Encontramos en Colombia, en una vereda de Risaralda a 30 minutos de Pereira, un grupo de campesinos con los que habíamos hecho buenas migas luego del paro agrario del 2012. Quedamos de realizar un intercambio de saberes.
Nosotros (los compañeritos universitarios) daríamos unas charlas de refuerzo para los niños y niñas de la vereda, con la opción de alfabetizar a los adultos que tuvieran problemas de lectura y escritura y finalmente apoyaríamos la conformación de una cooperativa campesina.
A cambio don Efraín nos explicaría con detalle el proceso del café (desde la siembra a la tuesta) y del plátano, y de paso nos contaría las problemáticas del campesino de a pie, como que el racimo de plátano lo venden al filo de la carretera por $6.000 y el intermediario por transportarlo 30 minutos de la carretera a la plaza de Pereira triplica el precio por la bajada. Lo anterior, sin contar con que ese intermediario recurre a formas poco éticas para evitar la competencia y mantener el monopolio.
Estábamos haciendo la planeación en la finca de don Javier y para proponer la fecha, con calendario en mano, dije:
—¿Qué les parece de este fin de semana en quince aprovechando que el lunes es festivo?
De pronto don Javier me miró con sorna y respondió:
—Aquí en el campo no hay festivos.
Guardamos silencio y tomamos un poco del café dulce, negro y tibio que teníamos servido.
¿Cómo pueden a tan solo 30 minutos de distancia desaparecer los días festivos? Aún me lo pregunto, mientras los intermediarios hacen su agosto con el sudor del campo y los que reclaman mueren en lugares donde se trabaja, sin importar lo que diga el calendario, de lunes a domingo.