Me dicen que imprimo un tono demasiado optimista a mis notas. Alguno, rememorando sonriente mi talante escéptico, me dijo que si yo estaba señalando de pesimistas a otros, era porque efectivamente debían serlo, y en grado sumo. Parece que la posición más ajustada al momento es la incredulidad, el derrotismo y la rabia.
Para probarlo traen a cuento los hechos de la última quincena. La sentencia de la Corte Constitucional con relación con el fast track, que podría derivar en un desconocimiento en el Congreso de lo pactado en La Habana. Si las cosas continúan así, dicen, podrían venirse a tierra la amnistía y la JEP, desaparecería la seguridad jurídica para los exguerrilleros.
Se agrega el hecho de que varios militares, al mando de un capitán, hayan sido sorprendidos cuando incursionaban a medianoche en la zona veredal de Colinas, Guaviare, con el supuesto propósito de extraer una guerrillera que deseaba acogerse al plan de desmovilización adelantado por el Ejército, pese a que tales planes debieran estar abolidos y enterrados.
O que un desertor enviado por el Ejército a cumplir tareas semejantes, haya sido capturado por integrantes de las Farc en la zona veredal de Charras, Guaviare, cuando cumplía orientaciones del mayor Escallón, paradójicamente Jefe de Seguridad asignado a la zona, en desarrollo del Acuerdo de Cese de Fuegos y de Hostilidades Bilateral y Definitivo.
Se mencionan las recientes capturas de tres guerrilleros, en escasas veinticuatro horas, pese a encontrarse cumpliendo tareas relacionadas con la implementación de los Acuerdos, y de conformidad con lo pactado por ambas partes, moviéndose gracias a la suspensión de la órdenes de captura en su contra y con documentos que acreditaban esa condición.
Asimismo la aparición sobre la zona veredal de Caño Indio, en Tibú, de un helicóptero militar que sobrevoló durante media hora el espacio aéreo, en clara violación a lo contemplado en los protocolos del Cese al Fuego y de Hostilidades. No puede olvidarse que en dicha zona se encontraba desde hacía unos días el comandante Timoleón Jiménez.
Quiere imponerse la tesis según la cual el Acuerdo
fue simple acto político,sin carácter vinculante para el Estado,
sujeto a modificación, revisión y hasta anulación
Examinados en conjunto, fácilmente puede concluirse que algo anda muy mal. En primer lugar, que quiere imponerse la tesis según la cual el Acuerdo fue simple acto político firmado por el presidente, sin carácter vinculante para el Estado, sujeto a la modificación, revisión y hasta la anulación por parte de los otros poderes públicos. Esto tiene su importancia.
En segundo lugar, que autoridades militares, policiales, judiciales e incluso administrativas están haciéndose los de la oreja gocha, se atraviesan y sabotean el cumplimiento de lo acordado. Se trata de las pequeñeces, fundadas en la tesis uribista de que el Acuerdo es hechura de un presidente entregado a la insurgencia, al que se puede burlar impunemente.
Pienso que el pesimismo es errado. Los Acuerdos de La Habana son el hecho político y jurídico más importante en la historia de nuestro país, por lo menos durante los últimos sesenta años. El presidente de la República es por atribución constitucional el Jefe del Estado, y a la vez el único poder facultado para manejar el orden público y la paz del país.
A los otros poderes les corresponde colaborar armónicamente en el cumplimiento del más alto interés de la nación, la paz, un derecho sin el cual ningún otro es efectivo. Los Acuerdos de La Habana tienen un carácter especialísimo y excepcional. De allí deriva la urgencia de su cabal implementación, la historia no se puede detener.
La guerra que ensangrentó el país por más de medio siglo, que produjo las más grandes conmociones y alteraciones de que se tenga memoria en Colombia, ha llegado a su fin gracias a esos Acuerdos. Lo que sigue en adelante es construir un país diferente, pacífico y democrático. Los colombianos no nos dejaremos arrebatar esa oportunidad bajo ningún pretexto.
Tras cada tropiezo, importante o mezquino, las partes se han sentado a enmendar las cosas y despejar el camino. Nuestros reclamos, por justos y fundados en la razón, han sido atendidos finalmente. Las cosas hacia el porvenir no serán diferentes. En el país y el exterior crece la movilización a favor de la paz y la comunidad internacional está presta a ayudar.
Asistimos al parto de una Nueva Colombia. Los paros en Buenaventura y el Chocó, así como los de maestros y trabajadores públicos, necesariamente concluirán con acuerdos. El Estado deberá cumplirlos, igual a como tendrá que hacer con los Acuerdos de La Habana. Los tiempos cambiaron, pasó la época en que la gente se dejaba burlar, ahora exigirá lo pactado.
Lo cual no significa que será fácil. Existen poderosos enemigos y habrá que luchar contra ellos, con mucho pueblo al lado. ¿Cuándo no hemos sido amenazados y perseguidos? Ahora contamos con unos Acuerdos que lo prohíben terminantemente, que consagran garantías y derechos, firmados solemnemente por el Estado. Los colombianos nos encargaremos de hacerlos respetar.