Después de las elecciones locales y departamentales, cuando ya se van concretando los cambios de gobernabilidad y las administraciones salientes y los liderazgos entrantes hacen “empalmes”, mágicamente cambia la animosidad y el tono pendenciero que nos ha traído en los meses anteriores. Los perdedores aceptan la derrota y en general afirman que serán independientes o harán “oposición reflexiva”, mientras felicitan a quienes son ganadores en los comicios. Los gobernantes salientes, afirman estar preparados para una transición pacífica, transparente y abierta a la ciudadanía, no sin antes tratar, independientemente de las contradicciones políticas con el nuevo gobierno, de dejar posicionada su agenda de realizaciones y asuntos pendientes que se espera los asuma el gobierno que llega.
Los ganadores, por lo común, ofrecen disculpas si a alguien le hicieron daño en la campaña que cierra y afirman que están para unir el territorio y las poblaciones que gobernarán, integrando todos los sectores “sin excepciones”, eso sí anunciando el respectivo libro blanco, para volver a comenzar el ciclo administrativo desde sus propias prioridades. El énfasis es que “ahora sí”, todos unidos podremos avanzar, afirmando que el nuevo gobierno sí será transparente e incluyente de todos y todas. Los liderazgos de opinión hacen balances y buscan generar optimismo respecto al futuro inmediato, resaltando los valores encarnados en las comunidades, los atributos de los nuevos gobernantes y de sus equipos, para proponer una nueva alborada.
Todo eso estaría muy bien si fuera cierto o por lo menos creíble provisionalmente; sin embargo, dadas las circunstancias electorales previas, donde se ha polarizado a más no poder y se han tensionado las fronteras del respeto entre contendientes, es por lo menos sospechoso que ahora asistamos a un carnaval de negación de los conflictos latentes y especialmente al borramiento de las diferencias de propósito y estilo que asisten a los respectivos proyectos de gobierno. El problema que generan estas situaciones es que demeritan el aspecto cualitativo, ético, cultural, ciudadano de nuestra democracia, generando un entorno muy inestable donde priman las desconfianzas.
El formato de las alternancias y las transiciones pacíficas y amables es una buena práctica democrática en los contextos contemporáneos y en un sentido amplio es un bálsamo para una sociedad tan polarizada como esta abrupta Colombia. Quedan, sin embargo, ciertas inquietudes por explorar: ¿Cómo se reconocen, tratan y atemperan las enconados disputas políticas generadas en el período electoral con un lenguaje tan inflamado?, en esa idea de abordar las contradicciones con sentido democrático sin negarlas ¿Cómo hacer para que el lenguaje en uso no niegue de entrada los conflictos sociales por razones de desigualdad y exclusión de la diversidad?, ¿Cómo pasar del plano retórico de la unidad hegemónica a una alternativa de convivencia política que trate de forma digna las diferencias?
Una sociedad que en un momento exacerba sus conflictos y enseguida asume como si no existieran, no está madura para tratar sus contradicciones
Solo dejar las preguntas puede ser un buen ejercicio para pensar nuestra democracia en el plano local y regional; sin embargo, podríamos avanzar un poco más la reflexión con una formulación sintética: una sociedad que en un momento exacerba sus conflictos y enseguida asume como si no existieran, no está madura para tratar sus contradicciones y por esa razón se recurre insistentemente en usar los caminos de la violencia solapada; una sociedad que se opone a tratar sus diferencias, soslayándolas en la consigna, a veces irreflexiva, de la unidad hegemónica, tiene la tendencia a negar la multiplicidad, la diversidad, la tensión y el dinamismo de la vida. En medio de las negaciones y los lenguajes tan correctos como encubridores, suele pasar que los proyectos políticos se alejan de la vida social y de sus profundas disputas colectivas. En lo que viene a nivel de las nuevas agendas se va a necesitar esa atención reposada a conflictos, desigualdades y diferencias sociales, de lo contrario nos seguiremos viendo en el mismo espejo fracturado entre el país político y el país social que tantas veces señalara el asesinado líder Jorge Eliecer Gaitán. Pensémoslo.