cosas útiles en la materia. Otra vez nos asalta y muerde la pregunta. ¿Cuándo?
Si vamos a decir verdades, y no las mentiras con que nos alimentamos, es uno de nuestros problemas capitales el interés de los Gobiernos, los Ministros, el Banco de la República, en mantener vivo el negocio de la coca.
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Nos sentimos tan felices con los ocho mil millones de dólares en remesas anuales que estamos recibiendo. A sabiendas de que son, en su inmensa mayoría, lavado de capitales de la mafia
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La inflación es tan baja, porque importamos cosas baratas. Y salen baratas, porque lo más barato que hay en Colombia son los dólares. Y son baratos porque hay muchos. Y hay tantos por gentileza de la cocaína. Por eso nos sentimos tan felices con los ocho mil millones de dólares en remesas anuales que estamos recibiendo. A sabiendas de que son, en su inmensa mayoría, lavado de capitales de la mafia.
Por eso nos alegramos con el precio del dólar, que valía lo mismo a finales que a comienzos del año pasado. A pesar de que no exportamos nada. A pesar de un déficit comercial que va para veinte mil millones de dólares este año. A pesar de un déficit en cuenta corriente que anda por los quince mil millones de dólares. Y el dólar quieto. Maravillas de una prodigiosa economía que hasta ensalza el Fondo Monetario Internacional, sin averiguar o averiguando sin decirlo que tiene su secreto en la cocaína. Al fin y al cabo, al Fondo no le importa nada. Los muertos no son suyos. Ni los desplazados, ni los jóvenes consumidos por la droga. Nada de eso entra en sus cifras.
Y por ahí vamos llegando al corazón de la pregunta que nos taladra el corazón y propone estas líneas. Ni el glifosato asperjado desde aviones, ni la extinción de dominio exprés, ni la extradición de bandidos a los Estados Unidos, ni el remezón ineludible a los jueces complacientes, ni el control a las remesas, ni el ataque al mercado enorme de los dólares negros van a tener cuándo, ni ahora ni mañana. No se suele atacar al que comparte cama y da de comer. Eso es todo.