Mucho se ha hablado por estos días sobre los terribles efectos jurídicos, políticos, económicos y morales que tiene el hecho histórico de que el presidente lidere un movimiento en contra de los acuerdos de paz logrados entre el Estado colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, después de más de seis años de negociación y de 50 de confrontación armada. Pero muy poco se ha hablado de los efectos psicopolíticos tan devastadores que tiene para toda una nación, el hecho de tener un gobierno que decide desconocer o burlarse de los acuerdos hechos por el mismo Estado que dice gobernar.
Es muy grave lo que está sucediendo en términos psicológicos. Desconocer o burlarse de un acuerdo de esta naturaleza trae consecuencias psicológicas no solo para las víctimas que están esperando verdad, justicia, reparación y no repetición. El conjunto de la sociedad colombiana recibe una poderosa carga simbólica cargada de mensajes profundamente destructivos que impactan la psique colectiva y hacen que se abra la puerta a la naturalización de todo tipo de actuaciones delictivas, dañinas, dolorosas e incluso horrorosas con plenas garantías estatales de impunidad.
Una de las consecuencias más desastrosas del saboteo a los acuerdos de paz por parte del gobierno Duque tiene que ver con la pérdida de todos los referentes de actuación moral. Siendo el máximo jefe del Estado quien decide boicotear lo acordado sin ningún tipo de recato ético o moral, la sociedad en su conjunto queda totalmente desorientada, perdida y confundida moralmente. Por lo tanto, se abre la posibilidad social de instaurar un régimen totalitario y violento en donde nada importa los derechos humanos, la democracia o el respeto por los demás. Tal como reza el eslogan del gobierno Duque: duélale a quien le duela. Esta es la máxima de alguien que piensa y actúa cínicamente.
Si el jefe de Estado desconoce el valor sagrado que tienen los acuerdos políticos que traerían la paz a millones de seres humanos en Colombia, ¿qué se puede esperar de cualquier otro ciudadano? Veamos diez consecuencias psicopolíticas directas del boicoteo descarado a lo acordado en La Habana:
1. Se llama desde la propia institucionalidad a fomentar la agresividad social mediante la negación de los pactos de no agresión que se construyen en toda sociedad. Todas las relaciones entre seres humanos están basadas en acuerdos implícitos o explícitos. Algunos de ellos se elevan hasta lo sagrado. Cuando alguna de las partes rompe unilateralmente lo acordado, se da inicio a una escalada de agresiones que pueden llevar a la guerra que se había parado mediante negociación política. Esto es peor cuando quien boicotea lo acordado representa a la máxima figura del Estado. Somos propensos a la agresión. Solo basta un fanático con poder para llevar a millones de seres humanos al borde de la destrucción total.
2. Se consolida la violencia política como deseo. Cuando un sector de la sociedad que se encuentra en el gobierno desea llevar al otro a la guerra y a la confrontación no dialogada, se genera un clima generalizado de deseo de muerte física o simbólica de todo lo que se vuelva contrario a estos ideales guerreristas. La tristemente célebre imagen de un abuelo de Medellín amenazando a un joven menor de edad por llevar una camiseta en contra de la guerra de Uribe-Duque da cuenta de los efectos logrados por la élite gobernante en contra de los acuerdos de paz.
3. Se fortalece el rencor como sentimiento nacionalista. Cuando una nación percibe que de nada sirve dialogar, negociar o concertar se siente autorizada para el ejercicio de todas las formas posibles de maltrato y abuso sobre los otros. Al no encontrar referentes morales legítimos en las figuras del Estado, se cae en una especie de animalización, sentimentalización o embrutecimiento rabioso y rencoroso hacia todo aquello que sea señalado por el jefe de Estado como peligroso y maléfico. Detrás de todo ello se esconde un profundo temor a la verdad.
4. Se instala el odio como forma de relación. El odio es una construcción social que se instala en la mente y los corazones de la gente. Generalmente se logra dicha instalación desde condiciones de poder como el ejercicio de la presidencia de un país, un alto cargo religioso o una figura mítica trascendental. Pero el odio tiene implicaciones psicopolíticas muy peligrosas cuando se eleva desde el desconocimiento de acuerdos políticos de suma importancia para un país. La ecuación es muy sencilla: a mayor respeto por los acuerdos menor es el sentimiento de odio entre las partes. A menor respeto por lo acordado, mucho mayor será el sentimiento de odio nacional entre propios hermanos.
