“Con la democracia se come, con la democracia se educa y con la democracia se cura”— Raúl Alfonsín.
Siguiendo estas palabras entendemos por qué estamos tan enfermos como nación, ignorantes de todo lo que pasa en nuestro alrededor, hambrientos de soluciones y esperanzas. Nos quejamos de los malos gobiernos, pero vendemos nuestro voto. Nosotros no tenemos la cultura de elegir, caímos en la cultura de la corrupción y en la maldición de vender nuestro voto. Hasta los rincones más alejados y que se preciaban de mantener la inocencia frente a algunas malditas prácticas corruptas han sucumbido frente a ellas por obra de algunos pocos nefastos personajes que, a su vez, venden a sus pueblos a cambio de intereses personales, reduciendo las que deberían ser propuestas políticas a simples cifras en pesos que cambian por los votos de los más necesitados, entre ellos nuestros campesinos. Eso que llaman en los medios de comunicación “corrupción” nosotros también lo practicamos.
Es triste ver como en la práctica de la contienda política algunos decidimos llegar con gestión e inversión social a las zonas rurales, buscando la satisfacción de las necesidades básicas y, algunas otras, comunitarias. Esas zonas rurales que muchos salimos a defender porque, aparentemente, han sido olvidadas por el establecimiento, porque han sufrido en carne propia los rigores de la guerra, caen en manos de aquellos sinvergüenzas que sin ninguna clase de pudor, salen recorriendo vereda por vereda de Antioquia, comprando votos. Hablan de 35 mil pesos, de 50 mil pesos, hablan incluso de maquinadas estrategias corruptas con las que estructuran las elecciones por clanes familiares, en donde a la cabeza de la familia la untan con una pequeña tajada por determinada cantidad de votos. Ya la intimidación no son las propuestas, la intimidación es decir a viva voz cuántos millones se tienen para la última semana de elecciones.
Lo de Caucasia y otras zonas se repite hoy por hoy en el suroeste antioqueño, pero también en las diferentes subregiones del departamento y de toda Colombia. La contienda electoral se reduce a que un par de sinvergüenzas se van una semana antes del día de elecciones recorriendo veredas y corregimientos, apostando a garantizar la corrupción de líderes comunitarios a cambio de plata, así de simple y cruda es la realidad. Son esas prácticas las que han llevado al ostracismo a las zonas rurales del país, porque luego de vender su voto por un par de pesos no habrá forma de reclamar trabajo o inversión social alguna, pues la respuesta de ese político que compra votos será “yo no le debo nada, yo ya le pagué por ese voto”, condenando a futuro 4 años más de olvido.
El poder de la democracia radica en el poder que tiene el pueblo para elegir, para escoger, el poder está del lado del pueblo, pero algunos nos han hecho creer que está del lado de ellos y su poder corrupto del dinero. Por eso es que algunos no hablan de propuestas ni gestión, sino que simplemente hablan de “la visita de algunos amigos”, aquellos que llevan el mandado en la famosa “tula”. Democracia es poder mirar a los ojos de nuestros elegidos y exigirles con toda la autoridad moral que cumplan con su responsabilidad frente a sus electores; es poder mirar a los ojos de nuestros hijos y decirles que aún hay esperanza, que aún se pueden cambiar las cosas; tiene que ver con la dignidad del pueblo, con los valores y principios que transmitimos a las nuevas generaciones y que será el ADN de la nueva forma de hacer política. Es allí donde está la fórmula para erradicar la corrupción: la dignidad y la honorabilidad de quien no vende su voto.