El pasado 3 de diciembre se celebró el día internacional de las personas con discapacidad. Con ello se busca visibilizar a dichas personas en su diversidad misma como parte fundamental de la sociedad; reconociendo su dignidad, menoscabada por tantos siglos de estigmatización y segregación. Cambiar el paradigma que las ha presentado como seres prescindibles, que nada tiene que aportar a la sociedad y por ende, nada que demandar, más allá de la compasión, la lástima y la caridad. O como seres angelicales; uno de tantos eufemismos que refuerzan las nocivas ideas de la discapacidad como algo no humano, perpetuando con ello su exclusión.
Y lo que se pretende con esta celebración, precisamente, es reivindicar las luchas sociales y políticas que las personas con discapacidad y sus familias, vienen dando desde los años 60, para ser reconocidas como sujetos de derecho, que como tal, pueden y deben exigir lo que les corresponde. Por ejemplo, prestaciones de salud integral, incluyendo medicamentos de alto costo, ayudas ortopédicas y tecnológicas (sin tener que recurrir a acciones legales, como lo impone el sistema de salud colombiano); infraestructura y medio de transporte accesibles para su movilidad; educación de calidad, adaptada a sus necesidades; participación política, recreación, deporte y trabajo; o, en caso de no poder tener una independencia económica, una pensión digna para su subsistencia. Y estamos hablando de exigencias mínimas, todas ellas plasmadas en la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad, firmada en 2006 por el Estado colombiano y ratificada en 2011.
Es necesario, pues, empezar a entender la discapacidad desde una perspectiva social y de derechos humanos. Comprender que la misma no es una enfermedad o un padecimiento; tampoco una realidad que haya que superar. Quien no puede caminar no tiene que sobrepasar dicha limitación física para realizarse como ser humano, para ser parte activa de la sociedad, ni para que su valía sea reconocida. ¡No! La sociedad debe crear condiciones para que personas que no pueden caminar, ver, escuchar, hablar o entender las cosas de cierta forma puedan vivir plenamente y aportar, a su manera, a la comunidad. Porque la productividad no es la única forma a través de la cual el ser humano contribuye a su comunidad. También la solidaridad y la creatividad que genera el reto de construir un mundo accesible para todas y todos, en su diversidad de capacidades y limitaciones, constituyen pilares fundamentales para la configuración de sociedades más justas, basadas en la búsqueda del bienestar común y el desarrollo de los potenciales de todos sus individuos.