5. Se ratifica una mentalidad embaucadora y traicionera. Quien desconoce o intenta boicotear un acuerdo de trascendencia humana, como lo es la terminación de un conflicto armado, siempre será recordado como un embaucador y traicionero. El problema es que se busque llevar dicho modelo de embaucación y traición a todo un país o una región. Es muy peligroso para una sociedad ser dirigida por esas mentalidades embaucadoras y traicioneras. Si vemos la protesta social de estos día, muy pronto nos daremos cuenta que son el resultado de un sentimiento de engaño y traición con respecto a aquellos acuerdos que han hecho los gobiernos en nombre del Estado. La minga del Cauca habla de más de mil acuerdos no cumplidos por el gobierno. La protesta del magisterio también habla de incumplimiento de acuerdos. Si somos gobernados por esa mentalidad embaucadora y traicionera es muy fácil seguir siendo cómplices de la muerte y la destrucción de los otros sin ningún tipo de reparo ético o moral.
6. Se pierde el sentido del honor como garante de las relaciones. Lo primero que se cuestiona cuando se rompe o boicotea un acuerdo es el sentido del honor propio y ajeno. Quien rompe unilateralmente lo acordado renuncia a su propio honor y daña el honor del otro con quien se negoció. Pero también rompe el sentimiento nacional que esperaba beneficios con los acuerdos. Faltar a la palabra por parte de un Jefe de Estado es muy grave. Con ello se da paso a múltiples males nacionales, pues se renuncia al carácter de dignidad que merece todo ser humano. Caer en el deshonor y la deshonra es lo peor que le puede pasar a toda una sociedad.
7. Se pierde la fe en todo lo institucional. En un sentido general la Fe puede ser considerada algo muy parecido a la esperanza. Cuando nadie cree en las instituciones que le gobiernan se cae en una especie de sociedad jalonada por la mentira y el engaño. Todo el mundo sabe sobre las mentiras y los engaños con que el gobierno Duque ha presentado sus boicoteos a los acuerdos de Paz. Pero la pérdida de la fe en última instancia da cuenta de una espiritualidad precaria que sabe que están pasando cosas terribles y no se hace cargo de ello. Por ejemplo, todo el mundo sabe que con boicoteo a los acuerdos se quiere ocultar un montón de cosas del conflicto armado: quién ordenaba los actos atroces, quién los ejecutaba, quién los financiaba, quién los encubría, quién distorsionada la noticia, etc.
8. Se promueven malas conductas sociales como la impunidad y la corrupción. Cualquier acuerdo político que se logre entre contendientes armados debe contemplar ciertas pretensiones de verdad, justicia y no repetición. Para el caso de los acuerdos de paz, esto está contemplado en la JEP. Si el propio gobierno quiere romper lo acordado es muy sencillo deducir que le tiene miedo a la verdad, a la justicia y la no repetición; y se lanza al precipicio de la impunidad favoreciendo la tremenda corrupción sobre la cual se mantiene. Siempre he sostenido que con la dejación de las armas por parte de las Farc-Ep, la insurgencia logró desarmar al Estado y lo ha colocado contra las cuerdas en términos de su legitimidad moral. No se puede negar que vivimos en un estado perpetuo de impunidad y corrupción que ha carcomido todas las esferas de la sociedad. Pero intentar boicotear lo acordado por parte del mismo Estado, es una inyección más de brutalidad que seguramente se convertirá en caldo de cultivo para todo tipo de violencias.
9. Se instala una ética del horror. Después de muchos años investigando sobre la psicohistoria del conflicto armado y la violencia política en Colombia; no me cabe la menor duda de que la élite colombiana ha logrado construir toda una ética del horror que se refleja en una especie de deber ético y moral de asesinar o desaparecer todo aquello que ponga en riesgo los intereses de dicha élite. La JEP pone en riesgo buena parte de dichos intereses al colocar al descubierto muchos secretos atroces de nuestra sociedad. El problema es que dicha ética del horror se enraíza socialmente y se dirige psicopolíticamente desde el ocultamiento sistemático de la verdad.
10. Se acepta pasivamente el cinismo y la impunidad como valores. Es muy grave que un gobierno asuma el cinismo y la impunidad como valores al desconocer los acuerdos firmados por el Estado. Quien así actúa lo hace con pleno conocimiento de las consecuencias desastrosas que este tipo de actuaciones puede traer para un país. Y disfruta y siente placer con ello. Se ríe de todo el mundo. Se burla de los otros en su propia cara. Juega a tener el poder para destruir. Si esto es llevado al conjunto de la sociedad, quiere decir que históricamente hemos vivido en la mentira y el olvido; y esto es lo que se quiere seguir promoviendo. Por eso la gente no reacciona sino que se paraliza e incluso se vuelve cómplice de la atrocidad.