En su deseo de trascendencia, los seres humanos no solo han querido acercarse a las alturas, que es donde imaginan que habita el mundo ideal, sino también ver que del Gran Misterio descienda alguien que ilumine su destino. Las leyendas están llenas de semidioses y de vez en cuando asoma el dios humano, el dios hecho hombre y humanidad, la eternidad que se reviste de las limitaciones de la temporalidad.
Diego Maradona parece haber sido uno de esos. Al menos Eduardo Galeano lo afirmó una vez con franqueza: “Maradona se convirtió en una suerte de dios sucio, el más humano de los dioses”. Y, sin embargo, Maradona fue un héroe trágico. Todas las narrativas fundacionales, mitos y leyendas que hablan de los misterios de la vida humana y de lo divino, se instalaron en este hombre único que nunca se resignó a su destino. Lo divino y lo humano, luz y oscuridad, pero sobre todo pasión pura, todas esas fuerzas constructivas y destructivas impulsaron a este genio que alguna vez fue un niño. Su temperamento no le ayudó a navegar fácilmente hasta la edad adulta. El éxito, la droga que para Galeano es más dañina que la cocaína, madrugó a atravesársele en la vida para tenderle los lazos de los que ni el prodigio de su pierna izquierda lo pudo librar.
Proveniente de la villa, esto es la barriada o tugurio bonaerense, la magia de su pierna izquierda bien pudo haberse contentado con abrirle las puertas al gran mundo, a la riqueza, a la fama, y haberse quedado ahí. La de Maradona pudo haberse contentado con haber sido la historia de éxito del pobre que termina tomándose y disfrutando el mundo entero. Un guion envidiable para cualquier telenovela: talentoso, seguro de sí mismo, fuerte, luchador, rebelde, leal a sus compañeros y a su equipo, testarudo, una bendición y una maldición. Un líder típico.
A la vez, somos de la generación que lo vio convertirse en una voz de peso en las luchas por la justicia social y económica. Al igual que los dioses que se hacen humanos, Diego no ocultó su sesgo. Cuando lo que está en juego es la derrota del neoliberalismo, Maradona siempre supo que las neutralidades no vienen al caso.
Ese aspecto central de su personalidad y de su significado en la historia fue resaltado por Residente, el cantor popular puertorriqueño, que en su canción Latinoamérica recita: “Soy Maradona anotándole dos goles a Inglaterra,” justo en el contexto del despojo que nuestro continente ha sufrido por siglos a manos de las grandes potencias occidentales, los grandes agentes del capital transnacional, los grandes ejecutores de las políticas neoliberales. Así también lo entendieron, por ejemplo, los editores del diario inglés The Guardian, cuando en su edición de ayer ilustraron la vida de Maradona con un gráfico que recuerda el gol del siglo, el segundo que Maradona marcó contra Inglaterra en la Copa Mundo México 1986, la que Residente recuerda en su canción.
Así como algunos han considerado más pertinente resaltar las sombras que rodearon a Diego Maradona, otros más lo comparan con Pelé, con el ánimo de resaltar la pulcritud de O Rei Pelé y la mundanalidad del Pelusa. Sin proponérselo, quienes así comparan exhiben, al mismo tiempo, uno de los rasgos marcantes de la vida de Diego Maradona. Mientras que Pelé buscó y consiguió su estabilidad profesional y económica por la vía del coqueteo con el poder y su respaldo a la legitimación de las dictaduras, mayormente la de Brasil, Maradona le agregó a su perfil de chico malo su irreverencia ante el poder autoritario y su defensa de la democracia y de los ordenamientos que favorecían políticas de justicia social y económica. Maradona se relacionó con jefes de Estado que siguen siendo satanizados por la gran prensa. Pelé fue el rostro amable de grandes marcas comerciales causantes de daños irreparables a naciones enteras y al medio ambiente.
No en vano la imagen de Maradona aparece en los dinteles de una casa destruida por un bombardeo en Siria, en los pendones de las barras bravas que en todos los estadios del mundo le dan voz a la angustia de vivir al filo de los recursos en las grandes ciudades, en las paredes de los barrios menos favorecidos. En Diego Maradona parece que el fútbol fue una excusa para que el establecimiento no se quedara sin una voz de contestación que lo incomodara. Fue el fútbol el que muchas veces puso a los pobres en el primer plano.