Hoy en el país difícilmente encontraríamos un colombiano que no haya escuchado el nombre de Dilan Cruz, pero quién es verdaderamente este joven que perdió la vida mientras participaba de una protesta que terminó en enfrentamientos con el Esmad es una pregunta que aún nos hacemos quienes queremos entender las razones de su trágica muerte.
No pienso disculparme anticipadamente por estas líneas o advertir que me voy a apartar de la inmensa mayoría que lamenta su deceso, intentando paliar la lluvia de agravios, descalificaciones y señalamientos, porque estoy seguro de que igual se van a venir en cascada.
Lo cierto es que, tras hacer un barrido por diferentes medios nacionales, no logra uno despejar las preguntas necesarias para entender su vida, comportamiento y hasta su triste final, pues, aunque su nombre ha ocupado grandes titulares y extensos espacios en radio y televisión, si algo ha estado ausente en este caso es la verdad.
Intenté hacer el ejercicio que le recomendé a un compañero de oficina, quien en alguna ocasión me preguntó que a qué medio de comunicación le creía, a lo que respondí que había que confrontar varios medios serios y que aun así solo nos acercábamos a la verdad, porque todo hecho siempre tendrá varias versiones.
La Unidad Investigativa de El Tiempo, de quienes uno esperaría entregaran datos reveladores, recogió testimonios y aclaró que en ningún momento el joven solicitó un crédito ante el Icetex; Semana, con sus Cinco preguntas cruciales sobre el hecho se limitó a la investigación y presuntos responsables; y El Espectador, el otro gran medio capitalino, informó que “marchaba para pedir educación” y concluyó en su espacio La Pulla, donde se dijo que “un agente del Esmad, sin razón, le disparó un proyectil a la cabeza”.
Con el paso de los días se vino a conocer que no tenía papá, porque este había sido asesinado cuando el joven solo tenía 12 años, su mamá estaba recluida en la cárcel de mujeres de Cali “por un delito menor”, decía un medio como intentando exculpar a la madre del nuevo símbolo, calificando el hecho en lugar de indicar con claridad cuál es el delito y las penas que contempla el Código Penal para que sea el lector quien defina si en realidad se trata de un delito menor.
El portal Las2orillas por su parte nos cuenta que “a los 15 años fue llevado a la Fundación Hogares Claret por problemas de comportamiento” y que “lo de él era terminar rápido el colegio, sacar buen Icfes y aspirar a que alguna universidad le diera cupo y buscar un préstamo que le permitiera estudiar”.
En medio de este maremágnum de versiones e información, en las redes se ha ventilado que a sus 18 años había sido recluido en 12 oportunidades en hogares de resocialización, que había sido detenido en siete oportunidades por enfrentamientos con la Policía y que incluso vendía drogas; también han circulado fotos arrancando el adoquín de la Plaza de Bolívar para enfrentar el Esmad en protestas del pasado.
Con este recuento no quiero llegar a la conclusión que se trató de un vándalo o un simple criminal que merecía su suerte, pero es oportuno llamar la atención que tampoco estamos frente a un joven, modelo a seguir, para los miles de niños que hoy observan los acontecimientos sin entender el trasfondo de lo sucedido, como al parecer tampoco lo entienden los adultos.
Las razones del paro del 21N, aunque terminaron siendo calificadas como un sancocho, tienen razones arraigadas en años de descontento ciudadano acumulado por la injusticia, la creciente corrupción, la inequidad, la falta de oportunidades y un sinnúmero de razones que los gobiernos de turno no han sabido o querido resolver.
Sin embargo, si pretendemos entender las causas que terminaron con la innecesaria y desafortunada muerte del joven de 18 años, debemos colocar las cosas en contexto y en sus justas proporciones, para que el periodismo cumpla su verdadero papel y no se convierta en una fuente más de polarización y enfrentamientos con desenlaces fatales.
Dilan continuará su camino hacia el olimpo de los mártires y su nombre seguirá resonando en cada paro, marcha o pedrea. Y por dolorosa que sea su muerte yo prefiero exaltar a los cuarenta y cinco jóvenes de Tuluá que como muchos en Colombia, a pesar de sus afugias y problemas familiares, optaron por luchar por su educación, "peleando" en las aulas por las becas y oportunidades que ofrece el sistema, convirtiéndose en verdaderos modelos a seguir.